Donald Trump es sólo una manifestación de las fuerzas que tienen a la sociedad estadounidense dividida, crispada y confundida. Los grandes problemas de ese país son conocidos: desigualdad, racismo, terrorismo, dificultad para llegar a acuerdos políticos, menguada influencia internacional. La pandemia ha revelado con letal precisión la ineficacia del sistema de salud más caro del mundo.

Con la excepción del coronavirus, el racismo y la desigualdad, estos grandes problemas no afectan a la vida diaria de los norteamericanos. Hay otros, sin embargo, que les alcanzan de manera cruel, tangible y frecuente.

Uno de estos es la regulación irresponsablemente laxa de las armas de fuego. Estados Unidos tiene 4.4% de la población del planeta y 42% de las armas. También el mayor número de asesinatos masivos, especialmente en las escuelas. Desde 2002, más de 400 estudiantes, maestros y personal escolar han muerto asesinados por armas de fuego, cinco al mes.

El presidente Trump y la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en sus siglas en inglés) sostienen que este no es un problema de armas sino de salud mental. Pero ningún otro país sufre regularmente de este tipo de ataques tanto como EU, y, estadísticamente, las enfermedades mentales no son más frecuentes allí que en otros países. Todos los estudios independientes concluyen que la facilidad con la que se puede comprar un arma es la explicación de estas masacres.

El 75% de los estadounidenses desea más controles sobre la venta y la posesión de armas. Pero las preferencias de esa abrumadora mayoría caen sistemáticamente aplastadas por la NRA, que, disfrazada de ONG, es el lobby de los fabricantes de armas.

Otra realidad nociva para millones de estadounidenses es el uso abusivo de opiáceos. Los obtienen tanto legalmente, con receta médica, como por vías ilícitas. El consumo ilegal de heroína y opiáceos sintéticos como el fentanilo se ha disparado. En 2015, dos millones de estadounidenses sufrieron problemas de salud a causa del uso excesivo de estas drogas.

Al mismo tiempo, hay una grave escasez de medicamentos que salvan. Esta escasez no se debe a que los medicamentos no están disponibles, sino a que están fuera del alcance de millones de estadounidenses que no los pueden pagar. Los precios de las medicinas en EU son los más altos del mundo. Allí, el gasto anual medio en fármacos es de 858 dólares por persona, mientras que en otros 19 países industrializados la media es de 400 dólares.

Otro fenómeno que está matando a los estadounidenses es el cambio climático. Reducir las emisiones que contribuyen al calentamiento global puede ser muy costoso para algunos sectores empresariales, que, naturalmente, preferirían evitar esos costes o posponerlos al máximo y así salvaguardar sus beneficios. De ahí que hayan contribuido con tanta eficacia a fomentar el escepticismo.

¿Qué tienen en común estas cuatro tragedias? El dinero. O, mejor dicho, la propensión de algunos empresarios que, en su afán de aumentar y proteger sus ganancias, abusan de sus clientes y de la sociedad. Lo pueden hacer porque se las han arreglado para “secuestrar” las instituciones del Estado encargadas de regularlos y limitar sus prácticas abusivas. La solución es tan obvia como difícil de instrumentar: reparar la democracia donde está rota. No hay prioridad más importante.

@moisesnaim

Miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace.