“La naturaleza en reverberación, el canto de un ruiseñor en la espesura de los árboles, el barco asaltado por el mar o por los fantasmas, la pirámide en un cementerio romano, los ángeles, el sueño, la idea del infinito, el amor, los animales, el cambio”. Así detalla el poeta y editor Víctor Manuel Mendiola (1954) el universo temático de los poetas del Romanticismo inglés, quienes en el siglo XIX “no solo prefiguraron el desmoronamiento del desierto interior del hombre, sino que lo experimentaron”.
Ellos vieron con desconcierto, explica en entrevista, las primeras fábricas que se edificaron en verdes campos o acompañaron por el bosque a los nocturnos caminantes solitarios, pronto en peligro de extinción. “Luz, naturaleza, sombras, iluminación, el Sol, objetos van caminando por un mundo real; pero, al final, tienen algo de irreal. En el romanticismo inglés, la unidad de lo ideal y lo real es fuertísima. Lo real es ideal y viceversa”. “Ellos ven con una emoción enorme la naturaleza y la recrean desde el espíritu, con la vehemencia de que algo especial está por llegar a su fin. Están conscientes de que ‘nada puede durar, excepto el cambio’, como dice el poema Mutabilidad de Shelley”, agrega.
Para Mendiola, el Romanticismo “es el origen de la poesía moderna, por eso es fundamental tener un acercamiento a esta fuente”, comparte. Partiendo de esta premisa, y de que “han sido poco traducidos al español los mejores textos de los grandes escritores ingleses de este movimiento literario”, el también ensayista publica la antología La arena en fuga (UNAM), que reúne unos 80 poemas de William Blake (1757-1827), William Wordsworth (1770-1850), Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), Lord Byron (1788-1824), Percy Bysshe Shelley (1792-1822) y John Keats (1795-1821).
El autor de la selección y de las versiones de los textos al español considera que el Romanticismo sigue vigente y tiene mucho qué decir en los tiempos violentos que enfrenta la sociedad actual. Está vigente en dos aspectos: positivo y negativo. El primero porque en el mundo moderno predomina un lenguaje profundamente gótico; hay un gusto gigantesco por lo gótico. En la cultura del siglo XXI, lo fantástico juega un papel fundamental. Desde este punto de vista, el Romanticismo está no solo vivo, sino inmensamente presente.
“El aspecto negativo radica en que los románticos siempre describen la hermosura, la profundidad, la originalidad de la naturaleza. Y a nosotros nos toca vivir el momento en que la naturaleza está ahí, pero la hemos dañado, y está reaccionando a este daño”, señala. “Los románticos no vieron una naturaleza reaccionando contra el hombre. Ellos veían de manera sublime la intensidad y lo inabarcable de la naturaleza. Ahora enfrentamos el cambio climático. Pero nos podemos conectar con ese amor a la naturaleza que tuvieron los románticos y crear consciencia de nuestros actos”.
El director de la editorial El Tucán de Virginia destaca la peculiaridad del Romanticismo inglés, en comparación con el francés, el alemán y el italiano. “La semejanza entre los romanticismos de estos países está en la parte oscura, de la noche, del sueño. Pero el inglés tiene un lado opuesto: el cristal, lo luminoso y una apariencia realista fuerte. Los poemas de los ingleses son descripciones realistas del mundo, en primera instancia. Pero, cuando acabas de leerlos, te das cuenta de que esa mirada realista es una visión interior que está elaborada desde un instante subjetivo. Apropiándome de un término del poeta mexicano Ramón López Velarde, me atrevería a decir que el Romanticismo es la hora del instante subjetivo”, añade.
Mendiola admite que en los últimos 40 años han aparecido varios libros importantes del Romanticismo inglés. “Pero a lo largo del siglo XX estuvieron ausentes en español los mejores poemas de este movimiento. El trabajo de traducción que han hecho los escritores mexicanos que nacieron entre los años 40 y 70 es enorme. Pero está concentrado en la poesía moderna. Intento resarcir esa ausencia”, dice.
Concluye que incluso hay poemas inéditos en español, como “A la luna otoñal” y “A la nutria de río”, de Samuel Taylor Coleridge.