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Hoy Escriben - María Emilia Molina de la Puente

Agosto: el mes en que se apaga el Poder Judicial que fuimos

Llega agosto, y con él, el último aliento de un Poder Judicial que conocimos, defendimos y ayudamos a construir. No es un mes más. Es el mes en que se van -por imposición, no por voluntad- cientos de juzgadoras y juzgadores que le dieron sentido, alma y rumbo a la justicia en México.

El mes en que las togas cuelgan sin ceremonia y las carreras se interrumpen sin justicia. Es el mes del primero de los dos actos que marcarán la desaparición de toda una generación de personas juzgadoras del Poder Judicial Federal; del adiós obligado.

Porque sí: todas las personas juzgadoras hemos sido cesadas. Lo único que decidió quién salía antes fue una tómbola indigna, que se disfrazó de procedimiento democrático para maquillar una injusticia histórica.

El azar enmascarado de reforma dictaminó que algunas debían irse en 2025 y otras en 2027. Pero el desenlace es el mismo: nuestras carreras han sido interrumpidas por una reforma que no reconoce trayectoria, ni preparación, ni principios.

Agosto es el mes en que concluyen formal y forzadamente los encargos de la más de la mitad de las personas juzgadoras en México. Las compañeras y compañeros que compartieron años de trabajo, discusión jurídica, audiencias, foros, seminarios, sentencias. Las personas con las que pensábamos continuar hasta el final. Las que eran referentes, aliadas, inspiración.

No es fácil escribir esto sin sentir un nudo en la garganta. Porque no solo se van cargos, se van personas. Se van, entre otras: Julia, Miguel, Nancy, Eduardo, Yazmin, Marlen, Hugo, Livia, Paty, Miguel Ángel, Liliana, Antonio, Gaby, Lulú, Mar, Jorge, Bety, Fernando, Adriana, Marco, Martha. Se van con la frente en alto y el corazón roto, como tantas otras y otros más. Se van años de carrera judicial que no se improvisaron ni se regalaron: se construyeron día a día, con estudio, con rigor, con ética.

Se van sabiendo que fueron una generación de juzgadoras y juzgadores formadora de otras. Que muchas y muchos aprendieron (aprendimos) derecho, ética, templanza y valentía mirándolos ejercer, sentenciar y resistir.

Nos vamos todos, aunque la notificación tenga distinta fecha. El Poder Judicial que fuimos ya no tiene lugar en este nuevo modelo que desdeña la carrera judicial y disfraza de democratización lo que en realidad es despojo.

Nos vamos sabiendo que no fallamos. Porque, aunque nuestro trabajo siempre pudo ser perfectible, tenemos la conciencia tranquila; porque dimos años -décadas- de nuestra vida profesional para construir justicia. Lo hicimos tan bien, que fuimos incómodos.

También se van criterios. Aquellos que marcaron un antes y un después. Criterios valientes de mujeres y hombres que se atrevieron a poner freno al poder, a defender derechos aun cuando nadie más los defendía. Decisiones que no buscaban aplausos, sino justicia.

De eso saben bien los jueces, las juezas, los magistrados y las magistradas; y también las ministras y los ministros: Norma, Ana Margarita, Javier, Juan Luis, Alfredo y Jorge Mario, cuyas posturas han sido luz en tiempos de sombra; esas que mantuvieron viva la llama de la independencia, aun cuando arreciaban las amenazas políticas y sociales. A ellos también les toca enfrentar hoy un nuevo contexto que amenaza con borrar lo que han defendido durante años.

A los consejeros Lilia Mónica y Alfonso, que alzaron la voz en medio del silencio, también va este reconocimiento. Porque no es menor defender la independencia judicial cuando hacerlo puede significar aislamiento, crítica o represalia. Porque eligieron hablar cuando era más cómodo callar. Porque supieron sostener, dentro del Consejo de la Judicatura Federal, una defensa valiente del servicio de carrera y del principio de legalidad frente a una tormenta sin precedentes. Gracias por no claudicar.

Queda el eco de sus palabras en los criterios, en los votos particulares, en los precedentes que aún resisten. Queda su legado, aunque quieran hacerlo pasar como desecho de un sistema “viejo” que estorbaba a la “transformación”.

Pero no. Lo que estorba a quienes quieren capturar al Poder Judicial no son las estructuras viejas, sino las personas íntegras. Las que no se someten, las que no negocian con la justicia, las que creen en la Constitución incluso cuando esta duele.

Se van porque el poder político decidió prescindir de la independencia judicial. Porque no cabían en un diseño institucional sometido.

Y aunque duele profundamente verlos partir, también duele sabernos -las y los “de 2027”- cesados en turno. Permanecemos por ahora, pero sin garantías, sin carrera, sin certeza. Como custodios provisionales de un sistema que ya fue desmontado desde la Constitución. Resistimos, sí, pero con el corazón encogido al verlos irse y con el alma herida de sabernos los siguientes.

Por eso agosto duele tanto. Porque no se trata solo de despidos, jubilaciones forzadas o reformas constitucionales. Se trata de una fractura humana. De perder de golpe una generación entera que sostenía, con convicción y humanidad, las bases de la justicia mexicana.

Después de décadas de servicio, vieron un número en una tómbola que les puso esta fecha “de caducidad” y les cambió la vida. De quienes han tenido que recoger su oficina sin que nadie -ni el Estado, ni la sociedad- les diga “gracias”.

Pero este texto es eso: un “gracias” colectivo. A todas y todos los que se van con dignidad, con la cabeza en alto, con la toga doblada en el brazo, pero nunca arrastrada. Porque ustedes, los que construyeron justicia con el ejemplo, no se van de verdad: permanecen en cada sentencia justa, en cada precedente con alma, en cada persona a la que ayudaron a encontrar amparo, a obtener custodia, a exigir reparación, a vivir con dignidad. Porque esta generación -toda- no fue vencida: fue cesada.

Agosto será, sí, un mes de duelo. Pero también será el inicio de una memoria activa. No permitiremos que se borren sus nombres, ni sus luchas. Hoy, más que nunca, toca nombrar. Y resistir. Porque los principios no se sortean y la justicia no se improvisa.

Nos duele su partida, pero nos fortalece su ejemplo.