En No te veré morir, la más reciente novela del escritor español Antonio Muñoz Molina, publicada por Seix Barral, una pareja de jóvenes amantes es separada por el franquismo —que le robó casi 40 años a la España de mediados del siglo XX—; cinco décadas después, esos dos amantes, ya viejos y mirando más cerca su final, se reencuentran en una España distinta, ya en el siglo XXI, y redescubren el poder del amor, pero también el paso del tiempo que todo lo construye o lo destruye.
¿Qué hubiera pasado si un amor en vez de terminar se hubiera continuado?, ¿y qué hubiera pasado si ese amor hubiera alcanzado su clímax y se hubiera estabilizado en la cotidianidad? esas fueron las preguntas que le surgieron a Muñoz Molina, varios años después de que un amigo que conoció en Estados Unidos y volvió a ver en España le contó de ese amor que tuvo que abandonar y que acaba de reencontrar. Esos pocos detalles de la historia lo llevaron a crear una novela con las que miles de hombres y mujeres se han identificado y la han convertido en su historia de amor por fin contada.
¿Qué fuerza tiene el amor para seguir encendido medio siglo después?
Hay un poema del poeta español Luis Rosales que fue amigo de Federico García Lorca, que dice: “El amor es eterno mientras dura”. Yo creo que el amor puede durar poco, no puede durar o puede durar muchísimo, hay todo tipo de experiencias distintas, lo que sí me parece que la naturaleza humana es muy persistente a pesar de los cambios tecnológicos y todo eso y creo que nuestro equipaje psicológico está demasiado, profundamente enraizado como para alterarse radicalmente por el tiempo.
Lo que yo sí sé es que la pasión y el deseo y la necesidad de encontrarse reflejado y reconocido en otra persona es una necesidad humana muy profunda. Hay personas que les sienten menos, otras que les sienten más, pero a raíz de la publicación de este libro, se me acercan personas mayores y en voz baja me dicen: “A mí me ha pasado eso”.
Definitivamente, sí se produce un encuentro profundo de verdad entre dos personas, me refiero a ese encuentro que pasa pocas veces en la vida, en el que no solo encuentras a la persona que te gusta, sino que a través de esa persona encuentras lo mejor de ti mismo, eso puede durar, puede no durar, pero su huella se queda, porque eso modifica la mente.
¿También tiene que ver con estas historias que no se culminan con el final feliz?
Eso también, muchas veces hay una injusticia con las cosas que no llegaron a suceder, y es que la posibilidad no explorada queda permanentemente como posibilidad, por una parte, eso produce frustración, pero por otra, eso puede producir una especie de encantamiento, porque lo que no ha sucedido no se degrada, el camino no tomado no pierde su resplandor; y eso me parece injusto con el camino sí tomado y con las personas que han estado con nosotros, porque la experiencia real, claro, te somete a un desgaste que el ideal no va a sufrir nunca.
¿Las historias de amor están siempre en su literatura, pero esta va más allá?
Si repaso los libros y las historias que he escrito, la experiencia amorosa es central siempre, pero en este caso concreto, todo viene de una historia que me contó un amigo mío que conocí en Estados Unidos, con el que me encontré en Madrid y llegó tarde para un almuerzo que teníamos y siendo un hombre mayor que yo, muy reservado, pasó eso que pasa en la vida: que alguien nos abre su corazón y nos cuenta una historia fundamental en su vida. Y eso pasó. Yo mientras escuchaba esa historia estaba pensando “esto es para mí”. Pasó un tiempo, la historia se me quedó ahí en la cabeza, no anoté nada, pero surgió en un momento determinado.
¿Tenía los ingredientes para una gran historia de amor?
En línea generales está la situación básica, el carácter de los dos personajes, la mujer que se queda, hay una hija y el hecho de que inesperadamente el interlocutor, que es un profesor, pronuncia el nombre de una profesora y con eso desata todo el mecanismo de la historia.
En este caso la historia es contada como un gran río de gran fuerza que arrolla todo y no hay un solo punto. Esa parte de la historia solo podía ser contada así. Primero porque surgió así, yo no me lo propuse, pero fui muy afortunado porque fue como si encontrara una música y solo tuviera que seguirla, y ver hacia dónde me llevaba. Tenía un cuaderno y empecé escribiendo a lápiz, tanteando, no sabía a dónde iba a ir a parar, y de pronto fue tomando una fuerza que me hizo pensar “sí, llego hasta el final del cuaderno”, “sí, esto se puede sostener de manera natural, sin forzarla”. Cuando llegaba al final de cada día paraba y le ponía una coma, y al día siguiente empezaba otro capítulo; cada fragmento que hay en la novela, estos subcapítulos, están marcados por una jornada de trabajo.
¿Es tan arrolladora la historia que no hay descanso, ni un punto y aparte?
No hace falta el punto. A veces hay escritores, como es el caso de Thomas Bernhard o José Saramago o Javier Marías, que hacen un discurso continuo, pero lo que hacen es que ponen coma donde de manera natural tocaría un punto, este no es el caso. Esta es una fuerza.
Está una gran historia de amor que sale del corazón
Una gran historia de amor tiene que ser el resultado del arrebato, luego viene la corrección; pero también es verdad que ese arrebato está muy controlado de manera inconsciente.
Es como en la música, un buen músico improvisa, pero no se pierde. Esa parte solo podía ser contada de esa manera, no es que yo tuviera todas las cosas en la cabeza. Lo único que sí tenía, que es lo que siempre necesito, era un arranque y un impulso. No soy capaz de imaginar una ficción donde las historias de los personajes no estén conectadas a un tiempo histórico, espacial, eso es muy importante, el lugar y la secuencia temporal, y aquí está el franquismo. Es una novela muy corta, pero que abarca mucho.