La disco gay que rendía culto a la música techno
Ante la falta de establecimientos para ejercer la sexualidad desinhibida, el escritor Luis González de Alba creó “El Taller”, un local subterráneo en la calle Florencia número 37, de la colonia Juárez de la hoy alcaldía Cuauhtémoc, en la Ciudad de México.
Era una discoteca y espacio sociocultural en donde muchos capitalinos bailaron los éxitos musicales de la época y presenciaron conversatorios de salud sexual con sentido del humor.
El sitio abrió sus puertas el 16 de junio de 1986 decorado con anclas, carretes de cables de luz, engranajes, tornillos, tuercas, entre otras herramientas industriales. De acuerdo con sus parroquianos, “El Taller” fomentó un concepto masculino de la homosexualidad y se alejó del estereotipo del “gay afeminado”.
Uno de los clientes de esta discoteca fue el escritor Wenceslao Bruciaga, quien lo describió como un “antro fascinante”, porque conectó con su gusto por la pornografía gay de los años 70.
““El Taller” era fascinante y más cuando lo vives a tus 18, 19 o 21 años, son de esas cosas que te influyen para entender la sexualidad en el resto de tu vida. Por mucho tiempo fue mi bar favorito”, declaró el escritor.
Al mirarlo en retrospectiva, el local representó un patrimonio histórico y cultural, pues ofreció identidad y un espacio digno para debatir y reflexionar sobre la comunidad LGBTTTIQ+ (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Travestis, Transgéneros, Transexuales, Intersexuales y Queer).
La discoteca contó con una pista de baile de vitroblock con iluminación de colores; a un costado tenía la cabina, donde Charly Mendoza y Genaro Konstantinos programaban a Depeche Mode, Front 242, New Order, entre otras bandas alternativas.
7Sex shop “El Vaquero”, el antecedente
Antes de abrir “El Taller”, Luis González de Alba fue propietario de la sex shop “El Vaquero”, en donde los clientes, además de conseguir pornografía y juguetes sexuales, podían comprar música, libros y revistas imposible de adquirir en cualquier librería.
La primera ubicación de “El Vaquero” fue en Parque Hundido, cerca del bar gay “Le Baron”, luego frente a Galerías Insurgentes y se transformó en cantina.
Para ingresar, los asistentes debían acudir con pantalones vaqueros y sin loción, requerimientos que Wenceslao Bruciaga consideró como “una manera de celebrar la masculinidad en un estado primitivo”.
En su ensayo personal “No hubo barco para mí” de 2013, Luis González de Alba explicó su intención de colocar una bañera en los sanitarios de “El Vaquero”, pues en algunos locales de Nueva York observó este recurso para quienes quisieran “desnudarse y sumergirse en su interior”, pero en su local no funcionó igual.
De sótano inundado a una disco-bar
La idea de crear un bar temático para que los homosexuales pudieran divertirse surgió cuando Luis González de Alba regresó de un viaje de París y no soportó la falta de opciones para distraerse en la capital mexicana.
A pesar de que ya contaba con “El Vaquero”, González de Alba quiso abrir una disco y, a mediados de 1985, encontró el local en la calle de Florencia 37.
El sótano estaba inundado por aguas freáticas, sin luz y con plaga de roedores. Sin embargo, Luis González se maravilló con las instalaciones, porque era el sitio ideal para el antro que rendiría culto a la masculinidad.
Al abrir las puertas del bar “El Taller”, González de Alba adoptó una postura “políticamente incorrecta”, al negar la entrada a mujeres. El dueño defendió su decisión al argumentar que los homosexuales necesitaban un espacio exclusivo como las señoras con los espectáculos de striptease.
“González de Alba no era misógino, creía que los gays, lesbianas y heterosexuales debían tener sus espacios, porque en lugares mixtos existe gente heterosexual que acude a burlarse y provocar a la comunidad LGBTTTIQ+”, expresó el historiador Alonso Hernández.
Un cuarto oscuro para los encuentros
A principios de los 90, Wenceslao Bruciaga leyó con atención una frase del pasquín “Ser Gay”: “Hay millones de hombres guapos en el mundo; algunos de ellos los podrás conocer en “El Taller””. Era parte de la promoción de la disco de González de Alba.
Al poco tiempo acudió al local y le fascinó desde su primera visita. El estar en un sótano le generó la sensación de ingresar a un sitio clandestino, con sujetos que vestían chamarras de cuero y arneses, o quienes se quitaban la playera para lucir sus músculos y propiciar contacto físico.
Ahí tuvo su primera experiencia, dentro del “cuarto oscuro”, que era un pasillo pequeño en donde los asistentes sostenían relaciones sexuales, situación que recordó como divertida.
De acuerdo con Bruciaga, la mayoría de las personas que asistían a la discoteca iban para tener encuentros sexuales, pero también había quienes la elegían para escuchar música.
““El Taller” fue de los últimos antros que congregó a hombres cisgénero de toda clase de tendencias. fresas, los daddys, pero también acudían punks y skates. Además, fue pionero en el movimiento rave en México”, enfatizó Wenceslao Bruciaga.
Cuna del house
A mediados de los 80, el DJ Martín Parra, mejor conocido como Mar-T-9000, solía visitar la Zona Rosa y el tianguis de “El Chopo” en busca de novedades rítmicas.
Al salir de aquellos epicentros musicales, en varias ocasiones observó a policías extorsionando a travestis y a sujetos que caminaban afeminados.
En 1987, a los 16 años, Parra decidió entrar a “El Taller” y olvidar el temor y la vergüenza de que alguien lo viera en un establecimiento para homosexuales.
“Justo fue un martes y había una plática de prevención del sida (…) “El Taller” tuvo la fama de ser exclusivo para hombres, aspecto que lo hacía único. Además, para mí es la cuna de la música dance alternativa, me refiero a todas esas rolas orientadas a la pista de baile como synth pop, new wave, EBM, new beat, house y techno”, explicó Mar-T-9000.
Al quedar extasiado por la música, Parra se acercaba a la entrada de la cabina para mirar en su interior. Lo consideró como un templo inaccesible a los mortales. El disc-jockey de “El Taller”, Genaro Konstantinos, observó el interés melómano de Parra y entablaron una amistad. El apodado Mar-T-9000 llevó varios discos de acid house al bar para la programación musical.
Para obtener la licencia del bar, González de Alba propuso a Enrique Jackson, entonces delegado de la hoy alcaldía Cuauhtémoc, organizar pláticas para la prevención del sida y asesoría legal para los desempleados por contraer VIH, sugerencia que dio origen a Los martes de “El Taller”.
“Los conversatorios iniciaban con la frase: “Bienvenidos a Los martes de El Taller, disculpen las molestias que esta toma de conciencia les ocasiona”, con un fondo musical de Vivaldi”, recordó Alonso Hernández. Según el historiador, González de Alba no imaginó que los conversatorios se organizaran durante 10 años.
En una época donde existía poca información sobre el sida mientras crecía el número de contagios, Hernández recuerda que las pláticas recurrían a la teatralidad y al sentido del humor para promover la salud y la protección sexual.
La entrada era gratuita y las pláticas duraban dos horas.
En la actualidad, Alonso Hernández coordina conversatorios desde Archivos y Memorias Diversas, y las conferencias se llaman “El Taller de los martes” en la librería “Somos Voces”.
El bar temático cerró en 2013, pero una nueva administración recuperó el ejemplo de González de Alba. Aun así, para el escritor Wenceslao Bruciaga, la mejor época de “El Taller” fue cuando su fundador estuvo al frente del establecimiento, pues le impregnó una esencia contracultural.
Tres años más tarde, el 2 de octubre de 2016, el escritor Luis González de Alba decidió poner fin a su vida.