Comentarios sobre el viaje

Vaya semana intensa la que acaba de terminar. El presidente, Andrés Manuel López Obrador, y su principal asesor en materia de política exterior, Marcelo Ebrard, debieron haber pasado varias noches de insomnio en fechas previas al miércoles 8 de julio, programado para el primer encuentro, cara a cara, con el presidente de Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump.

Siempre son estresantes las fechas de preparación de reuniones de ese tipo cuando se trata de jefes de estado importantes, pero los días previos a la del miércoles pasado debieron ser de pronósticos reservados.

No es por otra cosa. Se trataba, nada más ni nada menos, que de Donald Trump, el presidente de una de las naciones más poderosas del mundo pero, además, de un hombre impredecible, que puede salirse de protocolo en cualquier momento, que ha ofendido a México y los mexicanos a cada rato.

Pero también se trataba de un hombre que ha hecho desplantes groseros a personajes internacionales importantes como a la primera ministra de Alemania, Angela Merkel, a Nancy Pelosi, lideresa de la cámara de representantes de Estados Unidos, sólo por citar dos casos.

Pese a sus arrebatos de enojo del presidente López Obrador dentro de territorio mexicano y contra quienes él considera adversarios neoliberales suyos, el tabasqueño estaba destinado a comportarse en forma educada y en formas políticamente correctas frente a cualquier desplante de grosería o altanería que mostrara su homólogo estadounidense.

Pero, para sorpresa de todos, el señor Trump se comportó a la altura de las circunstancias y, salvo su discurso con algunas frases mentirosas, la diplomacia se antepuso durante todo el tiempo que estuvieron cara a cara ambos mandatarios.

Trump pudo haberse ahorrado las frases halagadoras hacia los 36 millones de migrantes mexicano-americanos que radican, de forma legal o ilegal, en Estados Unidos.

Se refirió a los migrantes como “grandes hombres y mujeres comerciantes, que conforman un gran porcentaje de propiedad de negocios que son sumamente exitosos.

“Son como usted –refiriéndose a López Obrador-, grandes negociantes, grandes personas y seres honorables”. Palabras textuales del señor Trump.

Digo que se pudo haber ahorrado esas palabras porque todos los ciudadanos mexicanos que hemos estado vivos y despiertos durante los últimos años, hemos sido testigos de la forma en que el mandatario estadounidense ha despreciado, ofendido y agraviado a los migrantes radicados allá y a todos los demás que vivimos en México.

Todos nos hemos dado cuenta de sus expresiones raciales hacia los mexicanos y de sus insistentes intentos de construir un muro enorme que divida ambas naciones.

El presidente mexicano fue mucho más cuidadoso en sus expresiones porque dijo que Donald Trump ha sido respetuoso hacia su persona, a la imagen del presidente mexicano, y que ha sido respetuoso de la soberanía mexicana. Fue un discurso escrupuloso, como debía ser. Esa parte sí hay que reconocérsela al presidente.

El mandatario mexicano no tenía de otra. Todos los presidentes mexicanos tienen que plantarse en forma muy respetuosa frente al gigante de Norteamérica y del mundo. Cualquier desplante de un presidente mexicano podría generar reacciones de un mandatario estadounidense –y de Trump se puede esperar lo peor- que podrían afectar a millones de mexicanos. López Obrador se comportó en forma políticamente correcta. Eso fue lo que a él le correspondió.

Desde luego, no debemos olvidar que esas reuniones son confeccionadas desde mucho tiempo antes y ese trabajo le tocó al canciller Marcelo Ebrard quien debió haber hecho uso de sus habilidades para negociar el formato y el contenido del citado encuentro.

De esas maniobras del canciller debieron haber surgido los discursos suaves y diplomáticos de ambos mandatarios.

Vaya, salvo el discurso incongruente de Donald Trump, los analistas han coincidido en que se trató de un encuentro exitoso para ambos mandatarios, porque no pasó a mayores.

Solamente fueron tratados asuntos de forma. Los temas de fondo todavía los habremos de descubrir después.

Los temas de forma fueron los que todos pudimos ver a través de las cadenas de televisión, las fotografías difundidas y por las palabras dichas por ambos personajes.

El tema de fondo habrá de saberse después y se va a materializar en las votaciones que vaya a tener Trump en sus intentos reeleccionistas.

El Tratado de Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, el principal pretexto esgrimido públicamente para hacer la multicitada reunión, ya está escrito. El documento ya fue firmado desde hace algún tiempo. Sus cláusulas fueron hechas y firmadas desde hace varios meses.

Todos queremos que las relaciones entre México y Estados Unidos fueran de mucha cooperación y mucho entendimiento para beneficiar a miles de empresarios mexicanos que exportan sus productos y artículos hacia EU y para permitir trabajar, tranquilamente y sin persecución alguna, a esos 36 millones de migrantes mexicanos que radican allá, pero desafortunadamente nos tenemos que quedar con bajas expectativas de que eso ocurra porque esa nación vecina nuestra siempre ha salido con ventajas sobre los mexicanos.

Pero ni modos nos tenemos que conformar con aquella frase, ya famosa, de “pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.

El trato que Estados Unidos dará a México ya está escrito desde hace muchos años. Si Donald Trump se reelige en el cargo es casi seguro que seguirá dando el mismo trato de desprecio y supremacía sobre los mexicanos.

Y si gana Joe Biden, candidato de los demócratas, esa ya será otra historia. Va a depender de qué tan resentido sea para cobrarse ese desdén, obligado e inevitable, de un presidente mexicano de ir a reunirse con sólo un candidato, de los dos más fuertes, y haber dejado al otro de lado.

alexmoguels@hotmail.com