Pasadas 16 horas de haber posteado en la red social X su agradecimiento a quienes votaron por ella, el mensaje de la ministra Lenia Batres cuenta con solo 3 mil 500 “me gusta” y mil 400 reposteos.
Con el 99.8 % de las actas computadas, la hermana de Martí Batres, el hoy director general del Issste, consiguió 5.7 millones de votos en la pasada elección judicial, quedando en segundo lugar, después del abogado obradorista, Hugo Aguilar, quien consiguió hasta ese momento poco más de 6 millones de votos.
No es que se dimensione simplistamente la cantidad de likes vs la cantidad de votos, pero sí podemos entender que los que votaron por ella no están en esta red. De hecho, Batres solo cuenta con 74 mil 800 seguidores. Su popularidad, que tras millones de votos debiera representar un poco más peso de “influencer”, no figura en redes sociales.
No es como Yasmín Esquivel que tiene buena fama desde que explotó la polémica por presuntamente haber plagiado su tesis. En TikTok tampoco, Lenia solo tiene apenas 20 mil seguidores y el primer video que aparece tras la búsqueda “Lenia Batres” es el de sus gritos llenos de groserías en la vecindad.
Entonces su popularidad estará más asociada a su apellido, a la cargada a su favor en medios públicos y a través de militantes morenistas que durante la campaña la convocaron a sus espacios o hicieron proselitismo, incluso desde Nueva York a bordo de aquella embarcación de la Marina que chocó con el puente de Brooklyn; o bien, a los acordeones repartidos previo a la elección, intervenciones prohibidas que deberían antes que nada abrir paso a impugnaciones y/o anulación.
No se queden con el cuento de que la ministra hizo campaña recorriendo diferentes estados. Si acaso, la frase que mejor la representa fue aquella que dijo: “No me hagan esto, yo no vengo para ser repudiada”.
La reforma judicial promovida por López Obrador abrió la puerta a un sistema de votación opaco, vulnerado desde el origen. No hay manera de garantizar que quienes votaron lo hicieron informadamente, ni libremente. El caso Batres lo ilustra con claridad.
Ahora, ¿les habrá fallado la apuesta para la presidencia de la Corte a los orquestadores de las elecciones o Hugo Aguilar era la correcta? Comenzado el conteo de votos, la presidenta Sheinbaum sugirió una preferencia de género, destacando que la Constitución incluye criterios de paridad y abriendo la posibilidad a Batres; sin embargo, Guadalupe Taddei del INE se apresuró a aclarar que el cargo iría para quien consiguiera más votos.
¿Por qué anda Sheinbaum metiendo ruido? Teorías puede haber muchas, incluida aquella de que le pidieron que presionara, o justo lo contrario, buscaba hacerle al cuento. Lo que sí parece menos probable es que Sheinbaum, sabiendo que la reforma judicial aseguró cinco de ahora nueve asientos a las mujeres, quisiera priorizar la representación femenina.
Y ya veremos cómo ejerce Aguilar como presidente, pero lo que nos interesa en este espacio es observar la capacidad y el ejercicio de las mujeres en el poder. La reforma de López Obrador al Poder Judicial incluyó dos años de presidencia a los ministros, es decir que el cargo será rotativo. Así que ya le tocará también a Batres.
Ahora, la autollamada “ministra del pueblo” ha priorizado los derechos humanos, especialmente los sociales, como educación, salud, trabajo y vivienda, y durante su campaña defendió la equidad de género, comprometiéndose a combatir la desigualdad.
Abogó por fortalecer defensorías públicas, comisiones de derechos humanos y procuradurías para garantizar que las mujeres puedan denunciar y defenderse en juicios, especialmente en casos de violencia de género, y también habló de instrumentos pedagógicos para que las mujeres participen en procesos judiciales.
Sin embargo, la ministra del pueblo ya es ministra y una de las fallas más recurrentes que ha tenido es la asistencia a sesiones, afectando el quórum y retrasando la resolución de casos, y de neutralidad ni hablemos. Sabemos de qué pie cojea para ser ministra.
El fraude ha sido construido desde el aparato, con estructuras partidistas disfrazadas de espontaneidad, y una narrativa de justicia social que no resiste el escrutinio. Ni Batres ni ningún candidato es legítimo. Qué tragedia.