Legisladores Sumisos

Un Toro en la Cámara

Con la apabullante mayoría de Morena, la LXIV Legislatura –sesenta y cuatro-, trabaja sin despegarse todavía del mayor de los vicios de nuestro sistema: la sumisa actitud de los diputados y senadores que componen las fracciones vencedoras respecto a la voluntad presidencial que se traslada al Legislativo, sin detenerse en el principio de la autonomía entre los poderes que forman la Unión y el gobierno, de acuerdo al sello correspondiente o del “estilo personal de gobernar”, como enfatizó el maestro Daniel Cosío Villegas hace más de medio siglo, de cada mandatario.

Sobre el particular el presidente ya se pronunció: no quiere ser líder moral ni cacique de su partido. Detesta los términos y, sin embargo, envió una carta a los legisladores de su partido y la dirigencia del mismo pidiéndoles que la asamblea para elegir a un nuevo o nueva presidente borre los viejo vicios que ya afloraron, de la mano de Ricardo Monreal, en la votación que guillotinó la reelección de Martí Batres como presidente de la Mesa Directiva del Senado hace un año; luego sucedió lo mismo con el diputado Porfirio Muñoz Ledo, icono del lópezobradorismo, quien ya cuestionó a sus compañeros de bancada llamándolos serviles y esbirros del mandatario.

Andrés Manuel López Obrador, presidente de este país y con una escala de popularidad decreciente no ha podido liberarse de las heredadas “tradiciones” autócratas de otros tiempos y, por ello, en otras ocasiones ha manifestado su interés en legislar, a su gusto, desde los largos casi veinte meses, más los cinco de la transición, que han extendido las falsas autonomías incluyendo la supuesta del Fiscal General apretado entre consignas... como en el caso de Emilio Lozoya Austin, la cereza en el pastel hasta ahora.

Andrés Manuel López Obrador quien alcanzó el 53.4 por ciento de los sufragios oficialmente contabilizados –acaso fueron más conociendo las triquiñuelas casi invisibles de los oficiantes de la manipulación-, ha descendido siete puntos en las preferencias públicas en correlación a las elecciones –en las que solo votaron 60 de los más de 90 millones de empadronados-, situándose en 46 por ciento de aprobación según estudios publicados por el grupo Aristegui, no debe desdeñar el hecho de que el aval popular irá desvaneciéndose en la medida como ignore el clamor general contra algunos engendros –ya son varios-, atraídos por él y cuyos nombres enardecen porque están ligados, sin lugar a dudas, al viejo régimen.

Sólo falta que llame a sus filas a Carlos Salinas de Gortari, gran bailarín al ritmo de ¡Tiburón, Tiburón! –no entiendo cómo quienes lo descubren lo dejan pasar atemorizados-, y apunte hacia el “derecho” a las segundas oportunidades. El “padre de la desigualdad moderna”, ya no mafias del poder deambula acaso buscando lo que ya ocurrió así en Perú con Alan García y quienes fueron sus gobernados, tras la reelección del personaje, rompieron sus vestiduras avergonzados por el desastre; ahora tienen un rey... pero en el toreo –Andrés Roca Rey-. Aquí ni eso.

Es hora de que el Congreso actúe sin líneas presidencialistas, ni amagos de chantajes de una minoría rota y desprestigiada que no tiene siquiera cara ni fuerza para servir de contrapeso, arraigada a sus vicios y dirigencias obtusas, amorales y bajo escrutinio público. Y este es el riesgo mayor: la ausencia de una fracción, medianamente prestigiada, lista a batallar con las imposiciones presidenciales –lo que no quiere decir una obcecada negación a cuanto pueda resultar favorable-, cuando éstas se produzcan y caminen sobre la senda luminosa encendida por los incondicionales. Tal sería la mayor afrenta para la incipiente democracia.

Queremos un México sin chantajes ni retornos hacia el pasado, como el que representa Elba Esther. Y creíamos que Andrés estaría en la misma línea. Este ha sido su mayor engaño.

La Anécdota

Corría la LV Legislatura –entre 1961 y 1964-, cuando comenzó la distribución de las “comisiones”, casi sin opositores en la Cámara baja y sin ninguno en la Alta. Los cronistas de la época dan cuenta de que a los agrónomos los mandaban a los grupos de ganaderos y a los periodistas les ofrecían cualquier cosa antes de integrarlos a las de Comunicaciones.

En ese contexto extraño, absurdo diríamos, se escuchó la voz de un periodista yucateco, Carlos Loret de Mola Mediz, quien, a todo pulmón, reviró observando a su compañero, el llamado Faraón de Texcoco:

--Si en este momento se suelta un toro de lidia en la Cámara... ¡al último que comisionan para torearlo es a Silverio!

Y aquello se convirtió en coso gigante y sólo faltó el pasodoble, Silverio (Pérez), cuyo autor es otro inmortal: Agustín Lara.

loretdemola.rafael@yahoo.com