Es probable que, a causa de los gobiernos, compartir bienes y servicios sea más caro y complicado en el futuro

Hace días que regresé de la Ciudad de México a Chicago, tomé un taxi ante mi ignorancia sobre dónde localizar un Uber. El chofer preguntaba insistentemente qué ruta seguir hacia mi destino. Pensé, te extraño Uber, pues el taxista no parecía saber lo que es un navegador satelital. Luego de pagar, incluyendo una propina del 16%, el chofer bajó del auto, abrió la cajuela y se negó a asistirme con las maletas. Me veía con cara de, ¿qué esperas güey para dejarme ir?

La conveniencia que ofrecen las compañías tecnológicas de la “economía de compartir” como Uber, Airbnb y WeWork es innegable. A través de estas plataformas, ciudadanos privados comparten su propiedad o espacios arrendados para que quienes no podemos ser dueños del departamento con vista al mar lo disfrutemos a un precio accesible. La generación millennial concibe los beneficios de esta economía como algo cotidiano. El problema es que estas empresas son financieramente inviables y en un futuro podrían dejar de ofrecer sus servicios, al menos como los conocemos hoy en día.

El caso más reciente es el de WeWork, compañía que renta espacios de oficina en ubicaciones premium para luego subarrendarlas a emprendedores, startups. WeWork ha perdido en 2019 más de dos mil millones de dólares. A pesar de ello, trató de cotizar en la bolsa de valores sólo para exhibir la mala administración y gastos superfluos de su liderazgo. Al colapsar la colocación de acciones, la compañía redujo su valor de 47 mil millones de dólares a menos de 8 mil, y eso si es rescatada por un banco antes de caer en insolvencia pues debe pagar 6 mil millones de dólares en noviembre.

La debacle de WeWork preocupa pues es el mayor arrendador de oficinas “por tiempo flexible” en las principales ciudades de Estados Unidos y con gran presencia en otras metrópolis del mundo. En caso de declararse en bancarrota, WeWork podría inducir una recesión en bienes raíces en los mercados más prominentes.

Algunas de estas empresas con modelos innovadores no son rentables incluso después de años de operación, por eso se conocen como “Unicornios Tecnológicos”. Su planteamiento es fascinante, ofrecer más opciones, de mejor calidad y a mejor precio al consumidor. No conozco a nadie que se oponga a tan atractiva oferta, no obstante, los inversionistas que ven potencial en estas compañías son los que pagan el precio. Tan sólo Uber perdió más de cinco mil millones de dólares en su reporte financiero del último trimestre.

La inviabilidad financiera no se debe a que estas entidades no generen ingresos, lo hacen y en gran cantidad. El problema es que, en un intento por situarse como el agente dominante en su campo, o por ambición desmedida, implementan planes de crecimiento insostenibles que conducen a que sus gastos en “inversiones” superen por mucho los ingresos.

Algunos fundadores de empresas tecnológicas mienten abiertamente para obtener financiamiento, prometiendo lo imposible a sabiendas que no honrarán la palabra. Ese fue el caso de Elizabeth Holmes, una joven que fue considerada la siguiente Steve Jobs, quien prometía revolucionar la forma y el costo para analizar muestras de sangre. Su compañía, Theranos, fue disuelta y Holmes está bajo investigación federal que se espera concluya con una sentencia de 20 años en la cárcel por fraude.

Uno se acostumbra a lo bueno, viajar en un buen auto, rentar una gran oficina u ocupar una casa de ensueño en las vacaciones, todo a precio razonable. Sin embargo, con más gobiernos que regulan la economía de compartir, aunado a modelos de negocios riesgosos, es probable que compartir bienes y servicios sea más caro y complicado en el futuro. Como dicen en mi pueblo, “si la oferta es demasiado buena para ser cierta, probablemente no es cierta”.

Twitter: @ARLOpinion