PRI: Pese a las traiciones, sigue de pie a sus 92 años

El domingo 2 de julio del año 2000, marcaría el principio del desastre para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), al ser “derrotado” en las urnas por su rival de siempre, el Partido Acción Nacional, con lo cual se escribiría la primera historia de la “Alternancia del Poder”, en México.

Francisco Labastida Ochoa, candidato del tricolor a la Presidencia de la República, recibiría antes de las ocho de la noche, la llamada telefónica del mandatario saliente, Ernesto Zedillo Ponce de León, en la que le ordenaría organizar una conferencia de prensa, en la que reconocería oficialmente su derrota, no obstante que apenas el arbitro oficial electoral iniciaba el conteo de votos, en la que anunciaba una ventaja de salida del abanderado de la causa blanquiazul, Vicente Fox Quesada.

Rodeado de su equipo más cercano de colaboradores, el político sinaloense, con una mayor trayectoria en todos sentidos, que su contrincante, no daba crédito a lo que momentos antes le había ordenado el Presidente de la República, llamado también el “priísta número uno del país.

El arreglo estaba hecho con Washington, con La Casa Blanca, y había que cumplir el compromiso de dar paso a la “Derecha”, ya que no hacerlo, se pondría en peligro la continuidad del naciente Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que exigía en fin de la era de la hegemonía del PRI en México, luego de mantenerse en el mando desde su fundación como Partido Nacional Revolucionario (PNR),  71 años atrás.

Labastida Ochoa no podía creer que así de fácil, Zedillo Ponce de León, cambiara el rumbo de la historia de un manazo, atropellando la voluntad de la mayoría ciudadana, que estaba seguro había sufragado durante toda la jornada electoral, por la causa político-social que había tenido su origen en la Revolución Mexicana.

Sabía y estaba consciente, de que detrás de todo el enjuague estaba el ex Presidente Carlos Salinas de Gortari, para entonces convertido en el gran elector que definiría el rumbo del país, para congratularse con el “socio comercial” que ordenaba sin oportunidad de réplica, lo que había que hacerse en el país, empezando por el desmantelamiento de la estructura del Estado, para deshacerse de las empresas paraestatales, para acabar con el monopolio gubernamental.

La entrega del mando a un exgerente de la transnacional refresquera Coca Cola, que a partir del 1 de diciembre del año final del siglo XX, cumpliría de manera incondicional todas las consignas dadas por el vecino del norte.

Experiencia mayor de Francisco Labastida Ochoa, frente a un neopanista boca floja, pleno de alharacas e ignorante de la realidad del país, luego de haber sido diputado federal y gobernador de Guanajuato, que lo ponían en desventaja frente a quien fuera diputado federal, senador de la República, gobernador de Sinaloa, secretario de Agricultura y secretario de Gobernación, entre otros cargos relevantes que le darían desde un principio de la contienda proselitista, ventaja mayor al contar con la simpatía de millones de votantes en la geografía nacional.

Aquella noche del primer domingo de julio de hace casi 21 años, el candidato de la que hasta esa noche sería la “aplanadora y la del carro completo electoral”, yendo contra todos sus principios éticos, el veterano político de la Región norteña del país, y consciente de que no tenía ninguna otra opción, acordaría con sus más cercanos colaboradores, la realización de la reunión con los representantes de los medios de comunicación impresos y electrónicos, para adelantar de manera abrupta, sin esperar el veredicto del Instituto Federal Electoral (IFE),  la aceptación del triunfo de su contrincante.

Ahí, en las instalaciones del Hotel Fiesta Americana de la Glorieta Colón, en el Paseo de la Reforma, adecuarían una sala de prensa en cuestión de minutos, creando de inmediato la sorpresa de los reporteros que no entendían la prisa de Labastida Ochoa, quien una vez orquestado el operativo sincronizado con la Residencia Oficial de Los Pinos, saldría para anunciar su derrota, sin hacer mayores comentarios.

Ocurriría lo insólitos, pues casi a la medianoche, para que no hubiera dudas del triunfo de Vicente Fox Quesada, el Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, recibiría en la sede del domicilio del Poder Ejecutivo Federal, donde no solamente felicitaría al “candidato opositor”, sino que le alzaría el brazo, para hacer válida su “victoria”, pasando por encima del marco constitucional, que establecía claramente que la única autoridad responsable de tal tarea, sería el IFE.

Francisco Labastida Ochoa, desaparecería de la escena electoral, para dirigirse a su casa en la ciudad de México, donde lo esperaba un reducido grupo de no más de cinco de sus mejores amigos, entre los que se encontraba el influyente empresario Mario Vázquez Raña, que había respaldado incondicionalmente la campaña Presidencial de su “hermano Paco”, en las páginas de su Corporación de periódicos (Organización Editorial Mexicana), establecidos en 22 estados del país.

Al entrar a su hogar, el sinaloense no pudo más, y enrojecido el rostro por el coraje, la impotencia y la humillación sufrida, estallaría contra el Presidente Ernesto Zedillo de León, a quien calificaría de traidor por entregar el poder del país a un representante del imperio de la bandera de las barras y estrellas.

Por toda la casa retumbarían las mentadas de madre y maldiciones dirigidas a quien en contubernio con su antecesor, tampoco importaría borrar de un plumazo la exitosa y trascendente historia del Partido Revolucionario Institucional, que ese año había cumplido 71 años de permanencia ininterrumpida en la Presidencia de la República y demás posiciones de poder en toda la República.

Labastida Ochoa estaba seguro de haber obtenido el triunfo, pero todo estaba escrito desde la oficina del poder más importante de México. Fox Quesada estaba listo y con la bendición de Ernesto Zedillo Ponce de León y Carlos Salinas de Gortari, y de la contraparte estadounidense representada por el demócrata William Jefferson (Bill) Clinton (1993-2001), y el republicano George Walker Bush (2001-2009).

Vicente Fox Quesada, desde el momento del “reconocimiento de derrota” del ungido priísta,  no dejaba de festejar y reiterar su orgullo de “haber echado de Los Pinos al PRI”.

La consumación de la traición estaba en el terreno de los hechos, para que el panista guanajuatense asumiera la Presidencia de México el 1 de diciembre de 2000, que vendría a constituir la primera de dos fases de la permanencia de la “Derecha”, la cual daría paso a una segunda oportunidad al ser relevado por Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, quien daría “madruguete” al entonces mandatario, que pretendía un sucesor de confianza.

Fin de una larga época de gloria para el Revolucionario Institucional, que ya desde los días de Carlos Salinas de Gortari estaba en la mira de éste, al hacer muy evidente su intención de desaparecerlo para dejar en su lugar a un nuevo instituto político de su creación a mediados de su sexenio (1991), para el que ya tenía nombre: “Partido de la Solidaridad”.

Y no únicamente esa intención, sino también la de reformar la Constitución General del país, para establecer la figura jurídica de la Reelección Presidencial, por lo que dispondría la elaboración de sondeos de opinión, que contrario a lo esperado confiado en el éxito de su toral “Programa Solidad”, bandera de su gobierno, los resultados serían negativos, cancelando todo su proyecto de perpetuarse en el Poder omnímodo.

Salinas de Gortari en ningún momento consideró la posibilidad de un rechazo de la mayoría de la sociedad a sus intenciones de la fundación  de su partido político, como de los cambios e n la Carta Magna, para cumplir su capricho de continuar realizando su tarea de desmantelamiento del Estado Mexicano, que daría paso a lo que ahora se conoce como “La Mafia del Poder”, la cual haría realidad tras bambalinas y convertirse así en el hombre más poderoso de más allá de las últimas tres décadas.

Se vería entonces envuelto en una vorágine de hechos de violencia, que tuvieron como víctimas mortales principales a un príncipe de la Iglesia Católica, el cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas Ocampo, asesinado en el estacionamiento del aeropuerto tapatío, en un fuego cruzado “al ser confundido con el narcotraficante Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán Loera”, el 24 de mayo de 1993.

La gota que derramaría el vaso del enojo social contra Salinas de Gortari, sería el cruel asesinato a balazos, de Luis Donaldo Colosio Murrieta, en la colonia Lomas Taurina de Tijuana, Baja California, la tarde del 23 de marzo de 1993, apenas 17 días después de pronunciar ante decenas de miles de militantes del tricolor, el discurso que definiría el fin de su existencia.

Ahí, ese 6 de marzo, ante el monumento a la Revolución no solamente se comprometió a acabar con la omnipotencia del Presidencialismo, sino de fortalecer al Partido Revolucionario Institucional, del cual diría.

“En esta hora, la fuerza del PRI surge de nuestra capacidad para el cambio, de nuestra capacidad para el cambio con responsabilidad. Así lo exige la Nación. Nuestra visión y nuestra vinculación histórica con el gobierno nos aseguró la oportunidad de participar en los grandes cambios del país. La fuerza del gobierno fue en buena medida la fuerza de nuestro Partido. Pero hoy el momento es otro: sólo nuestra capacidad, nuestra propia iniciativa, nuestra presencia en la sociedad mexicana y nuestro trabajo, es lo que nos dará fortaleza.

“Quedó atrás la etapa en que la lucha política se daba, esencialmente, hacia el interior de nuestra organización y no con otros partidos. Ya pasaron esos tiempos. Hoy vivimos en la competencia y a la competencia tenemos que acudir; para hacerlo se dejan atrás viejas prácticas: las de un PRI

que sólo dialogaba consigo mismo y con el gobierno, las de un partido que no tenía que realizar grandes esfuerzos para ganar.

“Como un partido en competencia, el PRI hoy no tiene triunfos asegurados, tiene que luchar por ellos y tiene que asumir que en la democracia sólo la victoria nos dará la estatura a nuestra presencia política. Cuando el gobierno ha pretendido concentrar la iniciativa política ha debilitado al PRI. Por eso hoy, ante la contienda política, ante la contienda electoral, el PRI, del gobierno, sólo demanda imparcialidad y firmeza en la aplicación de la ley. ¡No queremos ni concesiones al margen de los votos ni votos al margen de la ley!”

A 28 años de su muerte, sus palabras siguen vigentes: “No pretendamos sustituir las responsabilidades del gobierno, pero tampoco pretendamos que el gobierno desempeñe las funciones que sólo a nosotros, como partido, nos corresponde desempeñar.

“Hoy estamos ante una auténtica competencia. El gobierno no nos dará el triunfo: el triunfo vendrá de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de nuestra dedicación. Los tiempos de la competencia política en nuestro país han acabado con toda presunción de la existencia de un partido de Estado. Los tiempos de la competencia política son la gran oportunidad que tenemos como partido para convertir nuestra gran fuerza en independencia con respecto del gobierno”.

Visión que toma forma en un esquema de Partido diferente en 2021, con un PRI que no ha sido vencido por las traiciones de sus más prominentes militantes a los que ha encumbrado en el poder y que han desencantado a una ciudadanía harta de la corrupción y la impunidad.

Está de nuevo en la competencia, en espera de nueva oportunidad.

Premio Nacional de Periodismo 1983 y 2013. Club de Periodistas de México.

Premio al Mérito Periodístico 2015 y 2017 del Senado de la República y Comunicadores por la Unidad A.C.