Tenemos que hablar de Kevin

La narración toma la forma de cartas que Eva dirige a su marido, Franklin, tras la masacre. En ellas detalla su relación matrimonial desde antes de quedar embarazada de Kevin, su hijo mayor, así como su vida cotidiana tras el hecho, que incluye visitas a Kevin en la cárcel. Asimismo, Eva detalla varios eventos que había mantenido en secreto a su marido, así como la conflictiva relación con Kevin, y repasa los hechos que llevaron al fatídico día de la masacre.

El comportamiento de Kevin a lo largo del libro se asemeja a un comportamiento sociopático, aunque las referencias se dejan libres a la imaginación de los lectores. Kevin apenas muestra afecto o responsabilidad moral hacia su familia o la comunidad; de hecho, parece despreciar e incluso odiar a todos, especialmente a su madre, con quien ha antagonizado desde un principio. Desde pequeño comete múltiples actos de sabotaje, desde acciones aparentemente inocentes como rociar el estudio de su madre con una pistola de pintura hasta alentar a una niña a arañar su piel afectada por eczema. La única actividad que parece llevar adelante placenteramente es la arquería, tras haber disfrutado el libro Robin Hood de pequeño.

A medida que el comportamiento de Kevin empeora, Franklin comienza a defenderlo cada vez más, convencido de que su hijo se encuentra sano y que debe haber una explicación razonable para todo lo que hace. Cuando está a su lado, Kevin se muestra como un hijo amoroso y respetuoso, aunque Eva desconfía de ello. Esta situación crea una brecha en el matrimonio; antes de la masacre, Franklin le pide a Eva el divorcio.

Celia, la hermana menor de Kevin, es concebida por la necesidad de Eva de crear un lazo con un miembro de su familia. A los seis años, Celia sufre un “accidente” en que un líquido corrosivo de limpieza le ocasiona la pérdida de un ojo. Dos explicaciones son posibles: o bien Eva había dejado negligentemente la botella al alcance de Celia, o de alguna manera Kevin la atacó. Aunque nunca se prueba, Eva culpa a Kevin del accidente.

Al relatar la horrible masacre, Eva cree que todo se debió a que Kevin quiso tener la última palabra y la victoria final sobre ella. La novela concluye con el segundo aniversario de la tragedia, tres días antes de que Kevin sea trasladado a una prisión común al cumplir la mayoría de edad. Asustado, él hace las paces con Eva dándole la prótesis ocular de Celia y pidiéndole disculpas por lo sucedido. Eva le pregunta por primera vez por qué cometió los asesinatos, y él le responde que ya no lo sabe. Se abrazan y Eva se da cuenta finalmente de que ama a su hijo.