Litros de leche en botellas de vidrio, teléfonos negros con un disco en medio, un padre “en busca de un negocio redondo que le devuelva la fortuna perdida”, unas hermanas que bailan “El rock del angelito”, de Johnny Laboriel; y un niño que “juega con ejércitos de soldados de plástico y monta grandes y perfectas batallas” y, además, practica el futbol, “en el que soy el narrador, los 22 jugadores y el árbitro al mismo tiempo”.
De estos objetos-recuerdos está conformado el “museo íntimo y secreto” que el escritor mexicano Rafael Pérez Gay (1957) comparte en nueva novela Todo lo de cristal (Seix Barral), que evoca la fragilidad de la vida, del amor y de las relaciones personales.
“Es la historia de un hombre adulto, que soy yo, que vuelve la mirada hacia el pasado para buscar al niño que fue. Ese adulto duda de sus recuerdos, porque éstos siempre tienen dos caras: la de la verdad y la de aquello que no sabemos si ocurrió. Quiere recuperar las 22 veces que acompañó a su familia en las mudanzas que tuvieron por la colonia Condesa. A través de esto, quiso escribir una memoria personal y también colectiva. De esta mezcla están hechas estas páginas”, comenta en entrevista.
El narrador explica que la trama se desarrolla en los años 60 y principios de los 70. “Es la historia de una familia de clase media baja, perseguida por el riesgo del agobio financiero y el miedo de perder su estatus y entrar de lleno en la pobreza”, precisa.
Señala que el título se debe a que, antes de cada mudanza, “la madre llegaba a la casa con unas bolsas de cartón de (jabón) Roma. No había maletas o velices, todo era a mano limpia. Las hermanas mayores empacaban y siempre le dejaban al niño más pequeño, a mí, todo lo de cristal para envolverlo en papel periódico. Pero el chico se quedaba leyendo los periódicos viejos, que fueron su primera hemeroteca”, señala.
Agrega que la mudanza es una metáfora en sí misma. “Evoca el cambio, el movimiento rápido. Sí me impresionaron, pero eran aventuras. Nadie puede ser siempre el mismo, quien no cambia se vuelve estático y desaparece”. Admite que “el libro es un viaje interior y éstos implican la oscuridad, donde espantan. Ese niño tiene momentos difíciles; pero también se divertía, inventaba, imaginaba, la pasaba bien”.
Dice que es una novela sobre la memoria. “Recordar no es un acto pasivo, sino una forma de reconstruir. La memoria es creativa, es sinónimo de imaginación”. Pérez Gay creó un personaje singular, un Espectro, que cierra cada capítulo. “Necesitaba un contrapuntero, alguien que narrativamente me sirviera para darle distancia. Un fantasma que acompaña a la familia en sus andanzas, sus mudanzas, en sus momentos decisivos”, concluye.