Banner

Hoy Escriben - Margarita Aguilar Ruiz

La palabra a fondo

Lectura de octubre

¿Qué nos ofrece la cofradía del guanacastle?

Octubre es un mes que se presta a la nostalgia, a pensar en los conjuros y evocar con suspiros y palabras lo que nos deja huella y desdibuja el alma.

Es un mes perfecto para el nacimiento de un manifiesto de mujeres que se plantan como ceibas en sus raíces pero que se abrazan danzantes con sus brazos que semejan hermosas ramas verdes y floreadas.

Esas preclaras y bellas ceibas tienen nombre de mujeres: Elena, Clara, Gilda, María Eugenia, Martha Elena, Socorro, Violeta, Virginia y Yolanda, quienes en este otoño nos convidan de su delicada especie de cofradía.

Círculo energético en donde comulgan con una fe vital que las enlaza en una orden cuya misión es la eterna cruzada por la expresión escrita franca y, no solo sin ataduras, sino que nos desata a las posibilidades de explorar nuestra relación con este trazo extraño de tiempo que llamamos vida.

Las crónicas del libro que nos regalan llamado “Bajo el signo de la nostalgia”, evocando el poema del querido Noquis Cancino, tienen el común denominador de la heroína que se opone al silencio, o a que el tiempo borre los lienzos literarios que con el toque personal que cada una han sabido esculpir en el misterio de la eterna memoria.

Esa que se respira desde su presencia y que ellas sellado bajo orden de la cofradía del Guanacastle, que me parece tan digno y medieval; me es fácil evocarlas velando el tintero de su indomable pasión por la literatura, así como velaban los cruzados sus espadas antes de la batalla, o los monjes sus crucifijos y rosarios antes de la ordenación. Nada más que el gran monasterio-recinto estaría ubicado en la colonia Real del Bosque, atrás de Chedraui Oriente -de esta ciudad capital- desde donde la abadesa Gilda Rincón las inspira con su disciplina y determinación.

En esta hermosa edición de crónicas bajo la dirección y formación editorial de Fernando Trejo y Juventino Sánchez, encontraremos gran regocijo y salud para el cuerpo y para el alma -como médica se los aseguro y prescribo con o sin receta-. Les comento algo sobre los beneficios que gozarán con una poción de las crónicas de la cofradía del Guanacastle leída mínimo cada ocho horas por 7 días.

Clara no ofrenda como incienso el amor por su Bochil, en donde ha militado por la cultura contagiando su pasión por volver un epicentro perenne de expresiones artísticas y enamorando con su entusiasmo a un sinnúmero de personajes con la convicción y entusiasmo que le caracteriza. Amor a la comunidad, al espacio que late con sus sorpresas, eso encontramos también en el relato de Elenita, quien nos recuerda que existe en Comitán un origen singular del cine, como lo hubo en cada lugar de México; su texto es un homenaje a los pioneros que regalaron el disfrute de la vida acompañado de una proyección tan arrobadora como el sabor de palomitas y uno que otro beso -que según dicen ocurren en la oscuridad de las proyecciones-.

Mi tía Gilda recrea cómo se gesta el espacio urbano en donde desde su ventana puede admirar las calles y árboles que se nombran indistintos: cupapé y guanacastle, transformando la historia de su cotidianidad en un homenaje a la fundación de las colonias. Maru nos insta a movernos a buscar a la brevedad posible la sanidad aventurera de un rancho para sanar la desidia y adicción a las redes -porque en esos lugares a veces no hay seña de internet- describe con festiva emoción el significado familiar de ir al río en un rancho como el Rancho del Niño.

Martita nos lleva de la mano por su exitosa trayectoria desde el nacimiento del Museo Regional de Chiapas, que por cierto rememora que en sus inicios fue precisamente parte de sus actividades darle seguimiento a la Semana de la Muerte en donde se consideraban las pláticas “Cuentos de velorio”.

Socorrito, amigable y siempre conquistando con su don de poeta que confabula por la buena vida y la alegría, nos comparte una rica crónica sobre el devenir de Pellicer con los personajes de Chiapas como Daniel Robles Saso, y nos revela la indignación del tabasqueño sobre el único defecto del cañón del sumidero. ¿Saben cuál era, según Pellicer? Pues que no estaba en Tabasco.

Violeta nos conforta con su acogedora alma de artista inspirada, mi colega de las ciencias de la salud nos proporciona revelaciones sobre la cofradía de San Jacinto, y que mucho tiene que ver con su vocación, en su crónica testifica que en su formación como enfermera con el Plan Modelo de ese entonces se contemplaban temas de arte y cultura.

Así pues, cuando los felices encuentros provocados y casuales se dieron entre un arcoíris de artistas la casa de Violeta fue el escenario perfecto para planes, proyectos, premios, y otras confabulaciones que quizás algún día nos revelará, encuentros en el que ella destaca su amistad con Reynaldo Velázquez que fue su motor para transformarse en promotora cultural.

Virginia nos entusiasma con el suspenso con una crónica –muy ad hoc en estas épocas que nos atrae lo tenebroso- sobre lo acontecido en un lugar que fue llamado Loma Pelona y que hoy se conoce como Loma Bonita. Virginia nos secuestra la respiración con el misterio –su relato emana la incertidumbre de lo que llama alaridos a deshoras, un hombrecillo misterioso sobreviviente de sus fechorías, y una lección que ya leerán.

Yolanda nos trae con gracia los aires decembrinos, extasiándonos con su recorrido por un Tuxtla los nacimientos en donde las ramas de tziqueté protegían de manera perfecta esas artesanías en donde toda la familia y amigos participaban; la creatividad impactaba lo plasmado en el evangelio pues no era el clásico pesebre bíblico, sino también una especie del centro de Tuxtla en Belén, es decir, la recreación del parque central en una feria, hasta con rueda de la fortuna.

La vocación de fe y la inventiva competían hasta el empate, pues no había límites en esas casas de antaño que nos citan este diciembre a cultivar estas tradiciones heredadas.