Banner

Hoy Escriben - Jorge Castañeda

La invitación que Sheinbaum no puede rechazar

Podría parecer desproporcionado tratar temas de relaciones internacionales cuando en México se descomponen las relaciones internas de manera estrepitosa.

El mes de mayo no fue muy bueno que digamos: los asesinatos, el recrudecimiento de la guerra civil en Sinaloa, los desencuentros con Estados Unidos -agua, jitomates, ganado, visas, drones, fotos de militares en México, remesas-, los cuestionamientos crecientes a la reforma judicial, el enfriamiento cada día mayor de la economía, etc., etc., etc.

Como ya se ha repetido en múltiples foros, la popularidad no equivale al buen gobierno. Es factible que el país haya entrado ya en una fase de mediocridad perpetua: con presidentes aplaudidos, sin colapsos -no es poca cosa-, pero también sin crecimiento, sin mayor empleo, inmerso en la informalidad y la inseguridad, sin estado de derecho ni prosperidad, con la misma pobreza y desigualdad, salvo esporádicas mejoras producto de un asistencialismo eficaz, pero productor de la perpetuación del status quo.

No obstante, en un país tan abierto al mundo, con una economía y una sociedad tan sensibles al exterior, nunca es inútil o irrelevante hablar de las oportunidades pasajeras que surgen fuera de nuestras fronteras.

Del 15 al 17 de junio en Canadá se presenta una de ellas: la cumbre anual del G7, del que no somos miembros, pero a la que hemos sido invitados en varias ocasiones.

Antes de entrar en los detalles de dicha reunión, conviene recapitular las discusiones dentro y fuera del gobierno sobre si la presidenta Sheinbaum debe o no encontrarse con Donald Trump.

Unos sostienen que es preferible evitar un encuentro, por ahora en todo caso. Bastan las llamadas, y exponer a la mandataria al show de la Oficina Oval constituye un riesgo innecesario. Los partidarios de esta tesis argumentan que no se gana nada con un posible encontronazo, y se arriesga mucho.

Otros piensan -pensamos- que resultará imposible evitar una reunión durante cuatro años. Algún día tendrá que producirse el face-to-face, y mejor antes que después. Sobre todo si se puede concertar en un lugar neutro.

De allí el interés del conclave de Kananaskis, en Alberta, dentro de tres semanas. Desde 1991, cuando fue invitado el último presidente de la Unión Soviética, el G-7 invita a otros países, y a otras personalidades a sus conferencias.

Claudia Sheinbaum ha sido invitada a Canadá por el primer ministro, Mark Carney. Hay nuevo gobierno en aquel país y en México; ambos gozan del privilegio de contar con un interlocutor común y decisivo; representa una buena opción para relanzar la relación entre Ottawa y la Ciudad de México, si es que no se ven antes Carney y Sheinbaum.

Sheinbaum debe acudir a Kananaskis. Por una razón primordial, y varias otras. Constituiría ante todo una magnífica oportunidad para una bilateral con Trump en terreno neutral.

Ella ya declinó dos posibilidades: la reinauguración de Notre Dame en París, donde fue invitada por el gobierno francés, y los funerales de Francisco I, en Roma. No debe rechazar esta nueva invitación.

Incluso porque podrá celebrar más bilaterales, con Macron, Starmer, Meloni, Metz y otros. Como es evidente que no le gustan los viajes, saldaría varias obligaciones con un solo periplo.

Es cierto que se trata del club de los ricos, que a ella le caen medio mal, pero lo compensaría enviando a un colaborador de bajo rango al club de los pobres (salvo China), con los BRICS en Río de Janeiro inmediatamente después, el 6 y 7 de julio.

Yo supongo que todo esto lo vienen discutiendo desde hace semanas dentro del gobierno. Tengo entendido que no han decidido. Está cantado.