El Presidente se golpeó en el pecho con el puño para demostrar su indignación por la burla que se hizo en redes a su hijo Jesús Ernesto.

“Mi pobre hijo, que lo amo, esta excedido de peso por la adolescencia y con saña lo atacan”, “Es una cobardía, hasta en las verdaderas mafias se respeta a la familia”.

López Obrador no tiene autoridad moral para reclamar a otros lo que él hace todos los días. Sin duda, nada justifica el ataque a la integridad física de Jesús Ernesto, pero el verdadero responsable del clima de “buleo” y linchamiento que existe en el país es su padre, el presidente.

Las “mañaneras” son la arena pública donde se arrojan todos los días a los adversarios para que los simpatizantes del gobierno los destrocen. La burla, la humillación, la denuncia y exhibición son las armas que se utilizan en el púlpito presidencial para intimidar y someter a los adversarios del régimen.

El Presidente, quien debería poner el ejemplo, de una moral republicana es quien ha instituido el escarnio como arma favorita para destruir a quienes odia.

López Obrador ha degradado del debate público, lo ha rebajado al nivel del insulto y la condena. Ha creado a través de una retórica insidiosa un ambiente nacional de intolerancia, discordia y polarización.

Las redes sociales operadas por la vocería presidencial están programadas para “ejecutar” a los críticos del gobierno. A través de los bots lanzan todo tipo de calumnias y ataques a la integridad física, psicológica y moral de quien ejercen la libertad de expresión.

La política de comunicación social del gobierno está basada en promover el odio y en profundizar las contradicciones sociales. A todo se le pone una etiqueta, un adjetivo: los pobres son buenos y los ricos son malos, los conservadores son corruptos y los liberales honestos, los indígenas son víctimas y los blancos colonizadores.

La burla es el arma favorita para arrinconar y no dar explicaciones. Para mentir y ocultar la verdad. A los expertos que criticaron la decisión de comprar la refinería Deer Park les dijo: “Les recomiendo untarse pomada Vitacilina para las irritaciones”.

El Presidente sale como padre indignado a defender el honor de su hijo, pero no hubo —este fin de semana— una sola disculpa a las Iglesia católica por los jesuitas asesinados. Peor aún, acusa a quien levantaron la voz contra esos crímenes de ser “achichincles de sus adversarios”.

Ha mencionado en varias ocasiones que su hijo le ha llamado la atención sobre el cambio climático. Pues el mismo Jesús Ernesto debería hacerlo caer en la cuenta de que él —como muchos otros mexicanos— pagan hoy los costos de una retórica resentida y destructiva que ha llenado de veneno al país.

López Obrador ha construido su poder sobre una política y discurso de odio. El escarnio es una de las armas que utiliza para intimidar y silenciar a los que quiere someter.

Así que el presidente no tiene derecho a quejarse. Jesús Ernesto es víctima de la saña, pero de la saña que su mismo padre, el presidente, ha sembrado.