Cuando un texto tiene la fuerza de Un tranvía llamado deseo, su vigencia no se pierde porque su complejidad, su condición universal, abarca muchas perspectivas, afirma Mariana Giménez, directora de Puerto deseo, versión libre del clásico de Tennessee Williams.

“Podríamos decir que es un tejido complejo. Entonces, el tranvía tiene varias miradas: cómo lo social determina lo íntimo, por supuesto; el patriarcado; el género y el poder, digamos, de cambiar la perspectiva o reorganizar las narrativas y que se mantenga la esencia. Ese es el poder que tiene este clásico”, continúa.

La violencia sistémica y su réplica en la intimidad es, en otras palabras, lo que mantiene vigente la obra. Por qué sucede, se pregunta Giménez, en círculos que, por lo común son producto de elecciones más o menos deliberadas: la pareja, con quien uno mismo quiere compartir la vida; el espacio familiar, que puede llegar a distorsionarse y dejar de ser el espacio de amor y cuidado al que se aspiraría por esencia: “Son los sistemas de violencia que rigen al mundo. ¿Por qué destruimos lo que amamos? Eso es un tema que está en Un tranvía llamado deseo”.

En Puerto deseo, los muchos cambios no niegan la original, que es poderosísima: “Blanche DuBois es un personaje femenino de una fuerza vigente, actual. En nuestra versión, Blanche es hombre y es homosexual. Se llama Mariano y llega a una casa Okupa, en México, en la década del 80, donde viven Isabel, su hermana, que sería Estela en la versión original, y Pau, que es nuestro Kowalski. En esta comunidad hay otros personajes que no están en el tranvía”.

El final de la obra, recuerda, es trágico para todos los personajes y, en particular, para Blanche: “Yo siempre me pregunté si no era posible abrir otra posibilidad. No sé si llamarle esperanza, puede ser que sí, pero en esta versión hay personajes más jóvenes que proponen otras líneas de acción”.

Puerto deseo se presenta como parte del Festival CulturaUNAM. Fue escrita por Mariana Giménez y Gabriela Guraieb.