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Durante el Sínodo Especial de los Obispos sobre la Amazonía, que se está realizando en Roma, hay puntos fronterizos que han causado preocupación en algunos sectores de nuestra Iglesia. Tengamos en cuenta, sin embargo, que en esta reflexión sinodal se pueden expresar libremente muchas opiniones de los participantes; al final, el pleno debe votar unas “Propuestas”, que se presentarán al Papa, y él decidirá lo más conveniente.

Se dice que el centro de este Sínodo es la ecología, el cuidado de la casa común, la protección de las culturas indígenas, y no la evangelización, la centralidad de Jesucristo y de su obra redentora. No es así. El centro siempre será Jesucristo, el Reino de Dios que él instauró. Y en ese Reino, son fundamentales la justicia, la fraternidad, el respeto a los demás, la defensa de los excluidos y descartados, como lo hizo Jesús, quien se presentó en Nazaret como el ungido por el Espíritu para traer una liberación integral. Eso es lo que Dios quiere para su pueblo.

Se dice que en este Sínodo se presentan las culturas indígenas como si fueran el ideal, lo mejor que hay en la humanidad, un ejemplo para todos, como si en ellas no hubiera pecado, no hubiera atrasos y deficiencias. No es así. Nadie niega que hay alcoholismo, machismo, corrupción, ignorancias, supersticiones y falta de servicios de agua, escuelas, medicina, luz, comunicaciones y atención eclesial. La selva y sus habitantes poseen muchos tesoros de sabiduría, que son los que debemos conocer y valorar, pero también muchas limitaciones, que se deben atender en justicia. Como en todas las culturas, también allí hay pecados.

Se dice que se proclaman las religiones indígenas como lo mejor para ellos y para la humanidad, como si Jesucristo fuera irrelevante, como si el catolicismo fuera una religión entre tantas otras. No es así. La Iglesia perdería su identidad y sería infiel a su misión, si no se implicara con todas sus potencias en la evangelización, que incluye la centralidad de Jesús, el ministerio de su Iglesia, los sacramentos, la purificación de lo que sea contrario al Evangelio, el ofrecimiento de todos los medios salvíficos que Jesús nos dejó. Pero es también necesario descubrir qué manifestaciones hay de Dios en esas culturas, pues no se les puede condenar como si fueran en todo obra del demonio. En muchos de sus modos de ser y de vivir, hay presencia oculta del Espíritu de Dios, hay acción salvífica de Jesús, que hay que descubrir y llevar a plenitud. Esa es nuestra tarea.

Se dice que a las mujeres se les quieren dar poderes jerárquicos, contrarios a la constitución de la Iglesia. No es así. Se trata de reconocer su lugar en la comunidad local y eclesial. El Código de Derecho Canónico faculta al obispo del lugar a autorizar a hombres y mujeres laicos para que bauticen. Yo di esa facultad a muchos catequistas, incluso a mujeres indígenas, con mucha aceptación de la comunidad eclesial. Y faculté, también a mujeres, para presidir matrimonios, una vez que conseguí el consentimiento de la Conferencia Episcopal y de Roma, como indica el Código de Derecho Canónico. Ellos y ellas escuchan los problemas de varias personas, quienes les confían también sus pecados, como si fuera una confesión; les aconsejan, oran por ellas y les ayudan a arrepentirse. No les dan la absolución sacramental, pero les llevan a lo que llamamos “contrición perfecta”, que, según las normas de la Iglesia, les ponen en gracia de Dios y reciben la comunión. No hace falta que sean diaconisas u otra cosa.

Se dice que se quiere acabar con el celibato sacerdotal, al proponer la ordenación de hombres casados. No es así. Sería una excepción, para casos particulares locales, como sucede en otras circunstancias, pero no aplicable a toda la Iglesia. Por otra parte, si hay Ministros y Ministras Extraordinarios de la Comunión, si hay diáconos permanentes, ellos pueden asegurar el alimento eucarístico en sus comunidades, sin necesidad de ordenar sacerdotes a casados. Así lo hemos hecho. El Espíritu tiene muchos caminos de servicio sacramental en su Iglesia.

Pensar

El papa Francisco, en su Exhortación Evangelii gaudium, nos invita a estar abiertos a nuevos caminos que el Espíritu vaya indicando a su Iglesia, y no cerrarnos a lo que él llama un “cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador” (EG 94).

Y nos invita a revisar todo y estar abiertos a la acción del Espíritu: “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (EG 23). “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG 27).

Actuar

Abramos la mente y el corazón a los caminos que el Espíritu señale para la Iglesia, en este acontecimiento sinodal panamazónico, y así Jesucristo sea la vida plena de esos pueblos y de toda la humanidad.