Memorial a Blanca Margarita
López Alegría (1965-2015) Olvídate de todo menos de mí,
y vete a donde quieras
pero llévame en ti […]
José Alfredo Jiménez
Memorial a Blanca Margarita
López Alegría (1965-2015)
Olvídate de todo menos de mí,
y vete a donde quieras
pero llévame en ti […]
José Alfredo Jiménez
De alguna manera, comprendo que “El pueblo no tenga memoria”, ya que ésta opera de manera especial en el colectivo, pero me cuesta concebir qué pasa en la memoria de los individuos, siendo más específicos con los “Amigos”. Reflexiono al respecto, ya que hoy cumpliría 50 años de vida la poeta Blanca Margarita López Alegría, quien en vida fue una persona solidaria con muchas personas, me consta. Y paradójicamente está completamente olvidada, ninguno de sus amigos, compañeros y familiares la recuerda en el tránsito de estos dos años y cinco meses de su partida, no es justo ya que la lealtad es uno de los valores rectores de la confraternidad ¿Qué tiene que ver la forma en qué murió?, si lo que debe de prevalecer es la forma en que vivió.
Su obra poética no fue abundante, se reduce a tres libros “El sonido del mar”, “La noche de las gaviotas” y “El silencio del agua”, y algunos poemas publicados en seis antologías, este conjunto se debería publicar por alguna institución cultural. Margarita, era una poeta que conocía su oficio, sus poemas no son el producto de una primera intensión, son el resultado de muchas lecturas, del conocimiento de la lengua y sobre todo del manejo de las figuras retóricas y del símbolo.
Hay algunas interrogantes básicas, éstas se traducen como directrices que se ocupan de los principales estudios de sociología e historia, que se le ha denominado historia social de la memoria: ¿Cómo recuerdan las sociedades? ¿Cómo se articulan los recuerdos colectivos? ¿Qué se instituye como algo recordable y que es lo que se olvida?
Al igual que desde la filosofía fenomenológica, Maurice Halbwachs (On Collective Memory, Chicago, 1992) plantea que ningún recuerdo sobre el pasado puede llevarnos objetivamente a lo que sucedió concretamente. Nuestros recuerdos estarán condicionados por el presente, y la forma como fueron guardados en la memoria, los hechos que condicionaron el recuerdo y las sensaciones que tuvimos al vivir el fenómeno. Aparejado a ello, se da la idea del continuo como tiempo de la memoria, donde el sólo hecho de saltar desde el presente hacia el pasado, le entrega una linealidad a la memoria que desvirtúa la objetivación de un pasado tal cual fue.
De esta forma, Halbwachs tratará de explicar los fenómenos sociales que ocurren en este complejo fenómeno que constituye la memoria colectiva: “Preservamos memorias de cada época en nuestras vidas, y éstos se reproducen continuamente; a través de ellos, como por la relación continua, un sentido de nuestra identidad está perpetua. Pero exacto porque estas memorias son repeticiones, porque sucesivamente se contratan a sistemas muy diversos de nociones, en diversos períodos de nuestras vidas, han perdido la forma y el aspecto que tenían una vez”.
Según Pedro Milos (Historia y Memoria, Chile, 2007), lo que le interesará a los sociólogos que siguen la ruta marcada por Halbawchs, son los fenómenos del recuerdo y de simbolización dentro de ciertos marcos sociales que le dan inteligibilidad a los mismos fenómenos pasados, jugando un rol fundamental en los fenómenos de cohesión social y de constitución de identidades. De esta manera “los hechos que se recuerdan son los que tienen una significación, porque ellos han sido objeto de razonamiento”. Al respecto, Alaín Drouard (Revue Française de Sociologie, Francia, 2004) señala que en los planteamientos de Halbawchs los recuerdos, además de su carácter colectivo, cumplen una función social: imponiéndose a los individuos como normas sociales, ellos son uno de los instrumentos de la integración social. Y concluye: en definitiva, la memoria colectiva no es otra cosa que la conciencia colectiva de Emile Durkheim.
Al fondo de esos corredores de la memoria, está Eraclio Zepeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 24 de marzo de 1937–Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 17 de septiembre de 2015), para seguir narrándonos sus andanzas que aparece en el libro de mi autoría “Los pasos de Laco -entrevista a Eraclio Zepeda-“ (Juan Pablos Editores y Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas 2013):
“Cuando en Cuba tomé la decisión de irme a China, lo primero que hice fue reunirme con mis jefes militares, mis compañeros y mis subordinados. Y mientras platicaba con mis compañeros pensaba, como todo joven, que la muerte no podía habitar debajo de mi uniforme, se mueren los otros, no uno. Y la muerte se reparte de una manera tan granada, la gente se desgrana, cae. Los combates son asuntos de jóvenes, únicamente ellos se atreven a hacer los esfuerzos enormes que implica una guerra. A los que tenían diez años más que nosotros los veía preocupados de que les fuera a pasar algo, tenían hijos, y tener hijos y estar peleando en una guerra es cosa muy complicada.
Los compañeros de una unidad de combate se vuelven tus hermanos, hay una relación íntima y solamente así se puede combatir, tú debes estar dispuesto a salvar la vida de tu compañero y ayudarlo; incluso, tomar el peligro sobre tus propios hombros. Un muchacho que estaba a mis órdenes cayó herido de una pierna y en medio del combate, lo cargué y lo saqué de la balacera. Esto fue en Santiago de Cuba, y su abuela, que criaba unas diez gallinas en su patio, lo supo. En agradecimiento, me regalaba cada semana dos huevos que yo guardaba en mi cuarto, no los compartía con nadie. En esa época los huevos eran escasísimos en el mercado. Esos dos huevos los hacía revueltos, siempre he sido un pésimo cocinero pero prepararlos me garantizaba que me comía los dos, yo solo. Años después, cuando Elva y yo vivíamos en China, aunque teníamos servicio de restaurante, ella consiguió una parrilla eléctrica en nuestra habitación y cocinaba a veces. Ella, que ha sido siempre una magnífica cocinera, un día hizo unos huevos a la mexicana y cuando los probé me parecieron espléndidos.
—¡Elva, qué cosa tan sabrosa! ¿Qué le pusiste?
—Sal —contestó. Ahí me di cuenta que en Santiago no se me había ocurrido que el huevo tenía que llevar sal.
Llegar a China fue un hecho prodigioso; en ningún lugar del mundo tienes el sentido de extranjería tan completo. A cualquier país que llegues, siempre encontrarás un asidero del que te puedes agarrar: la arquitectura, la literatura, la música, aspectos culturales que te abren la puerta del país que estás descubriendo. En China todo es diferente, el sentido de extranjería es total. Veníamos del aeropuerto al hotel donde íbamos a vivir, Yoi Pin Wan, Hotel de la Amistad, druzhba en ruso, y en el camino encontramos un carretón que era tirado por un camello y una cabra. Cuando vi eso pensé que los chinos son capaces de hacer cualquier cosa.
Elva llegó a Pekín a los dieciocho años y con el talento natural que tiene para aprender lenguas extranjeras, tuvo un ingreso estupendo a la poesía. La obra de Elva tiene mucho de herencia oriental, la brevedad, la profundidad, la relación con el paisaje. Todo eso Elva lo eligió conscientemente. Y tuvo además la oportunidad extraordinaria de ser maestra de español para niños chinos de ocho a diez años, niños que aprendían español, inglés, alemán o francés. Elva, que nunca había dado clases, pensó que enseñaría a hablar a los niños chinos como enseñó hablar a sus sobrinos. Se acompañaba de una maestra auxiliar bilingüe. A los seis meses fui a visitar la clase de Elva y llevé a una niñita chilena rubia, de la misma edad que los niños chinos. Cuando llegué, una chinita le tocó el pelo y le dijo:
—¿Cómo te llamas? Tienes el pelo amarillo. —Ya estaban hablando español.
Nuestra estancia en China duró casi dos años, fueron veintitantos meses fascinantes. Pekín es una ciudad que deslumbra, capital de un imperio, con una arquitectura prodigiosa y gran movimiento. Una multitud tan grande caminando, caminando, caminando y el sonido de esa multitud. Casi no había extranjeros, en la calle despertábamos una gran curiosidad, a cualquier lugar donde llegábamos nos rodeaba la gente. Un día estábamos en una tienda escogiendo alguna de las formidables sedas chinas y los hombres y mujeres empezaron a tocar el mismo lienzo que nosotros estábamos comprando, sólo para vernos de cerca.
Otro día Elva y yo caminábamos en una calle sorteando el verano tan fuerte de Pekín, a más de cuarenta grados en medio de la cotidiana multitud. Transitábamos por la calle Ta Sha La, mi mano estaba sudada y esto me causó pudor, así que la solté para secarme con mi pañuelo, pero al volver a tomarle la mano noté que Elva detenía el paso, tiré suavemente de ella y seguimos caminando. Más adelante volteé a verla y en vez de su mano traía la del chino más transparente que he visto nunca. Él venía aterrorizado porque aquel diablo extranjero lo jalaba; lo solté y luego me costó trabajo encontrar a Elva en aquella multitud.
El tiempo que pasamos allá fue inolvidable. Con la facilidad que tiene Elva para aprender idiomas ya hablaba algo de mandarín o pekinés, entre los muchos idiomas y dialectos que se hablan en esa enorme geografía. Esto nos permitía llevar una vida muy independiente sin ayuda de los traductores de la escuela o del hotel. Salir de compras era un placer, sobre todo con los anticuarios. En aquellos días del inicio de la revolución cultural los chinos aparentaban desprecio por las antigüedades, eso aunado a la pobreza que se vivía en el país nos permitía, con algunos ahorros en la vida diaria, comprar pinturas, dibujos, pequeñas esculturas y tallas o cerámicas a precios bajísimos. Nuestras habitaciones de Yoi Pin Wan se engalanaban después de cada excursión a Wan Fu Shin, la calle de los anticuarios. Eran los pocos negocios particulares que sobrevivieron a la revolución. Pero no por mucho tiempo. En un callejón del centro solíamos saludar a otro sobreviviente del capitalismo, un anciano que sentado en un pequeñísimo banquito vendía, con una tetera muy abollada,
té que ofrecía en tazones desportillados.
Un aspecto deslumbrante de la cultura china es su cocina, con sus platillos regionales tan diversos. Después de esta aventura, que te voy a relatar, Elva sostenía que en los restaurantes chinos no hay que preguntar qué estás comiendo. En Cantón nos dieron un plato suculento que se llamaba “Dos tigres luchan contra un dragón”. Elva averiguó los ingredientes del plato y resultó que habíamos comido gato con culebra. En otro viaje más reciente, también a Cantón, nos ofrecieron probar un plato de carne de perro, Elva preguntó:
—¿Los perros son de criadero?
—No, son de la calle.
—No, gracias, no vamos a comer perro.”