Llegar (o el amor por los desconocidos)

Quería ver el espectáculo. Me ubiqué en la esquina de Juárez con Reforma, justo en el kilómetro 39.5 de la ruta del Maratón de la Ciudad de México. A esa altura, en la que los corredores dan su último esfuerzo para llegar a la meta, se presentan escenas conmovedoras.

Y no tiene que suceder algo dramático para que —como espectador— te estremezcas. El simple fluir de ese sensible río de gente que avanza como una corriente energética por la ciudad es capaz de convertir los ojos de cualquiera en lagunas emocionadas, listas para desbordarse al primer chapuzón interior.

El contacto visual entre los que corren y quienes los alientan es un recordatorio de lo que debería movernos: la humanidad, los sentimientos y la conexión. Yo los vi; ellos, los que avanzaban paso a paso, se llevaban consigo esas miradas, mientras que a quienes les gritábamos que sí podían, la gratitud de sus ojos nos devolvía al presente, al sitio exacto donde nos encontrábamos aplaudiéndole a completos extraños para que cumplieran su objetivo.

Los maratones me han enseñado que sí somos capaces de sentir amor por los desconocidos, que sí tenemos un lado luminoso que les desea el bien, y que lleguen. En 42.195 kilómetros es posible descubrir cómo duele en carne propia cuando alguien que no conoces cae y su espíritu yace irremediablemente vencido tan cerca de la línea final.

Conté cuatro caídos y a varias personas, además de los paramédicos, que les masajeaban las piernas, que los reanimaban con refresco y les daban a oler alcohol. Dos de ellos se reincorporaron y, supongo, llegaron. Vi también a un papá que lloraba como niño, ayudado a cada lado por sus hijos. Vi a mujeres y hombres sonrientes, a otros extenuados, unos llenos de gozo y algunos de sufrimiento. Vi cómo se me hacía un nudo en la garganta al recordarles que sí podían.

Como dice Andrea Barreto en su texto “Cómo me enamoré del Maratón CDMX”, “el Maratón saca lo mejor de mí, una pasión y un amor descomunales por la humanidad, el apoyo desinteresado a desconocidos, y la preciosa idea de que lo único que necesita el mundo es eso para salvarse”.

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