Este 12 de octubre de 2024, el Senado mexicano marcó un antes y un después en nuestro país con la implementación de la tómbola para seleccionar los puestos que se someterán a elección en el 2025 y cuales en el 2027. Este mecanismo, dejó en manos del azar el destino de miles de personas juzgadoras y con ellas a miles de familias mexicanas.

Esta medida evoca inevitablemente la antigua práctica romana de la decimatio, en la que uno de cada diez soldados era seleccionado al azar para ser ejecutado como castigo por los errores de toda una unidad.

Este castigo no solo eliminaba la posibilidad de redención personal, sino que servía para recordar a los soldados que sus vidas estaban al servicio de un sistema que los controlaba completamente.

Lo mismo ocurre hoy con la tómbola: el destino de personas juzgadoras, y con ello el futuro de la justicia en México, parece estar en manos de un azar que ignora los méritos, la carrera judicial y con ello el compromiso que implica el servicio público.

Para las mujeres en el Poder Judicial esta tómbola supone una amenaza aún mayor. Históricamente, las mujeres han tenido que luchar contra pisos pegajosos que las mantienen en posiciones inferiores debido a la falta de apoyo institucional y la doble carga laboral de trabajo doméstico y profesional.

Según datos de la Encuesta Nacional de los Hogares del INEGI, en México, el 30 % de los hogares son monoparentales, y el 89 % de estos están encabezados por mujeres. Muchas de estas mujeres juezas y magistradas han tenido que sortear obstáculos para avanzar en su carrera, y ahora se enfrentan a una tómbola que ignora por completo el mérito, sus capacidades y los esfuerzos que han hecho para romper el techo de cristal en el Poder Judicial.

El impacto del azar no es imparcial; al contrario, puede servir como herramienta para perpetuar la desigualdad. Mientras que la reforma al Poder Judicial busca, en teoría, democratizar la justicia, en realidad, invisibiliza las trayectorias individuales de quienes han luchado por construir un mejora en la justicia.

Las mujeres, en particular, han tenido que derribar barreras estructurales, y su avance ha sido lento y difícil. La introducción del azar en este proceso es un retroceso que puede deshacer los logros alcanzados.

A lo largo de la historia, hemos visto cómo la justicia debe construirse sobre principios claros y basados en las capacidades de las personas. Gracias a la carrera judicial, jueces y juezas han sido seleccionados por su capacidad de interpretar la ley de manera justa e igualitaria, de resolver conflictos complejos con sensibilidad y de estar a la altura de los desafíos sociales y legales que enfrenta nuestro país.

La implementación de esta reforma debe centrarse en asegurar la transparencia sin sacrificar el mérito ni la experiencia. Aquellas personas que aspiren a ser personas juzgadoras deberían ser sujetas a una evaluación rigurosa por un comité verdaderamente especializado.

Además, es crucial implementar programas de mentoría y capacitación continua para quienes resulten electos, asegurando que cuenten con las habilidades necesarias para impartir justicia de manera eficiente y la curva de aprendizaje no se erija como la nueva barrera para el acceso a una justicia pronta y expedita.

La reforma al Poder Judicial se erigió con grandes promesas: transparencia, imparcialidad y una justicia más eficaz, eficiente y accesible.

La tómbola, que definió qué personas juzgadoras serán elegidas en 2025 y 2027, y el voto popular, son medidas que la mayoría del Congreso de la Unión introdujo para supuestamente democratizar el proceso, pero más que democratizar, me parece que nos estamos acercando a un modelo donde las personas juzgadoras se elijan por popularidad, alejándonos de la imparcialidad que requiere el Poder Judicial.

Quienes imparten justicia deben estar comprometidos con la Constitución y los derechos humanos, no con los deseos de una mayoría que en muchas ocasiones pueden ir contra los derechos de comunidades en situación de vulnerabilidad, pero parafraseando a Julio Cesar “alea iacta est”, la suerte de nuestro país está echada.