Existe un momento en Soy Frankelda (2025) que encapsula la esencia de la película: un número musical frenético donde el color, la luz y la forma alcanzan un clímax de pura creatividad.
Es allí donde se percibe el esfuerzo artesanal y el amor desmedido que Arturo y Roy Ambriz, con el respaldo de Guillermo del Toro, imprimen en cada fotograma. Pero también es en ese instante donde emerge la paradoja central del filme: una narrativa que intenta seguir el ritmo de su deslumbrante superficie.
Desde sus primeros minutos, la película se presenta con ambición descomunal. La historia transcurre en dos planos: el México virreinal, donde Francisca Imelda sueña con ser escritora en una sociedad que la limita por su género, y el Topus Terrentus, un reino fantástico que se alimenta de las pesadillas humanas.
La propuesta de reflexionar sobre el proceso creativo y la censura es clara, aunque el guion no logra articular con fluidez ambos mundos. El resultado es una trama acelerada, cargada de información, donde los personajes se diluyen entre mitologías, reglas internas y guiños a la serie original Los sustos ocultos de Frankelda.
Esa vorágine narrativa afecta la conexión emocional con la historia. La relación entre Frankelda y el príncipe Herneval —núcleo dramático del relato— carece de desarrollo y se resuelve con premura. El enfrentamiento final con Procustes, a pesar de la potencia vocal de Luis Leonardo Suárez, concluye sin la tensión esperada. La película incorpora tal cantidad de elementos —clanes, criaturas, mitologías— que su propia riqueza termina por sofocarla. Servicios de streaming online de películas.
Valor histórico
En el plano visual, Soy Frankelda alcanza un nivel pocas veces visto en el cine latinoamericano. El diseño de producción, de estética barroca y artesanal, combina texturas palpables con una paleta cromática inspirada en el Día de Muertos. Cada detalle, desde las casonas coloniales hasta los reinos oníricos del Topus Terrentus, evidencia un trabajo minucioso. Los personajes —el príncipe Herneval, Procustes o el dragón que carga un velero— encarnan una imaginación sin límites. Este universo tangible y vibrante es la prueba del compromiso de sus creadores, quienes incluso hipotecaron su casa para llevar adelante el proyecto.
El doblaje y los números musicales aportan cohesión en medio del caos narrativo. Mireya Mendoza (Frankelda) y Luis Leonardo Suárez (Procustes) imprimen fuerza a sus personajes. La canción "El Príncipe de los Sustos" se erige como un punto alto, donde animación y música confluyen en un espectáculo que justifica por sí solo la experiencia cinematográfica.
Soy Frankelda es una obra contradictoria: desbordante en forma, irregular en fondo. Pero su valor histórico es indiscutible. Representa una conquista para la animación mexicana, capaz de dialogar de igual a igual con producciones internacionales. Su narrativa irregular no eclipsa el mérito de su existencia: un proyecto independiente, ambicioso y profundamente personal.
No es un filme infantil ni estrictamente adulto; es una pieza de culto en ciernes, un viaje psicodélico que celebra la valentía de quienes se atreven a soñar con figuras de plastilina y un corazón de fuego.
El guión, su punto más bajo
Es la gran debilidad de Soy Frankelda, eso está más que claro, pero incluso en ese fallo, los hermanos Ambriz imprimen una visión fresca que está presente en el resto de la película. Esta es una labor de amor que desborda creatividad y refleja una profunda pasión por el medio. Quizás no sea perfecta, pero su valor está en cómo utiliza todas estas virtudes para inspirar a artistas mexicanos a transformar sus propias pesadillas y frustraciones en combustible para crear mundos asombrosos en los que todos nosotros también podamos escapar. Soy Frankelda maneja muchos temas de forma superficial. En inicio nos habla de la frustración creativa, donde el viaje de la protagonista trata de ser una metáfora del poder de la narrativa como forma de resistencia y alivio emocional.
Asimismo, nos trata de dar un mensaje acerca de la afirmación de uno mismo ante la sociedad, así como la superación de obstáculos personales e históricos, donde cada persona crea su propia historia. Sin olvidar que el conflicto entre Herneval y Procustes representa la lucha por el control de la imaginación colectiva como fuente de poder. Donde lo viejo y lo nuevo están en constante puja para decidir el futuro de la sociedad.
No obstante, todo esto se va dando de manera segmentada y meros "flashazos", nunca se llega a nada concreto, e incluso la misma película te grita a la cara lo que quiere dar a entender, en lugar de armar una narrativa sólida para mostrarlo. Los inconvenientes de la película derivan en que Soy Frankelda literalmente es un episodio gigante de su serie. Los creadores tomaron un capítulo y lo expandieron para que durara casi dos horas.
La serie ya te contaba todo el origen de la protagonista en menos de media hora, lo que se hizo fue ampliar ese origen con el del Príncipe de los Sustos, además de agregar una "segunda parte" en el otro reino. De ahí que la trama, además de todo lo ya mencionado, se sienta también apresurada, donde todos los conflictos se dan y se resuelven de manera casi instantánea, como en un capítulo autoconclusivo de televisión.
Se siente como una segunda temporada de la serie de HBO Max condensada en dos horas, como un especial de televisión y no tanto una película.
Verla con el corazón
Personajes y diseños altamente imaginativos, influencias góticas, ambientes detallados, animación de primer nivel, pegajosos números musicales y mucha pasión. Eso y más es Soy Frankelda, primer largometraje en stop motion producido en México. Pero "eso" a veces es demasiado. Los hermanos Roy y Arturo Ambriz, fundadores y directores de Cinema Fantasma, nos traen un filme sobrecargado que no está libre de contratiempos narrativos pero cuya manufactura técnica e imaginación bien podrían convertirlo en un parteaguas para la industria de la animación en México.












