“De momento la inmortalidad solo la han conseguido el plástico biodegradable y las prótesis que se llevan los muertos a las tumbas”
Manuel Vicent
El mundo acaba de presenciar un duro revés en la lucha contra la contaminación plástica. Tras casi dos semanas de negociaciones en la sede de la ONU en Ginebra, con más de 180 países presentes, el esperado Tratado Global sobre Plásticos concluyó sin resultados positivos. La cumbre, convocada para enfrentar la crisis de los plásticos, dejó una profunda decepción internacional. El desenlace fue calificado como un fracaso rotundo, “una victoria para la industria y una derrota para el planeta”, en palabras de algunos participantes. Las razones de este fracaso radican en las divisiones de intereses y en la fuerte influencia de la industria petroquímica durante las negociaciones.
Desde el principio hubo dos bandos opuestos. Por un lado, un bloque de países de alta ambición impulsó medidas firmes: reducir drásticamente la producción de plástico virgen, eliminar gradualmente los aditivos tóxicos y asegurar una transición justa para los sectores afectados. Estos países, con el respaldo de la sociedad civil, dejaron claro que preferían ningún tratado antes que uno descafeinado que no atacara la raíz del problema. En el lado opuesto, un puñado de naciones -grandes productores de petróleo y plástico- se negó a cualquier compromiso que limitara la producción; su única propuesta fue hablar de reciclaje, eludiendo cualquier recorte real a la producción masiva de desechables. Esta postura intransigente impidió avances sustanciales: sin frenar la producción, el tratado perdía sentido.
La recta final de las negociaciones estuvo marcada por acusaciones de sesgo y caos. La presidencia de la conferencia y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) fueron duramente criticados por favorecer a la minoría de países de baja ambición, bajo la influencia de 234 cabilderos de la industria petroquímica. Esa presión de los lobbies debilitó el posible acuerdo, al punto que se llegó a tildar el proceso de “profundamente defectuoso”. Aun así, grupos ecologistas y científicos alzaron la voz exigiendo soluciones reales.
Al final, la falta de acuerdos concretos llevó a aplazar cualquier decisión hasta futuras sesiones. Esta parálisis es alarmante, pero también refuerza la determinación de seguir buscando un consenso. Como advirtieron voces ambientalistas, este tropiezo es una llamada de atención: poner fin a la contaminación plástica exige enfrentar sin miedo a los intereses de los combustibles fósiles. La mayoría de los gobiernos quiere un pacto sólido; no debemos permitir que unos pocos saboteen el futuro del planeta.
La contaminación por plásticos no solo ensucia océanos y paisajes: ya está afectando la salud humana. Microplásticos se han hallado en todas partes -en el aire que respiramos, el agua que bebemos, nuestros alimentos- e incluso circulan en la sangre, lo que significa que los ingerimos e inhalamos constantemente. Esta exposición preocupa a la ciencia: numerosos estudios advierten que muchos aditivos químicos del plástico son tóxicos para las personas. Se emplean más de 1.600 sustancias en fabricar plásticos; una cuarta parte son peligrosas y la mayoría carece de regulación. Según expertos, varios de esos compuestos se han ligado a enfermedades graves: ciertos cánceres, trastornos del desarrollo (partos prematuros), desequilibrios hormonales y metabólicos (obesidad, diabetes) y afecciones cardiovasculares. En resumen, el plástico no es solo un problema ambiental: se ha convertido en una amenaza silenciosa para nuestra salud. Esta crisis global tiene un impacto particular en México. Nuestro país genera cerca 5.7 millones de toneladas de desechos plásticos al año, y más de la mitad se gestiona mal, contaminando ríos, mares y suelos y agravando la crisis climática (la producción de plástico aporta alrededor del 3.4 % de las emisiones globales).
El mensaje de Ginebra es claro: no se aceptarán soluciones a medias ni promesas vacías. Debemos convertir la frustración en acción y exigir con más fuerza un pacto global ambicioso. Nos va en ello la salud, el medioambiente y el futuro de las próximas generaciones.