Un grafiti en un museo es como un león en una jaula
Un visitante frente a varias versiones de Love is in the air (Flower Thrower). Cortesía

Están los viejos aerosoles tiritando bajo el polvo. Unas 150 obras de Banksy, el enigmático dibujante callejero, aquel cuyo rostro y verdadera identidad siguen siendo un misterio, yacen expuestas en un museo del centro de Roma, entre los palacios del poder y de la moda, protegidas por un arco de seguridad a prueba de grafiteros descontentos con la deriva mercantilista de un arte nacido para protestar desde los muros desconchados de fábricas abandonadas.

La exposición, titulada “Guerra, capitalismo y libertad”, es la mayor organizada hasta el momento del artista surgido en Bristol en los años 80, y reúne algunas de sus piezas más conocidas —la niña con el globo en forma de corazón o la del manifestante encapuchado arrojando un ramo de flores—, procedentes de colecciones privadas, ninguna arrancada de las paredes.

El mundo del arte está lleno de fantasmas, pero ninguno con el pedigrí de Banksy. A la calidad de sus obras y al compromiso de sus argumentos, se une el gran misterio que envuelve su identidad y que hace un par de meses intentó desvelar la Universidad Queen Mary de Londres. Según el análisis realizado con técnicas policiales de más de 140 lugares en los que Banksy dejó alguna de sus obras, los investigadores llegaron a la conclusión de que se trata de un inglés de 42 años llamado Robin Gunningham, pero no pudieron dar con él. “¿Te imaginas que esté por aquí? Puede ser cualquiera de nosotros”, se pregunta con guasa Filippo, un romano de 28 años que acaba de pagar los ocho euros de la tarifa reducida de la entrada para contemplar la obra de quien durante años fue un héroe a imitar. ¿Ya no? Se piensa la respuesta. “Ya no tanto”, concluye, “es un debate que surge a menudo entre quienes también nos dedicamos al grafiti, ya sea de vez en cuando, como es mi caso, o de una manera casi profesional, como Blu (uno de los grafiteros italianos más conocidos). Un grafiti dentro de un museo es como un león en la jaula de un zoo”.

Dice Filippo mientras pasea con un par de colegas por las inmaculadas salas de la exposición —cada una con su atento guarda de seguridad— que los dibujos de Banksy, como el león cautivo, siguen manteniendo su belleza, pero han perdido su afán transgresor, la denuncia y el peligro, la adrenalina de la incursión nocturna y clandestina. Hasta los grafiteros españoles que entrevistó Arturo Pérez-Reverte para escribir El francotirador paciente tenían claro que “los verdaderos grafiteros no buscan exponer en galería”.