Después de la erupción del volcán Pinatubo en 1991, la temperatura global cayó alrededor de un grado durante un par de años. El motivo fue simple: millones de partículas arrojadas a la atmósfera bloquearon parte de la radiación solar.
Hoy, la ciencia estudia si es posible replicar ese efecto de manera controlada mediante la inyección de aerosoles estratosféricos. A esta propuesta se le conoce como geoingeniería, una intervención a gran escala para contrarrestar el cambio climático sin necesidad -al menos en teoría- de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
La idea suena tentadora, pero abre una caja de Pandora. Si los países no han logrado ponerse de acuerdo en la reducción de emisiones, ¿cómo podrían coordinar un proyecto global de manipulación climática?
Peor aún: ¿qué pasaría si una gran potencia -o incluso un multimillonario con recursos- decidiera aplicar unilateralmente esta técnica? La pregunta no es solo técnica, también ética: ¿tenemos legitimidad para manipular el planeta entero y la vida que alberga?
Hasta ahora, la mayor parte de los modelos y simulaciones sobre geoingeniería se realizan en supercomputadoras de países del Norte Global. Eso deja fuera a investigadores del Sur Global -México incluido-, que no tienen forma de evaluar escenarios propios: ¿qué pasaría si inyectamos más o menos aerosoles? ¿Y si combinamos la geoingeniería con reducción de emisiones? ¿Qué ocurriría si, tras iniciarlo, decidimos suspender abruptamente el experimento?
Por eso es urgente desarrollar herramientas accesibles que permitan democratizar la modelación climática, utilizando modelos estadísticos que corran en cualquier computadora de escritorio. Solo así podremos estudiar con independencia los impactos regionales, especialmente en los trópicos, donde vive la mayor parte de la humanidad y donde las simulaciones anticipan cambios todavía más extremos en las lluvias.
Para países como México, dependientes de la agricultura de subsistencia, entender esos riesgos podría marcar la diferencia entre prosperidad o crisis.
El cambio climático ya nos enfrenta a sequías e inundaciones más intensas. La geoingeniería podría exacerbar esas desigualdades si no se estudia desde la mirada y los valores del Sur Global. Evaluar riesgos sobre disponibilidad de agua, ecosistemas o seguridad alimentaria es fundamental para construir políticas que nos protejan.
La descarbonización rápida de la economía -apostando por energías renovables, movilidad eléctrica y sistemas alimentarios sostenibles- sigue siendo la mejor estrategia.
La geoingeniería no debe verse como un atajo, pero sí como un escenario que necesitamos entender. En un mundo marcado por tensiones geopolíticas y la inercia de las emisiones, ignorar las posibles consecuencias sería tan riesgoso como aplicarlas sin reflexión.