Tuve la bendición de conocer a monseñor Felipe Aguirre Franco desde niña, yo creo que en cuarto de primaria; nos impartía ejercicios espirituales a las alumnas del Colegio de Niñas, nos hablaba de Jesús, de su amor por nosotros desde la creación.
Un recuerdo imborrable en mi vida fue su Ordenación Episcopal en el parque de San Roque, yo tenía 12 años; fue una ceremonia solemne, preciosa, quedó grabada en mi corazón la imagen de monseñor tendido en el suelo, siendo ordenado por monseñor José Trinidad Sepúlveda. Desde ese día me sentí profundamente unida a Roma, al Papa, quizá por la presencia del nuncio apostólico y el himno Salve Roma que cantó magistralmente el Coro de Catedral.
A lo largo de los años tuve el privilegio de gozar de su cercanía, de su cariño; monseñor Felipe ha sido un faro en mi vida, uno de mis grandes amores; su rostro me recuerda a Jesús, tiene el aire de familia de Jesús. Su lema episcopal “Evangelizar” lo ha hecho vida, se ha dado sin medida evangelizando, acercándonos a Jesús y a su Madre.
Monseñor Felipe, un obispo Pro Vida, un defensor de la vida humana desde su concepción, del niño en gestación, con gran decisión y valentía; desafiando a poderosos que la han querido vulnerar. Creo que yo nací con la vocación Pro Vida, pero sin duda, él fue mi guía, el facilitador, el ejemplo a seguir.
El Centro de Ayuda para la Mujer (CAM) se abrió con su ayuda y consentimiento, contando siempre con su guía y acompañamiento.
De sus enseñanzas recuerdo que un día me dijo, que no solamente debemos enfrentar los problemas, que a veces por el bien común, por el bien mayor, por amor a la justicia; debemos incluso buscarlos, esa enseñanza me ha servido a lo largo de mi vida.
Otro consejo que me dio fue que me dijo, que siempre mirara lo bueno de las personas, su lado bueno; que descubriendo una cualidad de la persona, valorándola, podemos sacar muchas más cualidades, muchos más bienes, grandes bienes. Me dijo que era como una bola de nieve, que inicia muy pequeña y llega a ser una bola muy grande.
Recuerdo cuando lo fuimos a dejar a Acapulco, cuánto nos dolió. Recuerdo que en una cena que hubo con personas que íbamos de Tuxtla y su nuevo rebaño de ovejitas, yo les decía a los acapulqueños, que lo cuidaran, que les estábamos dando lo más preciado de nuestro Chiapas.
Una enseñanza reciente fue cuando le dije que el servir a los pobres, a los más vulnerables, llenaba el corazón, daba felicidad verdadera; porque ellos son los más parecidos a Jesús, a Dios; monseñor sin embargo me dijo, no, no son los más parecidos, son Él.
Monseñor Felipe, pescador en la barca con Jesús, trovador de su amor.
Muchísimas gracias por esta hermosa oportunidad.
Rocío Veytia Negrete.
El texto forma parte del libro “Monseñor Felipe Aguirre Franco. Buen Pastor de brazos abiertos”, próximo a publicarse, escrito por el Dr. Hilario Laguna C.