El 19 de diciembre del 2021, Gabriel Boric ganó las elecciones en Chile. Boric es un exactivista estudiantil y fue uno de los más importantes organizadores de las manifestaciones del 2011. Boric, además, logró capitalizar el descontento social exhibido durante las otras protestas, las del 2019. Sin embargo, esto sucedió en medio de un mes complicado para otros movimientos políticos y procesos electorales en el mundo.

Más allá de las problemáticas específicas de cada caso, hay factores comunes que se han hecho presentes a nivel global a lo largo de los últimos años. Además de circunstancias económicas o agravios específicos, el tema es a veces, cómo estos fenómenos materiales son percibidos por la población: el sentimiento de que esos factores económicos no impactan a todos por igual, el creciente distanciamiento entre una ciudadanía que percibe a sus élites completamente alejadas de la realidad que viven. Esa es la importancia de los procesos electorales, cuando funcionan, pues permiten procesar de manera relativamente ordenada esa serie de agravios y demandas. Producen, al menos, la expectativa de que la difícil situación, puede mejorar. Eso parece ser lo que ocurre en Chile.

Pero, ¿qué pasa cuando las elecciones no son eficaces para canalizar esos agravios o demandas? El caso de Bielorrusia es elocuente en ese sentido. Sergei Tikhanovsky, declarado el pasado 14 de diciembre culpable por organizar disturbios, entre otros cargos, planeaba desafiar a Lukashenko, presidente en ese país desde 1994, en las elecciones de 2020, pero fue detenido antes de la votación. Su esposa, Svetlana Tikhanovskaya, fue quien terminó enfrentándose a Lukashenko. Tras declararse ganadora, pero temiendo por su seguridad, se vio obligada a exiliarse con sus hijos al día siguiente. Mientras tanto, Lukashenko afirmaba haber logrado una victoria arrasadora. Esta situación resultó en un movimiento social de protesta que puso a temblar al régimen. Pero entre la represión del gobierno, el cansancio y el desgaste, las protestas se fueron apagando.

Otro caso muy sonado en diciembre fue el libio, producto de una guerra que lleva ya una década, la cual también comenzó con manifestaciones masivas como parte de la Primavera Árabe. Finalmente, tras un enorme esfuerzo de un sector de la sociedad civil y el apoyo de organismos como Naciones Unidas, se había logrado organizar un proceso electoral. Pero el 22 de diciembre pasado, la Cámara de Representantes de Libia las suspendió. El gran temor es que, si este proceso fracasa, las facciones podrían retornar a la guerra.

En Hong Kong, la promesa de “Un País, Dos Sistemas”, parece estarse extinguiendo. Ahí, también hubo un inmenso movimiento social durante 2019. Pero gracias a nuevas leyes impuestas desde China, el movimiento se ha ido extinguiendo. Entre otras cosas, estas leyes obligan al poder judicial, a educadores y medios a ser “patrióticos”, y a funcionarios a jurar lealtad ante Beijing. Las autoridades han estado apresando a decenas de miembros del movimiento prodemocrático por sus violaciones a esas leyes. Finalmente, el 20 de diciembre, durante las elecciones para el Consejo Legislativo, hubo una bajísima participación en un proceso en el que 89 de los 90 escaños fueron otorgados a candidaturas pro-Beijing.

En suma, a pesar de las particularidades de cada lugar, pareciera que hay una serie de patrones globales que tienden a repetirse. Se les puede reprimir u oscurecer durante algún tiempo, pero difícilmente se les podrá eliminar. Los agravios económicos, políticos y sociales probablemente se van a seguir acumulando en muchos países. La pregunta es cómo van a ser procesados en cada caso.