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Hoy Escriben - Mario Ruiz Redondo

En Redondo

El 29 Batallón de Infantería

Volver al cuartel de lo que fue el 29 Batallón de Infantería, me transportaría el pasado viernes 19 de octubre, por un túnel del tiempo que me hizo retroceder en mis recuerdos, mas de medio siglo.

Sí, me encontraba en lo que fue la explanada, a donde los niños de todas las escuelas primarias de la ciudad de Tapachula, acudíamos a las seis dela mañana de cada año, para cantar las mañanitas a los soldados, en su día y después nos invitaban a pasar a las canchas de basket y volibol, para agradecer nuestra presencia.

Eran otros tiempos, en que los militares pertenecían de una u otra forma al pueblo, pues la gran mayoría tenían la identidad familiar, ya que habían nacido en la Perla de Soconusco o en municipios colindantes. De ahí, la gran cercanía y confianza.

La primera vez que conocí en persona a un Presidente de la República, fue precisamente en este histórico lugar, cuando lo visitara Don Adolfo López Mateos, a la mitad de su sexenio, pasando revista a las tropas y siendo objeto de los honores militares de acuerdo a su rango de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de México.

Muchas historias juntas, como si hubiesen sido ayer, cuando el histórico Batallón arribara a Tapachula, a principios de la década de los 40 del siglo pasado, procedente del estado de Hidalgo, en una travesía de varios días montados en dos trenes especiales, como en tiempos de la Revolución, en el que en el primero, viajaban tropa y oficiales, mientras que en el segundo las familias.

Recorrido de varios días por medio país, para llegar a la tierra prometida, más bien desconocida, esplendorosamente llena de selva tropical, que de inmediato impresionó a los viajeros que acudían a su cita con el destino, en la entonces apartada Tapachula, a la que solamente se podía llegar por ferrocarril, inaugurado en 1908, en tiempos del Presidente Don Porfirio Díaz, quien construiría más de 25 mil kilómetros de la red ferroviaria, que nadie más superó.

Mi madre, Doña María Redondo Castillo, me platicaría siempre con mucha emoción, que por aquellos días tenía 12 años, cuando su vida empezaría a transformarse, junto con la de su hermano menor Raúl, acompañando a mi abuela Carmen y a su pareja Antonio, integrante del contingente militar que llegaría a relevar al Regimiento de Caballería, que por muchos años había permanecido en esta plaza estratégica, en la vecindad con Centroamérica.

Un trueque de Infantería por Caballería, realizado en apego a los protocolos de confidencialidad y la logística que implicaría la adecuación, con vagones especiales para transportar los caballos, en el mismo tren de sus jinetes.

Días de tristeza para los habitantes de aquella época, pues el Regimiento estaba ya conformado por chiapanecos nacidos en la Costa, que al trasladarse a otra plaza de la República, dejarían atrás la tristeza y el llanto de sus familias cercanas y distantes.

Acomodo inicial en las antiguas instalaciones militares ubicadas en pleno centro de la ciudad, en las inmediaciones del templo católico de San Agustín, para después ser reinstalados, con mayor espacio en los inmensos terrenos que hoy ocupan al oriente de la ciudad, desde la década de los años 50.

Se convertiría el 29 Batallón de Infantería, conforme lo fortalecían al incorporarse a sus filas jóvenes de la Región, en una institución querida y respetada por el pueblo, al cual se convocaba para la realización de ejercicios bélicos nocturnos, en una amplia extensión de terreno al sur de sus instalaciones, donde se hacían disparos de morteros que daban al blanco en globos aerostáticos iluminados.

Otros tiempos, en que las restricciones no existían de manera extrema como en la actualidad y la convivencia con la población civil se daba en forma amplia y franca, como si fuese una familia.

Ahí estaba, este viernes 19 de febrero de 2016, en lo que fuera la explanada principal del cuartel, con su vieja Guarnición de la Plaza, pequeña, acorde a las necesidades de aquellos días, en las que alojaba también a la estratégica Area de Transmisiones.

Edificio construido al poniente, mientras que en el oriente la entrada principal, formal, de la base militar, que por entonces no tenía un ladrillo de barda de protección por ninguno de sus flancos. Al norte de aquél lugar, la escuela primaria con el nombre del Batallón, a la que acudían los hijos de los soldados, mientras que por el sur, dos accesos por los que transitaban los vehículos de transporte Público –Ruta Circunvalación-, de la empresa Paulino Navarro, que atravesaban exactamente por la parte central de la explanada, donde se encontraba el asta bandera, donde todos los días en punto de las seis de la mañana, se izaba el lábaro patrio, al cual también se rendían honores a las seis de la tarde.

Todo un espectáculo pasar frente a las instalaciones militares, a escasos metros donde elementos armados custodiaban celosamente sus instalaciones.

Al fondo, en la parte nororiente, habían construido un Estadio Deportivo, con gradería, que con gran frecuencia el alto ando permitía su uso a las escuelas para realizar competencias que se volverían una tradición, al permitir una sana convivencia abierta.

Cruzando la calle central oriente, que dividía el espacio propiedad de los militares, se encontraba la colonia habitada por las familia de los soldados, constituida por casas con paredes de otate, pisos de tierra, techos de palma, donde prevalecía la armonía y un ambiente por demás solidario.

Remembranzas que se agolpan en la mente del columnista, momentos después de asistir al desayuno conmemorativo del 103 Aniversario del Ejército Mexicano, invitado por el comandante de la 36 Zona Militar, general Genaro Robles Casillas, quien estaría acompañado por el subsecretario del Gobierno estatal en la Región Soconusco, Alfredo Lugardo, en las instalaciones del Cuarto Regimiento de Caballería Motorizada, que a finales de la década de los 70, reemplazaría al 29 Batallón de Infantería, en medio de llantos y tristeza de la población en general.

Muy atrás la historia del “Batallón del Pueblo”, como cariñosamente se llegó a conocer a aquél contingente de Infantería que sirvió con respeto y lealtad a los habitantes de las Regiones Soconusco y Costa, en la que el recuerdo de mi tío Raúl Nava Castillo, me hace retroceder nuevamente cuando recién fue designado jefe de la partida militar destacamentada en Mapastepec, recibió la orden de su comandante Mario Murillo Morales, de aprehender a una banda de delincuentes que sembraba mariguana, asaltaba, robaba ganado, secuestraba y asesinaba, lo mismo que violaba jóvenes mujeres, a quienes desaparecía.

En pocos días, el sargento Nava Castillo cumpliría la encomienda y atraparía al peligroso grupo de delincuentes. Lo reportaría de inmediato al coronel Murillo Morales, quien le ordenaría de manera tajante: “Estos cabrones no merecen vivir. ¡Mátelos en caliente!”.

Al oír la consigna, en forma por demás respetuosa, pero honesta, contestaría: “Mi comandante, haré lo que usted me ordena, siempre y cuando me la haga llegar por escrito y con su firma. Soy un soldado de la Patria, no un asesino”.

Ese mismo día por la tarde, mi tío sería detenido como el peor de los delincuentes y amarrado, trasladado por un grupo de soldados a Tapachula, donde de inmediato sería incomunicado y encarcelado por un sinnúmero de cargos inherentes al “honor militar”. Otros harían el trabajo sucio.

Sería privado de su libertad por seis meses, sin que en ese lapso de tiempo se llevara a cabo ninguna corte militar para “sancionar sus delitos”. Saldría y se le marginaría posteriormente, hasta que Mario Murillo Morales sería detenido por un grupo elite de la Secretaría de la Defensa Nacional, llegado especialmente de la ciudad de México, a donde sería trasladado bajo graves cargos que incluían la protección de una banda de criminales que se apodaban “La Mano Negra”, que lo mismo traficaban drogas, armas, asesinaban, violaban a jóvenes mujeres con una impunidad tal que enterraban a sus víctimas en un cementerio clandestino, dentro de un rancho localizado en la carretera rumbo a Puerto Madero, hoy Puerto Chiapas.

Festejo del Día del Ejército en Tapachula y en todo México, para honrar a quienes a costa de sus vidas salvaguardan la soberanía Nacional, junto con la Armada y la Fuerza Aérea.

Evento en el centro de la entidad chiapaneca, presidido por el gobernador Manuel Velasco Coello. Ceremonia, en el que la Comandancia de la VII Región Militar, haría un amplio reconocimiento a Raciel López Salazar, procurador de Justicia del estado, al considerarlo como un hombre que en su vida como funcionario, se ha regido por su solidaridad hacia el prójimo y el servicio público, brindando el apoyo a quienes más lo requieren.

Día conmemorativo, que tendría como ceremonia principal, la que encabezaría el Presidente Enrique Peña Nieto, en el estado de Nuevo León, donde compartiría alimentos con tropas, oficiales, jefes y los secretarios de la Defensa Nacional, general Salvador Cienfuegos Zepeda y de la Marina, almirante Francisco Soberón Sanz, e inauguraría la nueva sede dela Cuarta Brigada de Policía Militar, que respaldará también a las autoridades de Coahuila, Tamaulipas y San Luis Potosí, en materia de seguridad pública.

Expresaría el Jefe de la Nación, su más amplio reconocimiento al titular de la SEDENA, por su visión, liderazgo, compromiso y profesionalismo al frente de esta valiosa y emblemática institución de nuestra Patria, así como a nuestros soldados que han demostrado ser una fuerza de paz, de justicia y de legalidad, y un sólido pilar institucional para el desarrollo nacional. Mujeres y hombres que sirven a México con honor, lealtad y patriotismo.

Respuesta del general Salvador Cienfuegos Zepeda, quien afirmaría que el Ejército Mexicano actúa siempre con responsabilidad, destinado a servir con honor a la sociedad

y a sus autoridades en toda la geografía nacional, por lo que constituye un ejemplo de institucionalidad y lealtad en América y en todo el mundo, orgulloso de su pasado y de ser pilar en su presente, de la salvaguarda y soberanía y de la seguridad interior de nuestra gran Nación.

Fin de desayuno, no sin dejar de recordar y rendir homenaje personal a un gran tapachulteco, hijo de un soldado del 29 Batallón de Infantería, el general y abogado Gabriel Sagrero Hernández, procurador General de Justicia Militar en el sexenio de Vicente Fox Quesada, ahora en el retiro.

Salida del desayuno conmemorativo, acompañado del amigo empresario Don Antonio D´amiano Atristán, quien manifiesta al columnista su emoción, de ver ondear la monumental bandera nacional en el asta de la antigua explanada del cuartel, que se alcanza ver desde muchas partes de Tapachula.

Se siente uno más mexicano, me dice, aquí, donde empieza México. Y vaya que sí.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013

Premio al Mérito Periodístico 2015 del Senado de la República