Renuncias dañan a la 4T
Efectivamente, renuncias a una secretaría de gabinete o a cualquier otra posición en el gobierno federal, o de los otros órdenes de gobierno, siempre han existido y por diversas circunstancias. Han sido comunes también los ceses o enroques hechos a voluntad y por conveniencia del presidente o de los demás gobernantes en turno.
Pero la de la semana reciente no fue una renuncia común, ni fue una renuncia más. Se trató de una dimisión, de un total de doce que han ocurrido en los primeros dos años del sexenio del presidente, Andrés Manuel López Obrador, que han tenido un común denominador: por discrepancias o desacuerdos con el mandatario nacional.
Porque él quiere mandar en todas las áreas y no quiere delegar responsabilidades entre los titulares de las dependencias.
Todas las instituciones están regidas por la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal y su funcionamiento está ligado al Plan Nacional de Desarrollo de que se trate, en este caso, al PND 2018-2024. Todas sus acciones deben estar encaminadas a cumplir metas específicas a lo largo del sexenio y cada una tiene funciones específicas. Salirse de ese orden significa ir al rotundo fracaso de las instituciones y, por tanto, estarían destinadas a causar un caos entre la sociedad.
Los escándalos mayores han sido la renuncia de su primer Secretario de Hacienda y Crédito Público (SHCP) Carlos Urzúa porque las discrepancias rayaron en puntos clave que ponían en riesgo a la economía del país.
La renuncia del director general del IMSS, Germán Martínez Cázarez, quien abiertamente declaró que desde Hacienda le imponían nombramientos en el organigrama de la institución y que le impedían maniobrar administrativamente parar el funcionamiento de la institución.
Y, ahora, la renuncia del titular de la SCT, Javier Jiménez Espriú, de igual forma se dejó bien claro que la principal discrepancia era que el presidente ordenó que las fuerzas armadas se hagan cargo de la supervisión de las aduanas del país con el propósito de limpiar esas instancias de la corrupción galopante que hay en ellas.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, entregó a los militares el control administrativo de los puertos y aduanas para combatir el tráfico de drogas y la corrupción.
El problema es que el presidente toma las decisiones sin siquiera preguntar con sus asesores sobre la conveniencia política o legal de hacer tal o cual cosa. No. Él toma las decisiones y, al día siguiente, cuando ya le ha caído una avalancha de críticas es que viene a enterarse de que ha tomado una mala decisión. Y, aun así, se sigue derecho.
A menos que haya un impedimento legal que pudiese llevar el tema a los tribunales y con altas probabilidades de perder los casos, es que sutilmente se echa hacia atrás. De lo contrario se sigue de frente.
De todas formas, cada que toma una decisión de esas que termina en la inminente salida de su gabinete de alguno de sus colaboradores por temas como los de Jiménez Espriú, el jefe del ejecutivo federal termina perdiendo siempre, porque queda una clara evidencia de que ha ejecutado una decisión autoritaria. Eso no es bueno para un gobierno que se precia de ser muy democrático.
¿Ha disminuido la tensión?
La tensión ha disminuido un poco. Ha bajado la angustia. Y ha bajado información en nuestro entorno respecto de enfermos o fallecidos sobre coronavirus. Eso pudiera ocurrir porque los contagios estén realmente disminuyendo o porque la letalidad de la enfermedad también esté bajando o, podría ocurrir también, porque ya dejamos de tener tanto miedo como al principio.
Quién sabe. Podría ocurrir por distintas y variadas causas que no pueden ser comprendidas a cabalidad.
Podría ser que muchas personas estén venciendo al virus sin siquiera saberlo, porque son fuertes y asintomáticas.
No lo podemos saber a ciencia cierta, hasta que las autoridades no nos den información verdadera respecto de los datos registrados. Hasta que nos revelen en forma auténtica de que ya no están llegando enfermos graves a los hospitales y que los pacientes ya no requieran ser intubados.
Solamente entonces podremos estar en condiciones de poder cantar victoria y podremos afirmar, con toda certeza, que la pandemia estará disminuyendo.
Por el momento aún no es posible decirlo, porque solamente hay percepciones individuales de cada quien que podrían estar mostrando una realidad inexistente.
De todas formas, ya hay esperanzas de que estamos tratando de volver a una nueva normalidad, tan necesaria para reactivar la economía de millones de personas.
Lo cierto es que el virus todavía anda merodeando entre todos nosotros y, por tanto, es imprescindible que cada quien se cuide y se proteja con todas las medidas correspondientes: usar cubre bocas, lavarse las manos con agua y jabón por lo menos veinte segundos continuos, usar gel antibacterial cada que sea conveniente y, salir a la calle sólo cuando sea muy necesario, guardando la sana distancia requerida.
No hay que confiarse aún. El virus sigue deambulando por las calles. Sigue vigente. Tal vez haya bajado el miedo y el temor que todos tuvimos en un inicio de la pandemia. Tal vez tengamos más certeza de poder enfrentarlo porque ya hemos visto cómo muchas personas han enfermado y han sanado.
Hemos visto cómo ya existen algunos medicamentos que ayudan a sobrellevar la enfermedad. Tal vez eso haya bajado la tensión social que estuvimos padeciendo hace dos o tres meses.
Pero hay todavía mucha incertidumbre respecto del comportamiento del virus: ataca en el momento menos esperado, embiste con una fuerza variada y en forma distinta a cada persona. No sabemos cuándo, cómo, ni dónde nos va a asaltar, algo que hace, por cierto, con gran eficacia. Prevalece esa incertidumbre. Lo único cierto es que el virus está vigente y nos puede llegar en cualquier momento.
alexmoguels@hotmail.com