Roberto Bolaño, el escritor que no quería fama

Como uno de esos poetas perdidos en los desiertos de Sonora que él mismo creó, Roberto Bolaño caminaba de espaldas a la celebridad y detestaba el éxito. Tal como ha descrito su amigo, el escritor mexicano Juan Villoro, Bolaño “no aspiraba a ser famoso. Ni siquiera a ser un ‘autor distinguido’”.

Así era ese enjuto escritor chileno fallecido en 2003 y que, gracias a sus novelas Los detectives salvajes y 2666, ha acabado convertido en una leyenda literaria muy a su pesar.

Pero, ¿cómo viviría Bolaño su fama? El poeta chileno Bruno Montané, otro amigo muy cercano al escritor durante sus correrías de finales de los 70 en el DF y con quien mantuvo una larga amistad, añade un matiz a las palabras de Villoro: Bolaño no tenía problemas con la fama, “lo que le incomodaba no era el reconocimiento sino la notoriedad, que llamaba ‘peaje’”.

Montané explica a Excélsior que “la época en la que Roberto comienza a tener éxito coincide con los años más críticos de su enfermedad y la demanda de entrevistas, los viajes, suponían para él una exigencia terrible”.

Trece años después de su muerte, Bolaño sigue más vivo que nunca. Y ahora vuelve a la actualidad con la publicación de su nuevo libro póstumo, El espíritu de la ciencia ficción, que su actual editorial, Alfaguara, presentó en la pasada FIL de Guadalajara.

La novela es una pieza de iniciación literaria que puede verse como antecedente de su libro más célebre, Los detectives salvajes. Transcurre en la Ciudad de México durante los años 70 y narra la vida de dos jóvenes escritores, Jan y Remo, que viven la bohemia literaria de la capital.

El proceso de escritura de El espíritu de la ciencia ficción transcurrió en la década de los 80. Y fue en Blanes, el pequeño pueblito de la costa catalana en el que el chileno vivió hasta el final de sus días, donde la terminó. Enclaustrado en su apartamento,  Bolaño pasaba la mayor parte del tiempo escribiendo y cultivando una de sus grandes aficiones: enviar cartas a sus amigos. Uno de los destinatarios habituales de aquellas misivas era el poeta Bruno Montané, con el que había fundado en México el movimiento Infrarrealista y que, además, es el Felipe Müller en Los detectives salvajes.