El Desastre Político
Paridad que no lo es
La catástrofe natural unida al caos político conducen, inevitablemente, hacia el finiquito desastroso de un régimen marcado por la inercia, la desesperación, la negligencia, los fraudes y la sangre esparcida por todo el país. Nunca ha sido peor el saldo para cualquiera de los arcaicos mandantes que hemos padecido, el peor, sin duda, el actual. Y nos basamos, para afirmarlo, en hechos, no en la propaganda manipuladora de los asesores presidenciales, todos ellos enriquecidos a la mala, encaminada a revolver las desarticulaciones mentales con la potencialidad de un fraude electoral en prospectiva.
López IV es una fiera herida, sobre todo por el desgaste del mismo partido fundado por él para erigirse en presidente, basado siempre en la manipulación del colectivo que en 2018 estaba justamente golpeado por el mal gobierno de Peña Nieto. Esto, sumado al cansancio civil por la ausencia de recursos para mantener la estabilidad social —rota desde entonces—, llevó a los sufragios en los que la alternancia despertó esperanzas cuyo cauce fue el de la frustración. Esta es la razón por la que se juzga a AMLO con dureza, sí, porque nadie, en su sano juicio, ha dejado de percibir sus mentiras y lo repetitivo de sus discursos mañaneros como un ancla para la democracia. Morena se está desmoronando y el mandante que la prohíja también.
Ahora, tras la selección de “coordinadores para afianzar la 4T” —un contexto para burlar las reglas impuestas por un INE displicente—, y próximos candidatos a las gubernaturas de ocho entidades más la Jefatura de Gobierno de la CDMX, el partido del soberbio tabasqueño, en liza de convertirse en jefe máximo de la transformación —la flama de la revolución ha sido apagada—, ha quedado dividido entre la torpeza en el mecanismo para escoger a los candidatos y la rigidez absurda de la paridad de género que, en realidad, no se ha dado.
Si de nueve posiciones de índole estatal se hizo obligatorio que cinco candidaturas fueran encabezadas por mujeres, entonces no hubo paridad sino, más bien, un excesivo favoritismo por las damas. Es evidente que las mujeres no pudieron ganar en cuatro de los estados en donde fueron exaltadas por la consigna y no por el deseo de las militancias: Veracruz, en donde Rocío Nahle, quien no es veracruzana, apreció como vencedora con el calzador de las mediciones según el gusto presidencial; Jalisco, donde la fuerza del empresariado romperá con la candidata Claudia Delgadillo, considerando la mafia que exaltaba a Carlos Lomelí; Guanajuato, con Alma Alcaraz quien llegó de rebote sobre el mejor posicionado, Ricardo Sheffield, y la Ciudad de México en donde el escarnio llegó a lo más alto de la cúpula del poder contrariando a la aspirante presidencial y sumándose al capricho del mandante federal con Carla Brugada a la cabeza y no Omar García Harfuch, quien ganó todos los sondeos y propició el primer aviso a la candidata Claudia sobre su sometimiento o muerte política.
La elemental lógica nos revela que las rupturas internas del partido en el poder le cobrarán al presidente —a 10 meses y medio para el término de su mandato— los platos rotos. Ahora bien, ¿cuál fue el criterio para determinar quiénes de las mujeres subían y cuáles no? Porque igualmente en Yucatán, con Verónica Camino, Chiapas, en donde Sasil de León fue marginada para imponer al “Jaguar” Eduardo Ramírez —muy íntimo del mandante federal—, y Tabasco, la cuna de Andrés, en donde la misoginia —solo aquí— ofreció la gubernatura a Javier May en desdoro de Yolanda Osuna. No es explicable por qué éstas quedaron fuera bajo el capricho del seleccionador de Palacio. No hay otra justificación.
Por supuesto, el Frente Amplio opositor parece estar tardando demasiado en definir sus posturas estatales que pueden o no significar alianzas entre los tres partidos beligerantes, el PAN, el PRI y el PRD, al que fracturó López en 2013 bajo el falaz argumento de que se había sumado a la “Alianza por México”, un proyecto de Peña que entonces sonaba a concordia y unidad, y saboteado por el enfado de Andrés quien pretendía quedarse con todo el pastel ya desde entonces. No fue igual 2006 a 2012, aunque en ambas ocasiones el manoseo imperó contra la voluntad cívica.
Va resultando, a la distancia, que el menos malo de los mandatarios últimos fue Calderón, a quien tanto cuestioné por militarizar el país; siquiera entonces sí se persiguió a los narcos a pesar del terrible sacrificio de Juan Camilo Mouriño —su muerte no fue accidental como tampoco lo fueron, en diciembre de 2018, las de los Moreno Valle, la gobernadora de Puebla en funciones durante una semana, y el senador que buscó la presidencia sin el menor éxito—. Nunca se han esclarecido estos hechos ominosos y otros más ligados al panismo: Manuel de Jesús Clouthier, Ramón Martín Huerta, Francisco Blake Mora, José Ángel Conchello, entre otros.
Xóchitl Gálvez Ruiz, quien ha tropezado últimamente y es objeto de una campaña negra bastante nauseabunda, debe cuidarse ante estos antecedentes porque está visto que Acción Nacional entierra a sus muertos y luego los olvida, salvo para alguna cita infectada en discursos sin sentido. El resbalón de Xóchitl al incluir a “Alito” entre los priistas con quienes jamás trabajaría, además del exgobernador de Hidalgo, Omar Fayad, con quien compitió por la gubernatura, y Manuel Bartlett, el peor entre la clase política, pero que camina ahora bajo la bandera del PT como “orgullo” de una izquierda a la que persiguió y golpeó con 256 asesinatos de dirigentes del entonces Frente Democrático Nacional bajo el mandato del execrable Miguel de la Madrid. ¿Cómo confiar en el hijo... de este personaje, el ya veterano Enrique, que sigue queriendo sacar raja de un apellido repelido por la historia?
Finalmente, no debemos olvidar la tremenda pasividad del Gobierno Federal, perdido en sus intríngulis partidistas, respecto a la recuperación de Acapulco, dolor en carne viva de nuestro México, sesgado por la aventura electorera de Andrés. No hay perdón posible.
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