Año tras año el sargazo nos somete. Turistas, hoteleros y autoridades esconden la cabeza en la arena aun sabiendo que los problemas no desaparecen pretendiendo no verlos. Algo que hasta los avestruces saben.
Al sargazo lo asociamos con el legendario Mar de los Sargazos y el misterioso Triángulo de las Bermudas –ese agujero azul de un millón de kilómetros cuadrados que en los siglos 17 y 18 atrapaba navíos que se aventuraban por el Atlántico septentrional. El de los sargazos es el único mar sin mareas, sin costas, el que no baña a ninguna nación. Un mar al que, en nuestra ignorancia, queremos culpar de toda desventura. Porque queda claro que a este mar no le podemos atribuir los arribazones masivos de sargazo que hoy azotan las playas del Caribe mexicano y de más de 20 países caribeños.
En 2019 escribí en estas páginas sobre el sargazo, una macroalga marina café que recorre miles de kilómetros flotando y que, al arribar masivamente a la playa, impacta gravemente a las comunidades costeras, la industria turística y el medio ambiente en el Caribe mexicano. Cuando se degrada, el sargazo libera gases tóxicos (ácido sulfhídrico, arsénico y metano) que impactan playas, agua de mar y dulce, arrecifes de coral, pastos marinos, manglares, la pesca, el turismo y la salud las personas. La UNAM y otras instituciones nos alertaron desde el 2011.
Más de una década después, y ante las afectaciones económicas, sociales y ambientales de los arribazones de sargazo, sorprende que la industria turística y las autoridades no hayan diseñado una estrategia coherente y, sobre todo, con presupuesto apropiado, para abordar la dimensión del desafío. Sorprende sobremanera la parálisis de sucesivas administraciones estatales y federales atascadas en la ignorancia, el desinterés, la negligencia. Metieron la cabeza en la arena como los avestruces, hacen que hacen, pero no hacen absolutamente nada. Hoy la situación es todavía peor.
Según la Universidad del Sur de Florida, 37.5 millones de toneladas de sargazo flotaban en el Mar Caribe y el Golfo de México en mayo de 2025 –casi el doble de julio de 2018 y la cantidad más alta jamás registrada. Según la Secretaría de Marina, en lo que va de 2025, 4 mil toneladas de sargazo llegaron a Quintana Roo; es decir, más del doble de lo que se estima pesa la Estela de Luz en la Ciudad de México.
Brian Lapointe, de Florida Atlantic University, uno de los científicos que más ha estudiado este fenómeno, cree que su crecimiento desmesurado se debe al exceso de nutrientes en aguas residuales urbanas y de fertilizantes agrícolas. El sargazo que llega a México probablemente se ha alimentado de la exorbitante cantidad de nutrientes y fertilizantes que se vierten en el río Amazonas, y que son arrastrados hasta su desembocadura al mar en Brasil. Los cambios en las corrientes marinas en el Atlántico, causados por el cambio climático, facilitan el desplazamiento del sargazo al Caribe. El aumento de la concentración de dióxido de carbono (principal gas de efecto invernadero) en la atmósfera y su mayor absorción en el mar, también contribuyen a la proliferación anómala del sargazo.
Al llegar, hambriento, al Caribe mexicano, el insaciable sargazo encuentra enormes cantidades de desechos de las letrinas de hoteles y otros residuos en las aguas negras de las ciudades –y se transforma en el “supersargazo” que invade las playas quintanarroenses. Nuestras heces y demás desechos vertidos a los ríos y el mar nutren el sargazo, que ahora crece más y más rápido.
¿Cuándo sacaremos la cabeza de la arena? ¿Cuándo el sector turístico y las autoridades municipales, estatales y federales tomarán al sargazo por los cuernos para evitar los graves impactos económicos, sociales y ambientales en el Caribe mexicano?