Lo sucedido en Culiacán este jueves 17 de octubre es más que una balacera; representa el símbolo de la capitulación del estado de derecho frente al crimen organizado.

Está circulando en redes sociales el mensaje que Sir Winston Churchill dedicó a su antecesor en el cargo, el premier de Inglaterra, Neville Chamberlain, quien había regresado de una reunión con Adolfo Hitler, realizada el 30 de septiembre de 1938, muy satisfecho de haber negociado con este político alemán el denominado Pacto de Munich, dando grandes concesiones para evitar la guerra.

Churchill le dedicó la frase: “Quien se arrodilla para conseguir la paz, se queda con la humillación y con la guerra”. También existe otra versión del mismo mensaje: “A nuestra patria se le ofreció elegir entre la humillación y la guerra; ya aceptamos la humillación, ahora tendremos la guerra”. El tiempo le daría la razón a Churchill pues cuatro meses después estalló esta conflagración mundial.

Se dice que esta actitud débil de Chamberlain habría estimulado a Hitler a invadir más territorios. Del mismo modo, ante la percepción de debilidad por parte del gobierno mexicano frente a los cárteles, podemos esperar que otras organizaciones puedan verse estimuladas a enfrentar al gobierno y sus instituciones cada vez que se vean amenazados. Sin embargo, esto no sólo estimula a los grandes cárteles, mejor armados, sino también a grupos ciudadanos que aprovecharán para delinquir sabiendo que no habrá consecuencias si realizan un movimiento mediático.

Si esta actitud asumida en Culiacán fuese simplemente dar un paso atrás para tomar impulso y replantear la estrategia en contra del crimen organizado, se justificaría, pero en su entrevista mañanera el presidente afirma que no habrá cambio de estrategia, la cual es la réplica de lo desarrollado en los años anteriores. Por tanto, ante las mismas acciones, podremos esperar los mismos resultados fallidos, pero quizá ahora agravados.

Lo sucedido en Culiacán no es algo sorpresivo, sino la consolidación de un fenómeno social que ya se estaba presentando con mucha frecuencia en diferentes municipios pequeños y olvidados, donde la población se hace justicia por su propia mano, ajusticia delincuentes y sienta a negociar a las autoridades condiciones que se contraponen a la aplicación de la ley. Por tanto, Culiacán es un parteaguas. La víctima ya no fue un pueblito, sino la capital de una de las entidades federativas, la sede de los poderes políticos del estado y lugar donde están arraigadas las cabezas de toda la estructura gubernamental, incluyendo la de seguridad pública.

Un cártel logró su objetivo y después por voluntad propia abandonó la plaza con un sabor a victoria, sentando un precedente de que sí es posible doblegar al Estado Mexicano y sus instituciones. No será raro que en el futuro esta pesadilla empiecen a vivirla otras ciudades importantes del país.

Esta guerra se está perdiendo a consecuencia del menosprecio al que se ha sometido al estado de derecho, pretendiendo sustituirlo por el criterio personal de quien gobierna.

Culiacán representa la pérdida del respeto que siempre se le tuvo al Estado Mexicano y sus instituciones, incluso por parte de la delincuencia organizada.

De tanto justificar el delito como producto de las injusticias sociales y la pobreza, la gente va creando nuevos paradigmas morales y le da interpretación al robo como una reivindicación social, lo cual deriva en delincuencia justificada.

La frivolización del delito a partir de frases como fuchi… guácala y los llamados en Tamaulipas a que “nos portemos bien”, o amenazas hechas a encapuchados de acusarlos con sus mamás y abuelos, no representan el lenguaje que inspira respeto, ni una firmeza disuasiva de quien gobierna aplicando el rigor de la ley.

Es fundamental exigir que se respete el estado de derecho y la aplicación de la ley como una responsabilidad que no está sujeta a criterios ni a interpretaciones personales.

¿Usted cómo lo ve?

Twitter: @homsricardo