Militares Infames
Ciudades en Sitio
Hace algunos años encontré en un restaurante yucateco en la avenida de los Insurgentes, al sur de la Ciudad de México, al general y ex secretario de la Defensa, Juan Arévalo Gardoqui, el cobarde que no tuvo los arrestos para mirarme a los ojos y reconocer la intervención militar en el asesinato de Carlos Loret de Mola Mediz en febrero de 1986.
Aquel día, en 1991, tenía la sangre muy caliente y sentía que la de mi padre era, aunque suene terrible, mi mejor blindaje; creía, a ciencia cierta, que no se atreverían a tocarme por cuanto la opinión pública acusaba al ejército y al represor ex titular de Gobernación, el cínico y mal nacido Manuel Bartlett, ahora falderillo de Andrés. Vi al general y le espeté a bocajarro:
-¡Aquí huele a asesino, a podrido! ¡Por favor, desígneme otra mesa, alejada de este charlatán de cuatro estrellas!
El que se fue, vestido de civil por cierto, fue Arévalo a quien jamás se investigó por solapar crímenes e instrumentarlos, a la sombra del poder civil cuya cabeza máxima era Miguel de la Madrid. La línea de la impunidad subía y sigue en alza en este, sangriento ya, 2025 –por cierto la violencia crece en este año angustiante-.
Como Arévalo, el de los ojos vidriosos, sus sucesores han sido pares de la canalla oficial y destaca, entre ellos, Enrique Cervantes Aguirre, quien fungió como ministro bajo las órdenes del gran simulador Zedillo, cuyos nexos con el narcotráfico fueron escandalosos y no pudieron ser ocultados con lo que la impunidad creció sólo por los arrestos presidenciales en una nación carente de contrapesos en la esfera del poder absoluto. Ni un solo senador, no digamos los diputadillos sacados de las chisteras de los alquimistas, se atrevía entonces a dar la cara a los mandatarios y conminarlos a someterse a la soberanía popular, el bien mayor de la ciudadanía derrochado por la clase política que ahora se burla abiertamente de ella.
Con el general Gerardo Clemente Ricardo Vega García, el foxismo negoció su permanencia con un soterrado acuerdo de no agresión con el crimen organizado, revisado por las “muchas faldas” de Martita. Ello le permitió a aquel mandatario, quien sufre por el acecho contra su millonaria pensión, arrinconarse y dejar pasar el tiempo traicionando al cambio por él propuesto.
Luego vendría Guillermo Galván Galván, supeditado a las órdenes de Genero García Luna, el intocable personero de Calderón, quien dio inicio a la “guerra” contra los capos que ha humillado a las Fuerzas Armadas; y, más recientemente, el general Salvador Cienfuegos Zepeda, quien se quedó sin doctorado honoris causa con el que pretendía “tapar” las tantas tumbas clandestinas acaso abiertas por sus ordenanzas, como en San Pedro Limón, Tlatlaya, en el Estado de México. Su liberación de todos los cargos en su contra, luego de ser atrapado en Los Ángeles y llevado a Nueva York, es una de las más grandes bajezas del régimen anterior y una afrenta al derecho internacional. USA ya quiere venir por él. Y ni qué decir del morenista Luis Cresencio Sandoval, quien cobra muy bien los favores a la TTTT de Andrés, cuya hoja de servicios es más bien la de un arquitecto de escasa reputación.
No me da la gana, con estos antecedentes, sumarme a las “felicitaciones” fatuas a la soldadesca con motivo de su “día” cuando todo se ha vuelto noche en las refriegas incesantes en no pocas ciudades de la herida República. Por desgracia, el actual secretario de Defensa, general Ricardo Trevilla Trejo, sigue la misma ruta de la ignominia.
La Anécdota
La escena, que transmitimos hace varios años, en la cual se aprecia a un colega recostado sobre el pavimento ante el creciente tiroteo en Reynosa, Tamaulipas, la entidad ingobernable y la primera en convertirse en un narco-estado –ahora ya hay otras como Veracruz, Sinaloa, Guerrero, Nayarit, Puebla, Morelos, Sonora, Estado de México y varias más-, no solo era espejo de la tragedia que se vive, sino una calificación reprobatoria a la contradictoria Ley de Seguridad Interior, lista para hacer de las suyas a través de una nueva Guardia Nacional, ya incorporada a la Defensa, sucedánea de una gendarmería inútil. Los escenarios brutales se han viralizado como el coronavirus.
Si el ejército ha traspasado sus funciones institucionales, por las pesadillas y la cobardía de la titular del poder ejecutivo sobre todo, los cárteles, sospechosamente, han doblado su poder de fuego con armamento de contrabando que pasó por las manos de los mayores cómplices presidenciales, en el pasado y el presente, sin haber sido jamás investigados. Lo hemos dicho una y cien veces en la perspectiva más brutal que hemos soportado: la de la impunidad que doblega todo concepto de justicia.
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