Sin futuro

En los últimos años de mis padres, los diversos doctores que los veían coincidían en una cosa: debían tener planes. Los planes podían ser la comida del domingo en familia, el cumpleaños de alguien, la salida a una tienda, la vacación que se podía compartir. Nos encargamos de que tuvieran esa sensación de futuro en la que participamos con gozo. Eran planes a corto plazo, ciertamente ajustados a su realidad y que no todos pudieron llevarse a cabo. Producían un interés en la vida, por decirlo en palabras llanas: ilusión.

Quizás el futuro siempre es una ilusión, un espejismo distorsionado por nuestra emoción al que queremos llegar como al agua en el oasis. Porque la cotidianidad, por más que la vistamos de imaginación, tiene algo de desierto. No me desmientan los optimistas que sólo le ven cosas buenas al encierro.

En una reciente charla por Zoom, alrededor del libro Creadores en aislamiento, que ideó Nelly Rosales a través de Conexión (https://bit.ly/CreadoresenAislamiento), donde estuve con Carla Faesler, José Javier Villarreal y Alberto Ruy Sánchez, moderados por Antonio Ramos desde la Universidad Autónoma de Nuevo León (escritores amigos a quien me dio mucho gusto ver), una de las preguntas fue y ¿qué quieres que pase acabando la pandemia? Tener planes, fue mi respuesta. Finalmente ver gente es algo que podemos hacer de extraña manera por Zoom, comprar también se hace en línea, dar clases, pero tener planes es preparar por ejemplo la reunión de fin de año. ¿Cómo va a ser el ritual de terminación de este año para empezar el que sigue con la misma circunstancia?, ¿cómo va a ser para todos los chicos desde primaria hasta la preparatoria que toman clases cuadriculados frente a la pantalla sin ver a sus amigos, sin subirse a los juegos, sin ir a fiestas, sabiendo que en enero las cosas seguirán prácticamente igual? No tener planes deprime. Es un motor de vida.

Los que escribimos un libro tenemos un proyecto donde el mundo de palabras que se construye día a día es una forma de futuro. Su publicación, que llegue a los lectores, que se pueda promocionar es otro asunto. Las editoriales ya lo están padeciendo. Y no escribimos para el cajón.

Así que ante la lectura diaria de las noticias nacionales donde la ciencia y la cultura son ninguneadas, la clase media considerada de privilegio y corrupta, cuando el discurso dice que todo va bien y la realidad lo desmiente con la violencia, el aumento de los contagios, la creciente pauperización de todos, una sociedad dividida y una democracia amenazada, qué ilusión puede hacer lo que está allá afuera.

Me pregunto cuándo volveremos a la libertad de los planes que la pandemia nos ha robado, de qué manera los niños a los que les está prohibido subirse a la resbaladilla del parque construirán el placer de tocar y trepar, de qué forma los adolescentes sobrevivirán la depresión social en la que ya comienzan a pasar sus días, los maestros el desgaste a contrapelo de su entrega presencial y qué libros resultarán de vivir mirando por la ventana, surcar las calles con tapabocas, tener miedo del otro, un posible contagiador. Seguro que los poetas ya están tomando la delantera para una literatura pandémica que refleje nuestras emociones y contradicciones y nos augure la esperanza del futuro. Ojalá. Está claro que nadie nos lo va a servir en bandeja.