Luces patrióticas
El primer “Grito”
15 de septiembre. Es el día y la noche cuando todos, muchos con una botella en la mano, vitoreamos a México y a una historia que pocos conocen a fuerza de repetir las incongruencias oficiales y los mitos más desbordados acerca de nuestros próceres. ¡Todavía hay, a estas alturas, quienes le reprochan al inmenso Juárez un tratado que jamás se firmó y sirvió, en cambio, para la fuga del ejército francés de nuestro suelo! ¡Y no faltan las plañideras de Iturbide, Porfirio Díaz... y hasta del barbudo rubio enajenado de Miramar!
Bien haríamos en una revisión histórica si bien algunos autores serios han puesto los dedos sobre las llagas de tantas contradicciones y/o confusiones hasta en el perfil de los rostros de los patricios. Hace no mucho, en Pachuca para ser más concretos, escuché de un contertulio una barrabasada:
-Para mí Iturbide es el padre de la patria. Logró la Independencia sin disparar un solo tiro.
No soporté aquello aunque soy adicto al debate y trato de mostrarme sereno casi siempre; pero algunas cosas me hacen perder la ecuanimidad, sobre todo aquellas que lastran sobre nuestro pasado y hunden a México en un abismo de enfrentamientos sin sentido bajo el peso de los necios de un bando y otro incapaces de admitir hasta lo evidente.
Pues bien, arrojé mi servilleta a la mesa y dije con voz fuerte, en el peldaño anterior a los gritos dijéramos:
-Delante de mí no vuelva a repetir semejante barbarie mental. Iturbide es el traidor por antonomasia: traicionó primero al ejército realista y después fingió adherirse a la causa de la Independencia con su espada tinta en sangre de los insurgentes. Y todo para llegar, ante un apocado Vicente Guerrero –su grandeza le vino por resistir a la sombra-, a la Ciudad de México y autoproclamarse emperador.
Pero es que así lo pedía el pueblo –replicó el amigo aquel-.
-Tanto se lo pidió que lo sacaron a patadas del falso trono a los ocho meses y luego, cuando pretendió volver por sus supuestos fueros, apenas pisó Padilla, en Matamoros, fue apresado y fusilado. Nadie, absolutamente nadie, lloró por su muerte.
Solo falta que algunos despistados amplíen los mitos sobre el masón de Habsburgo y su loca Carlota -el pobre AMLO ya calificó a su sucesora como Claudia Carlota I- con la intención de socavar la imagen del mayor de los mexicanos a quien observan simplemente como un indio de Guelatao sin detenerse a pensar en su importante aportación para la nación: nada menos que la segunda Independencia, esta sí en serio, y sin los apuros de los obcecados por sumarla a la 4T sin sostén alguno.
O se pongan a reverenciar a Santa Anna como caudillo y a Porfirio Díaz como constructor a costa de privar de su libertad a miles de mexicanos. ¿O ya olvidaron los calvarios de los yaquis de Sonora y los mayas de Yucatán, quienes estuvieron a un paso de la extinción que no se dio precisamente por la fuerza intrínseca de sus razas? Quizá en el colmo habrá quienes enaltezcan al “chacal” Victoriano Huerta, el asesino de Madero y Pino Suárez, para perdonar al entonces embajador de USA, Henry Lane Wilson, el mayor antimexicano hasta la llegada de Trump a la Casa Blanca y su escarnecido final en la misma.
Sin memoria histórica las afrentas se repiten. Por algo esta 4T tiene mucho de las peores tragedias de nuestro México al paso de los años.
La Anécdota
El 16 de septiembre de 1812, en el corazón de Huichapan, Hidalgo, se conmemoró por primera vez el inicio de la Independencia, precisamente dos años atrás. La ceremonia, desde el balcón de lo que hoy es el Palacio Municipal, fue encabezada por el general Ignacio López Rayón –poco apreciado por los cronistas-, y don Andrés Quintana Roo, cuyo apellido lleva una entidad entrañable del sureste mexicano y esposo de una dama excepcional, doña Leona Vicario Fernández.
Recuérdese que el verdadero padre de la patria, Miguel Hidalgo y Costilla, cura de Dolores y corazón de la lucha libertaria, fue fusilado en Chihuahua –donde ahora se encuentra el Palacio de Gobierno de la entidad y Maru Campos al frente ya del Ejecutivo estatal-, el 30 de julio de 1811, menos de un año después del célebre Grito de Dolores en donde increpó a quienes, en España, habían abolido la liberal Constitución de Cádiz; quizá por ello los reaccionarios del presente ignoran o tergiversan el sentido del llamado patriótico.
En ninguna nación del mundo se discuten tanto a los grandes patricios con la pretensión de anular ideologías y ocultar traiciones. Así, hasta el presente, con los cuatreros que han ocupado el Palacio Nacional.
loretdemola.rafael@yahoo.com