Ayer y hoy, son la Ley: ¡Mátenlos en caliente!  

En la década de los años 60, los militares ejercían el control absoluto en cuanto a la persecución del delito en los municipios de Chiapas y especialmente de la Costa, al quedar a su arbitrio aplicar a su entender la Ley.

Años aquellos en que las Comandancias de los Batallones del Ejército Mexicano, desplazaban contingentes a los municipios, para hacerse cargo de la seguridad, de tal forma que las tres autoridades más importantes de los pueblos eran el alcalde, el cura y los jefes de las partidas militares.

En uno de esos municipios, Mapastepec, ubicado a la mitad de la Región Costera, se encontraba asignado como responsable del grupo de uniformados castrenses, el sargento segundo, Raúl Nava Castillo, un hombre honesto a carta cabal, enemigo de las injusticias y respetuoso de la ley y sus semejantes.

Una mañana lluviosa, recibiría en su oficina de la casa habilitada como cuartel, la llamada del coronel Mario Murillo Morales, comandante del 29 Batallón de Infantería, con base en Tapachula.

Nava Castillo saludaría respetuosamente a su superior, para inmediatamente ponerse a sus órdenes.

Del otro lado de la línea se escucharía la voz del guanajuatense Murillo Morales:

-Sargento, recibí tu reporte de la existencia de una banda de sembradores de mariguana, abigeos, asaltantes, secuestradores, violadores de mujeres y asesinos. Tú y yo sabemos que como máxima autoridad, no podemos permitir que hagan y deshagan delante de nuestras narices. No señor.

El sargento respondería de inmediato:

-¡Ordene usted mi coronel!, pero antes quisiera recordarle que desde que llegué a Mapastepec, le rendí un parte de la situación en la zona y recuerde que hemos destruido varios plantíos de mariguana, yerba que he trasladado a la Guarnición, para su incineración. Desde entonces he aguardado sus disposiciones.

La instrucción sería tajante:

-Te quiero mañana a primera hora, emprendiendo con tu personal, la cacería de estos cabrones y me los detiene a todos. No quiero más actividades delictivas. Necesitamos dar tranquilidad a la gente. Me lo pidieron el presidente municipal y el cura, ahora que vinieron a verme hace dos días.

Al día siguiente, en medio de la oscuridad, saldrían los soldados y el sargento Nava Castillo encabezándolos, bien armados y con municiones de sobra, para cumplir con la instrucción del alto mando, de incursionar en el territorio donde operaba el grupo delictivo.

Bastarían tres días al veterano militar, para perseguir y detener a 50 fascinerosos en sus guaridas en la montaña, y trasladarlos a las instalaciones de Mapastepec.

Llamaría telefónicamente al coronel para informarle que sus órdenes se habían acatado y solicitaba su autorización para desplazarlos al cuartel de Tapachula.

El coronel de las tres “M”, como le gustaba que le dijeran, le respondería en tono molesto:

-Mira sargento, creo que no me entendiste desde un principio. A esos cabrones no los quiero aquí. Llévalos otra vez al campo y ahí los sueltas y los matas en caliente y me rindes un parte de que la tropa y tú fueron agredidos por estos bandidos, por lo que se vieron en la necesidad de responder, con el saldo de todos muertos.

Raúl Nava Castillo no daba crédito a lo que oía de su comandante y armándose de valor, le contestaría:

-Mi coronel, con todo respeto le digo a usted, que cumpliré sus órdenes, siempre y cuando me las dé por escrito, porque no quiero tener sobre mi conciencia el asesinato de 50 seres humanos, que por muy delincuentes que hayan sido, estamos en la obligación de que las autoridades civiles se hagan cargo de ellos y los juzguen.

Encolerizado, Mario Murillo Morales, gritaría al subalterno para reiterarle su orden, advirtiéndole que su conducta constituía un acto de desobediencia que de mantenerla, le haría acreedor a ser sometido a un Consejo de Guerra, con pena de cárcel por varios años, en la prisión del Campo Militar Número Uno del entonces Distrito Federal.

El Sargento Nava Castillo, sabiendo el riesgo que estaba ya corriendo por su indisciplina, volvió a solicitarle que la orden de asesinato de los matones y narcos, se la diera por escrito, ya que de no recibirla, la desobedecería.

Sumamente enojado, el comandante del 29 Batallón de Infantería, cortaría de golpe la conversación, para ordenar que en ese momento partiera un contingente armado a Mapastepec, para detener al insubordinado y ponerlo y tras las rejas en la sede militar de Tapachula.

El jefe de la partida militar, sabía lo que  le aguardaba pues había sido siempre un estudioso de la normatividad que entonces regía a las Fuerzas Armadas y por lo mismo la falta era considerada grave dentro de las filas de la Secretaría de la Defensa Nacional, donde prevalecía el lema de que “en el Ejército, las órdenes superiores se acatan, no se discuten”.

De manera deshonrosa, sería despojado de sus insignias y echado al piso del transporte militar, cual delincuente peligroso, mientras en el pueblo había corrido entre los lugareños, la versión de la detención de los transgresores de la ley, así como de la orden del coronel, de fusilarlos, creándose un ambiente de enojo social por el maltrato al jefe Nava Castillo, quien había tenido para ellos un trato respetuoso.

Al llegar al cuartel en Tapachula, Raúl sería llevado a la oficina de Mario Murillo Morales, quien después de amonestarlo por lo que consideró una falta de respeto a su investidura y a la disciplina castrense, lo amenazó que se iba a arrepentir toda su vida de su atrevimiento.

El sargento Raúl Nava Castillo sería privado de su libertad y de todos sus derechos, incluyendo el de poder estar en contacto con su esposa e hijo, quienes estaban llenos de coraje, pero también de miedo por el futuro inmediato de su familiar, que gracias a su actitud, salvaría la vida de 50 personas, al ser trasladadas a Tapachula y entregadas a la autoridad civil.

Se convertiría así el jefe de la partida militar de Mapastepec, en el primer soldado con rango de sargento segundo, en ser pionero de la defensa de los derechos humanos tanto para la población civil, así como d los delincuentes, que deberían ser sometidos al imperio del Derecho y ser juzgados por las autoridades civiles correspondientes, para purgar condenas por sus ilícitos, probada su culpabilidad.

Permanecería confinado en una celda en las instalaciones castrenses de Tapachula, durante más de seis meses, en los que su férrea vocación de respeto a la ley, aceptaba ser sometido a un juicio, en el que adelantaba denunciaría ante el secretario de la Defensa Nacional, lo ocurrido en Mapastepec, lo cual puso en predicamento al coronel, quien determinaría su puesta en libertad, bajo condiciones desagradables para el honesto soldado.

Tiempo después, en 1972, Mario Murillo Murillo Morales, sería detenido por un grupo especial enviado por el titular de la Defensa, al atender las denuncias en su contra, que lo involucraban con un grupo clasificado como “demasiado peligroso”, por traficar con armas, drogas, secuestros de gente pudiente y raptos y violaciones de mujeres jóvenes, de las que nunca se sabría, hasta que fue cateado un rancho propiedad de los mafiosos, donde fueron localizados los lugares donde fueron enterradas junto con otras víctimas.

El coronel fue sujeto a proceso por la Procuraduría de Justicia Militar, pero nunca se le sentenció, sino simplemente se le condenó a servir como comandante de un destacamento de Guardia Rurales, como castigo.                   

Así concluiría el sexenio de Luis Echeverría Alvarez, para luego ser reivindicado por el Presidente de la República, designándolo como jefe de la Región Militar de Tabasco. Como militar retirado, contendería por una diputación federal de su natal Guanajuato, siendo finalmente coordinador de los legisladores, en san Lázaro.

El sargento Raúl Nava Castillo, tendría un final distinto, pues al pensionarse, recibiría una compensación económica, que hasta el final de sus días le permitió sobrevivir en la pobreza.

La historia del sargento y el coronel en la Región Costa de Chiapas, ilustra el pasado de abuso, arbitrariedad e impunidad cometidos por los altos mandos del Ejército Mexicano, que salvo las honrosas excepciones, han definido con claridad, la actuación de quienes dirigen las Fuerzas Armadas en México, sustituyendo al poder civil.

Tareas de resguardo de la seguridad de un pasado turbio y por lo mismo nada transparente, por parte de elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional, a la que en las últimas dos décadas se han sumado de manera intensa los elementos de la Secretaría de Marina, con resultados altamente negativos por la violación permanente a los derechos humanos y uso de violencia extrema en su guerra contra el narcotráfico, que han convertido a México en un gigantesco cementerio de víctimas en muchos casos inocentes.

Ahí está como última demostración de la vieja costumbre de mandos castrenses, lo ocurrido en el operativo militar de persecución a presuntos narcotraficantes, el pasado 3 de junio, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en el que gracias a las imágenes de video, difundidas por el periódico El Universal de la ciudad de México, en su edición del lunes 24 de agosto, se observa como un mando ordena el asesinato de civiles sobrevivientes.

En la grabación realizada por un soldado que nunca se imaginó lo que grabaría y que en un acto de plena conciencia ciudadana, entregó copia al influyente rotativo de la capital nacional, se muestra como después de perseguir a los delincuentes, los soldados rodearon una camioneta en la que viajaban aproximadamente 12 civiles que habían sido alcanzados por el intenso fuego militar, una de ellas sobreviviría y levantaría la cabeza.

Sería entonces que se dejaría escuchar la voz de uno de los soldados que advertiría que estaba vivo. Inmediatamente surgiría la orden de un superior que le contestaría:

“¡Mátalo,

a la verga!”.

La orden se acataría en el momento al hacer blanco en el cuerpo del supuesto sicario, las balas de la ametralladora del soldado.

Surgiría en la conferencia mañanera del miércoles 26 de agosto, de Palacio Nacional, la explicación de los hechos, dos meses 23 días después, en el sentido de que lo ocurrido “fue una actividad en la que se repelió una agresión por parte de la delincuencia”, por lo que se había hecho cargo de la investigación la Fiscalía General de Justicia Militar, con lo cual en automático el Ejército se convierte en juez y parte, al marginar a la autoridad judicial civil.

Un capítulo más de “¡Mátenlos en caliente”, en el final de la segunda década del siglo XXI, escenificado por las Fuerzas Armadas.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y Comunicadores por la Unidad A.C.