COVID-19, desarrollado en EU y brotado en China

El Coronavirus o COVID-19, que hasta la tercera semana de mayo de 2020, ha causado en 120 países la muerte de más de 300 mil personas y contagios superiores a los cuatro y medio millones, fue descubierto y desarrollado en 2014, con tecnología de la Unión Americana, mediante la participación de científicos militares y civiles del Instituto de Investigación Médica de Enfermedades Infecciosas del Ejército de Estados Unidos, en Fort Detrick, Maryland (USAMRIID), en coordinación con las Areas de  Investigación de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (UNC).

Investigación y Desarrollo Médico, como objetivos básicos del Programa de Defensa Biológica del único laboratorio del Departamento de Defensa estadounidense, equipado para estudiar virus altamente peligrosos en materia de Bioseguridad Nivel 4, en el que interviene un equipo de 800 expertos,  con la colaboración de especialistas de la Organización Mundial de la Salud y de los principales Centros Biomédicos y Académicos de todo el mundo.

Se sabría desde entonces de la existencia de un grupo de cinco mil coronavirus similar del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), detectados en murciélagos, de los cuales la investigación se centraría de manera especial en uno de ellos, al que identificaron como SHCO14-COV, con un potencial de transmitirse a los humanos, por lo que sería sometido a tratamientos que no lograron neutralizarlo y menos controlarlo, por lo que quedaba abierta la posibilidad del surgimiento un brote que pudiera convertirse en epidemia y finalmente en pandemia.

Hace seis años, la Administración demócrata de Barack Obama, declararía una moratoria para evitar investigaciones quiméricas, a partir de un virus, para modificarlo genéticamente, darle mayor poder, y hacerlo potencialmente peligrosos, más dañino, más virulento y resistente. La revista Nature, revelaría entonces, que el Ejército de los Estados Unidos y la Universidad de Carolina del Norte, yendo en contra del ordenamiento Presidencial, tomaron la secuencia SHC-010 del coronavirus, el componente antígeno superficial, el núcleo del generador del SARS, para mezclarlos y añadirlos al Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), y secuencias genéticas, para crear un nuevo concepto más violento y perjudicial.

Anthony Stephen Fauci, el director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (NIAID), de la Unión Americana, desde 1984, asesor de todos los Presidentes a partir de Ronald Reagan, y epidemiólogo estrella de Donald Trump, es señalado como principal responsable de este desacato, al desviar recursos federales, que han derivado en la creación de un nuevo y mortal virus que ha desencadenado una pandemia que mantiene desquiciado al mundo, más aún cuando ha sido declarado endémico, con el cual habrá que habituarse de aquí en adelante, mientras no haya vacunas ni cura definitiva.

Todavía en 2017, cuando el actual mandatario había tomado posesión, Fauci declararía en la Universidad de Georgetown, que la nueva Presidencia se enfrentaría a una pandemia. Su pronóstico se confirmaría el 31 diciembre de 2019, al reconocer el gobierno de la República Popular de China, que en la ciudad de Wuhan, se había detectado el brote de una nueva versión de neumonía, clasificada como COVID-19.

Correspondería al médico Li Wenliang, oftalmólogo del hospital de la ciudad de más de 11 millones de habitantes, en la provincia de Hubei, en el centro geográfico del país, descubrir días antes del fin de año, un brote de siete casos de una neumonía, que se asemejaba al virus del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), que en 2003 provocó una pandemia que afectaría en cuestión de cinco meses a 30 naciones.

Llama la atención que el brote de este virus de hace 17 años, surgiría también en China e igualmente en el inicio de año, en la provincia de Guangdong, que sería controlada por la Organización Mundial de la Salud y sus países miembros en junio de ese mismo año, seis meses después de su aparición.

Wenliang externaría por aquellos días, sus sospechas de que los enfermos provenían del mercado de pescados y mariscos Huanan, por lo que determinaría que fueran separados del resto de los hospitalizados y ubicados en una zona de cuarentena dentro del nosocomio. Al observar el agravamiento de los pacientes, recomendaría a sus colegas médicos y enfermeras, utilizar ropa especial para evitar ser contagiados, pero las instancias superiores hicieron caso omiso e incluso los servicios de Inteligencia gubernamentales (Policía Política), amonestaron al joven doctor y le advirtieron que sería sancionado si continuaba con su conducta que sería calificada de “alarmista”.

La exitosa vida profesional hasta ese momento de Li, de 33 años, se convertiría en tragedia, cuando el 10 de enero empezaría a toser; un día después la fiebre alta invadía su cuerpo. El 13 sería hospitalizado junto con sus padres. A él le hicieron varias pruebas para determinar si estaba contagiado por el nuevo virus, las cuales resultaron negativas.

Para entonces el brote crecía y siete días después, el 20 de enero, el gobierno de China al país en estado de emergencia ante la epidemia por el brote del COVID-19. 

Y cuando todo parecía mejor para la vida profesional de Li Wenliang, el 30 de enero enviaría un mensaje que conmovería a sus compatriotas y al mundo: “Hoy me dieron el resultado de las pruebas de ácido nucléico y es positivo. Finalmente he sido diagnosticado”. La cerrazón del gobierno del Presidente XI Jinping, costaría el 7 de febrero, la vida al valiente médico, el primero en sucumbir ante la ofensiva letal del nuevo coronavirus.

Ralph Baric, el epidemiólogo que dirigió la investigación del ahora COVID-19 en la Universidad de Carolina del Norte (UNC), desde 2015 advertiría la posibilidad de que los coronavirus existentes en los animales, sin necesidad de mutar,  pasaran a los humanos y pudieran producir una pandemia, debido a que no había hasta ese momento un tratamiento eficaz para contrarrestarlos.

Junto con su equipo de especialistas estadounidenses, planteaba que debido a la mayor y peligrosa capacidad de los nuevos coronavirus para replicarse en cultivos de vías respiratorias y pulmones, como órganos más susceptibles a la infección, podrían causar “patogénesis in vivo” y escapar a las terapias actuales, por lo que era necesario aplicar tanto la vigilancia como la mejora de los tratamientos contra los virus circulantes, similares a los generadores del Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS).

La UNC se ha distinguido por contar con una plantilla de investigadores del más alto nivel como Ralph Baric, que en los últimos 35 ha estudiado estos microorganismos y las posibles vacunas para someterlos, destacando entre ellos sus trabajos sobre el SARS (2002-2003), y el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS-2012), así como de los Premios Nobel de Medicina y Fisiología, Oliver Smithies, en 2007, por su estudio en Genética, y Aziz Sancar, de Química en 2015, por  lo concerniente a La Comprensión de los Mecanismos Moleculares de Reparación del ADN. 

Por ello, lo sobresaliente de las revelaciones de Baric, basadas en las evaluaciones llevadas a cabo después del brote del SARS, la pandemia de la Gripe AH1N1 (2009), y la epidemia del Ebola en Africa Occidental (diciembre de 2013 – junio de 2016), de que éstas pusieron en evidencia las deficiencias en materia de seguridad sanitaria mundial, que después de cuatro años no fueron corregidas, con los resultados de un número creciente y sin control de muertos, al igual que de contagiados en el mundo, por el nuevo COVID-19.

Algo se hizo, pues en 2005, se subrayaría la importancia de revisar el Reglamento Sanitario Internacional. Fue así como cuatro años después, la pandemia de la Gripe AH1N1, haría posible la creación del Marco de Preparación para una expansión pandémica. Posteriormente, como consecuencia de los brotes del virus del Ebola de, entre 2014 y 2015, se estableció el Mecanismo de Financiación para Emergencias Pandémicas, como Programa de Emergencias de la Organización Mundial de la Salud.

Acordarían los países miembros de la OMS, que las experiencias adversas de salud internacional, obligaban a otorgar recursos a la institución de la Organización de Naciones Unidas, para hacer un frente común que permitiera al organismo ser más operativo para atacar frontalmente los nuevos retos y por lo mismo evitar la dispersión de esfuerzos y recursos económicos, en aras de una seguridad internacional frente epidemias y pandemias.

Una situación favorable para todos que no encontró la respuesta idónea, la cual incluso, en plena crisis sanitaria mundial, surgiría a mediados de abril último, el anuncio del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de suspender temporalmente su participación financiera a la OMS, bajo el argumento de que su gobierno “realizará una investigación sobre el papel que juega el organismo internacional en la mala gestión y el encubrimiento de la expansión de la actual pandemia del COVID-19. Falló en su papel principal y debe rendir cuentas”.

Golpe bajo, que provocaría una reacción de condena generalizada, encabezada por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, al señalar lo absurdo de la medida de Washington, considerando que no era momento de recortar recursos a la Organización Mundial de la Salud.

Estados Unidos es el mayor contribuyente país, al aportar el 15 por ciento del total de dinero que recibió la OMS (400 millones de dólares), para el ejercicio 2018-2019, en tanto China sumaría 86 millones de dólares en contribuciones. Todavía en marzo, la institución solicitaría a sus asociados 675 millones de dólares para ayudar a combatir la pandemia, con la confianza de que recibiría por lo menos mil millones de dólares.

Donald Trump, aferrado a su propósito de buscar

simpatías para su causa reeleccionista en la Casa Blanca, no dudaría en recurrir a sus típicas afirmaciones sin fundamento, al manifestar que en cuanto a su decisión de cancelar la financiación, tenía además “serias dudas de que la generosidad de Estados Unidos se haya utilizado del mejor modo posible”, no sin antes acusar al director general del organismo de la ONU, Tedros Adhanom Ghebreyesus, de estar aliado al gobierno chino para deslindarlo de la responsabilidad de haber creado en los laboratorios de Wuhan, la nueva versión del coronavirus, al que el propio mandatario había menospreciado desde el principio en que fue revelado su brote.

El líder de la potencia número uno del planeta, no ha podido demostrar su afirmación, la cual ha sido negada por el Presidente de China, Xi Jinping y los mandos principales de la OMS y de la Organización de Naciones Unidas.

Juego perverso del doble lenguaje del magnate inmobiliario, jefe de la Casa Blanca, que le mantiene en la permanente situación de  la contradicción entre lo que dice y hace, pues todavía se recuerda que en enero, días después de firmar en Pekin, un acuerdo comercial con Jimping, elogiaría a China por la forma en que pudo contener el virus, misma que ahora pone en duda.

Las hipótesis de la responsabilidad en cuanto al brote del nuevo virus, no se ubican en el laboratorio de Virología de Wuhan, sino en el mismo territorio estadounidense, donde hace seis años se descubrió y desarrolló en instalaciones de investigación del Departamento de Defensa y de la Universidad de Carolina del Norte, quedando pendiente lo más importante: La vacuna y su neutralización en caso de epidemia para evitar la pandemia que hoy acosa al mundo.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico del Senado de la República 2025 y 2017 y Comunicadores por la Unidad A.C.