El lunes pasado nos estremecimos con la noticia de que habían encontrado muerto en su domicilio a Jesús Ociel Bahena. Una persona que había desafiado todos los cánones y por fin se sentía cómodo declarándose homosexual no binario. Su presencia en el Tribunal Electoral de Aguascalientes incomodaba a muchos y generaba la admiración de otrxs.

Después de su muerte, volvieron a estar disponibles entrevistas en las que con claridad narraba su proceso de encontrarse a sí mismo, después de vencer mil obstáculos.

Burlas en la escuela, exclusión familiar, aparentar lo que no era para ser aceptado; cumplir con los roles esperados y después, rebelarse. Como nunca estaba feliz.

Narraba el reencuentro con su familia y las puertas que se le fueron abriendo a pesar de todos los tabúes y resistencias sociales.

Ociel se fue convirtiendo en ícono del “sí se puede” dentro de la comunidad LGBTIQ+. Logró que en su credencial del INE se asentara su expresión no binaria. Lo mismo en su pasaporte. Estaba haciendo historia.

Minutos después de que la noticia se conoció, vino la convocatoria para reunirse esa misma tarde en la Estela de Luz. Se recomendaba llevar veladoras.

A pesar del poco tiempo en que fue hecho el llamado, cientos de personas se dieron cita para rendir un homenaje a Ociel, para protestar ante las apresuradas declaraciones del fiscal de Aguascalientes y también para mostrar fuerza y solidaridad.

Había coraje y lágrimas y el sentimiento de “pude ser yo”. Porque la gran mayoría de quienes marchaban ha sufrido ofensas, agresiones, discriminación y tratos semejantes a los que recibió Ociel en su vida.

Terminado el homenaje/protesta, el contingente se dirigió al Ángel de la Independencia y después hacia la Fiscalía General de la República. El grito de justicia estremecía.

Fuera de las calles, en el cómodo y permisivo ciberespacio, algunas personas se alegraban de la muerte de un “pervertido” que pedía le llamaran magistrade.

Aparecieron cientos de defensores de la lengua que ven como problema que se busque la manera de nombrar a expresiones de género que antes estaban invisibilizadas.

Defienden a la a y a la o (femenino y masculino) y aceptan que la a quede subsumida en la o. Reglas patriarcales que hay que seguir a pie juntillas. ¿A quién se le ocurre usar la e? ¿Por qué usar la x? ¡No se entiende lo que escriben! ¡Escriban bien!

Parecería que la dignidad de las personas y su derecho a auto adscribirse quedan en un segundo plano. El lenguaje nombra lo que es necesario nombrar. Sería mejor tener como referente a la Constitución que consigna derechos que al diccionario al que le faltan palabras.

El lenguaje, la forma de vestir y comportarse son convenciones que se van modificando. Hay sociedades donde los hombres usan falda; fieros piratas han llevado aretes.

Fue un escándalo que las mujeres comenzaran a usar pantalones, otro escándalo que los hombres se dejaran crecer el cabello, escándalo también que las mujeres lo llevaran corto. Después de todo, la sociedad siguió su marcha.

Los “efóbicos”, armados como defensores de la lengua, tienen fobias más allá de las letras. Usan palabras que ofenden, que dañan, que hieren, porque están reconocidas por la Real Academia.

Son esas palabras las que sistemáticamente escuchaba y leía Ociel y muchas de las personas que marcharon el lunes.

La fobia no es hacia la “e” sino a toda disidencia y ese es el fondo del problema.