Hay un secreto en la montaña, el viento pronuncia su nombre. Se llama Tippet Rise Center. Escondido entre las laderas de Fishtail, una solitaria comunidad de Montana, este singular complejo combina piezas de arte, naturaleza, arquitectura y música para ofrecer una experiencia incomparable a cualquier curioso que logra llegar a la cima.
Su paisaje no es una casualidad, está conformado por alrededor de 5 mil hectáreas, es decir, casi 15 veces la superficie de Central Park. Sin embargo, es un lugar tan elevado y despejado que da la sensación de que las nubes bailan sobre la hierba, un horizonte que se difumina sin preocupación alguna.
Tippet Rise Center abrió sus puertas en 2016, pero rápidamente se ha convertido en uno de los centros culturales al aire libre más interesantes del mundo. Además de su colección de arte a gran escala de importantes autores como Ai Weiwei, Alexander Calder o Mark di Suavero, entre otros, su popularidad también ha causado eco porque este santuario plantea más preguntas que respuestas.
Parte de su magia está en que los visitantes eligen libremente cómo descubrir o perderse en este lugar; dilema exquisito para un alma curiosa. Ante la enorme misión de recorrer este complejo, algunos optan por andar en bicicleta, mientras que, los más valientes, deciden caminar los senderos del Tippet Rise, que tienen como telón de fondo las imponentes montañas Beartoot con sus picos nevados que se aferran a no desaparecer ante el calentamiento global.
Para los visitantes, el recorrido es una pieza más de la experiencia que ofrece este complejo cultural. Minutos después de comenzar tu ruta, puedes notar cómo enormes obras de arte se asoman entre los valles, como Trilogy de Louise Nevelson, una pieza de color negro de 13 metros de altura que combina el acero y la madera para evocar las diversas etapas del desarrollo humano; son gigantes al acecho de tu percepción.
Los fundadores de este sueño son Peter y Cathy Halstead, quienes desde hace varias décadas atrás ya estaban convencidos de que el arte al aire libre genera una conexión única. Ella, pintora abstracta y él, pintor y poeta. Peter recuerda que en su época de universitario le dejaron de tarea escribir un ensayo sobre El cubo, una escultura de Tony Rosenthal. “Estuve durante tres horas frente a esa escultura y logré comunicarme con ella, a pesar del ruido de Nueva York. Fue increíble, todo el mundo desapareció. Quería ese sentimiento en mi vida todo el tiempo. Así que decidimos construir un lugar donde la gente pudiera conectarse con el arte, un lugar que fuese lo suficientemente grande para que cada escultura pudiera tener su propio valle”, cuenta.
“La gente cae en el hechizo de la música, la naturaleza y el arte. Es una combinación que genera una experiencia fuera de lo imaginable; teníamos la idea de compartir esta sensación”, agrega Cathy Halstead.