El Partido de un Hombre

Ganó con Izquierda Rota

Todos los “spots” y las candilejas eran, desde hace más de un lustro, para el icono de la izquierda, la Morena de Andrés Manuel, en un ejercicio que hacía temblar el sentido democrático extremando la disciplina de la militancia hasta niveles de vasallaje contrarias a cualquier concepción de gobierno para el pueblo; porque aún los “morenistas” no pueden negar que es difícil desarrollarse, incluso como candidatos, cuando el peso de su dirigencia se aglutina y reduce a un solo personaje, el fundador visible, quien considera su imagen de mayor impacto a cuanto puedan ofrecer y mostrar los aspirantes de su organismo a los gobiernos estatales; de tal suerte, se solicita el aval para AMLO y no para nadie más.

He insistido en que López Obrador tiene ciertas virtudes como su afán por recorrer el México profundo hasta sus entrañas y su obsesión por permanecer en la trinchera como una especie de predicador. Nunca pensó en el Legislativo porque su deseo de ganar la banda tricolor, como lo hizo al fin, basándose en el profundo deterioro de los demás partidos incluyendo, claro, el PRD al que las alianzas turbias y la escisión de, cuando menos, el sesenta por ciento de sus militantes, obliga a mantenerse del brazo de sus adversarios históricos de la derecha.

Y eso, claro, lo ha venido aprovechando Andrés, quien lo dividió, para descalificar a la militancia perredista y señalarla por “traidora”, “mentirosa” y cuanto epíteto le vino a la cabeza por firmar el “Pacto por México”, a convocatoria del miserable Peña Nieto, muy parecido a su “Acuerdo por la Democracia” recientemente signado por el mandatario federal y 30 gobernadores con la sola excepción del jalisciense Enrique Alfaro que alegó estar “de vacaciones”.

Lo paradójico es que no puede negarse la eficacia de su gestión como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal, entre 2000 y 2005, aun cuando como líder partidista, entre vaivenes conforme avanza su culto a la personalidad, no ha sabido encontrar la fórmula para aglutinar a quienes no aceptan a un elemento mesiánico como guía aun cuando sea capaz de mantener a su alrededor a un importante número de incondicionales quienes, por supuesto, niegan cuanto señalamiento veraz se le hace y cuestionan con dureza, incluso ofensivamente, a quienes le critican por su pasado oculto y su presente cubierto por la intolerancia: no hemos sabido de ninguna acción que apoye alguna postura ajena a la suya aunque, en su fuero interno, la apruebe. Por eso, su Morena se diluye entre pretendidos autoritarismos y brincos y rabietas por causa de los primeros.

Esta soberbia es la que, sin duda, marca los derroteros y evita las necesarias coincidencias entre cuantos aportan sus ideas y, muchas veces, acaban en boca de López Obrador quien las hace suyas sin el menor pudor como cuando comenzó a hablar de “despeñadero” días después de la aparición de mi libro con este título. Me dio gusto, sí, y al mismo tiempo me pregunté por qué si se establecía tal coincidencia mantenía el filo de su agresividad contra mí acaso porque revelé, en 2004, hace dieciséis años ya, dos de los sucesos que le marcaron en su adolescencia bajo las armas –aunque en el segundo caso fuera un bate de béisbol-.

La Anécdota

1.- Ya expliqué que viajé a Tepetitán, la aldea de pescadores enclavada en Macuspana, Tabasco, donde nació el personaje, para confirmar un hecho duro, brutal diríamos, cuando tenía once años y, de manera accidental, tomó el arma de su padre para jugar con ella, disparándola en el momento en que su hermano menor, José Ramón, se cruzaba por delante del cañón y recibía el impacto mortal.

Por supuesto, los malquerientes de Andrés, que son tantos como sus adoradores o quizá un poco más, subrayaron que el muchacho había actuado por un arrebato de celos y para mantenerse como el favorito de sus padres de quienes tomó el doble nombre. No hay ninguna prueba que sirva para corroborar esta versión y, en lo personal, me parece disparatada y fruto del rencor; lo cierto es que sí hubo un homicidio imprudencial y que el adolescente tirador debió ir a una Correccional, escuelas del crimen tantas veces, dada la gravedad del suceso.

No ocurrió nada al respecto bajo el alegato y juramento de sus padres sobre que se había tratado de un “suicidio”, evento no aceptado por los cercanos a Andrés quienes insisten en que él mismo les confesó cuanto había pasado. Fue evidente, eso sí, que la turbación ni siquiera apareció en su rostro.

2.- Hay otro hecho que pone sobre la mesa el carácter indómito del personaje. Seis años después de aquel incidente gravísimo –el homicidio “accidental” de su hermano- el joven Andrés se enfrascó en una pelea descocada por la rabia generada por un resultado adverso en el béisbol. Y le tiró un pelotazo, algunos hablan que fueron más bien varios batazos, en una tremenda riña con su entonces amigo, José Ángel León Hernández, a quien dejó cuadripléjico y no sólo eso: sobrevivió, sí, pero en estado vegetativo durante treinta y dos años; después de esta trágica existencia, José Ángel murió antes de llegar al año 2000 cuando Andrés fue electo jefe de gobierno del Distrito Federal y ya ni siquiera recordaba, como dice ignorar hoy, aquel severo incidente de su juventud.

Pero, para desgracia de Andrés y sus seguidores, hay evidencias, testigos, pruebas, que este columnista ha escuchado y visto desde el ya lejano 2004, hace dieciséis años, cuando recogí cientos de acusaciones para publicarlas en mi obra “Destapes” –Océano-, que abrió los cauces para la sucesión en 2006... que, pese a todo, ganó Andrés Manuel y fue exaltado, por un fraude escandaloso, el hoy rijoso impúdico Felipe Calderón.

loretdemola.rafael@yahoo.com