En 1999, a Richard Gere le fue otorgada la etiqueta del “hombre vivo más sexy” por People. Hollywood insistió en presentarlo como el eterno galán, el protagonista impecable de American gigolo o Mujer bonita.
En más de 50 años de trayectoria, su vida ha sido distinta: está guiada por la ética, el activismo y una profunda práctica espiritual que hoy lo lleva a presentar Sabiduría y felicidad (Wisdom of happiness), documental dedicado al Dalai Lama.
“Nunca he hecho distinciones por sexualidad, clase o raza; en esencia todos somos lo mismo. Todas esas etiquetas son externas. Lo que verdaderamente conecta a las personas está mucho más adentro”, explica en entrevista.
Su vínculo con el documental no surgió de una casualidad profesional, sino de un recorrido interior que comenzó mucho antes de su fama. Desde sus primeros pasos en el Seattle Repertory Theatre, en 1969, Gere ha seguido un camino que no responde a la vanidad hollywoodense, sino a la necesidad de comprender el mundo desde la compasión.
“Desde muy joven cuestioné si el mundo que me habían presentado era real. Y si lo era, no quería formar parte de él; si no, quería ver a través de la ilusión”, afirma el actor de 76 años.
Personajes difíciles en el cine
Esa visión también moldeó su carrera como actor. Mucho antes de convertirse en ícono del cine, ya desafiaba normas sociales: en 1979 protagonizó Bent, interpretando a un hombre gay víctima del Holocausto, uno de los primeros personajes abiertamente homosexuales en Broadway. “Si partimos de la bondad básica, dejamos de demonizar y de rechazar. Podemos incluir a todos, sin importar quiénes sean”, dice el originario de Filadelfia.
Transformar el sufrimiento
Su conexión con el Tíbet comenzó en 1978, cuando viajó a Nepal y convivió con monjes y lamas tibetanos. Poco después conoció al Dalai Lama en Dharamsala, India un encuentro que él mismo describe como transformador.
La claridad, el humor y la compasión del líder tibetano lo llevaron a convertirse en practicante del linaje Gelugpa y, con el tiempo, en uno de sus defensores más visibles en Occidente. Ese aprendizaje espiritual, acumulado durante décadas desemboca directamente en Sabiduría y felicidad, que revela al Dalai Lama no como un símbolo místico, sino como alguien que enfrentado la pérdida y el exilio sin renunciar a la compasión. “Su Santidad se levanta a las 3:30 horas desde niño para trabajar en su mente y en su corazón. Frente a él sientes el resultado de toda esa disciplina. Ha perdido su país, su cultura, su familia, y aun así mantiene un corazón lleno de generosidad”, destaca Gere.
Para él, la enseñanza del documental es esa: la compasión no solo sobrevive al sufrimiento, sino que puede transformarlo.












