Tristeza de Semana Santa
Desde que se suspendieron las clases y las labores en diferentes escuelas oficinas a causa del Covid-19, empezó a sentirse un ambiente de cierta tristeza, parecido al de la Semana Santa, que nos remonta a los años de la niñez y la juventud.
En aquellos años no había como ahora el temor que causa la terrible pandemia en todos los rincones del planeta, con los gobiernos de diferentes países dando tumbos tratando de encontrar la forma de cómo evitar el mayor número de muertos y de afectaciones a la economía.
La tristeza de los días de las Semanas Santas de entonces tenía que ver tal vez más con la sensación de dolor provocada por la crucifixión de Jesús el Nazareno hace más de dos mil años, y cuando los padres lo hacían a uno guardar una especie de luto, sin derecho a correr, bañarse, nadar, subirse en un caballo o en un vehículo.
“Si te bañas te volverás pez”, le metían miedo a uno entonces los padres, y como casi siempre sucede en esos casos, el niño trata de comprobar si la advertencia es cierta o no. El resultado era que después de meterse cuidadosamente a la Poza de la Vuelta en el río Palio, uno salía igual, no transformado en pez.
Ahora el temor se alimenta de la incertidumbre por no saber en qué parará exactamente todo esto, no sólo en México, sino en el mundo; si en algún momento la vida volverá a ser como antes o no, si algún familiar, amigo o conocido será víctima del Coronavirus.
Nunca como ahora la vida de la personas se había detenido tan bruscamente por la suspensión de las actividades diarias para guardarse en la casa esperando que amaine la tormenta llamada Covid-19, sin que eso le dé certeza de que no se contagiará, aunque, como es lógica, las probabilidades serán menores en gran proporción.
El freno brusco a la vida en estos días ha hecho de algún modo a la sociedad regresar muchas décadas, a cuando el tiempo corría más despacio y casi nadie andaba de prisa ni se estresaba ni se enfermaba porque las horas no le alcanzaban como ahora para realizar todas sus actividades.
La velocidad de las redes sociales y el desenfrenado cúmulo de información y desinformación, contrastan con el momento que ahora se vive con calles vacías o semi vacías, comercios, plazas, mercados u otros establecimientos con poca gente. Muchos todavía se siguen preguntando si la amenaza del coronavirus es real o no, y hasta dudan de si los gobiernos lo utilizan como mecanismo para infundir miedo a la sociedad, con el fin de controlarla.
Por lo que se ha visto en otros países, el tema debe de ser atendido con toda seriedad, pues ha causado hasta la fecha, más de 15 mil muertos en varios países, y decenas de miles de personas infectadas. México no será la excepción. Así que a tomar todas las medidas posibles para evitar contagios, sobre todo lavarse las manos con agua y jabón constantemente y quedarse en casa.
Algunas personas afirman que el Covid-19 es una enfermedad de los tiempos anunciados en textos bíblicos hace muchos años. Sea lo que sea, la enfermedad representa un gran desafío para la humanidad entera como ha ocurrido en otras etapas.
Las calles semi desiertas llaman a la reflexión y nos hacen pensar al mismo tiempo en la necesidad de construir una mejor sociedad, una en la que haya respeto a los semejantes, a la naturaleza, a la creación en su conjunto.
¿Cuándo se había visto, por ejemplo, que se suspendieran las actividades de la Semana Santa en todas partes a causa de una enfermedad? Pareciera que el mundo ha dejado de girar, o cuando menos no lo hace ahora con la velocidad de los últimos tiempos.
Como muchas otras actividades o celebraciones en diferentes partes (la Feria de la Primavera y de la Paz, en San Cristóbal, por mencionar algo que nos atañe), el famoso Quinto Viernes en San Juan Opico ha tenido que cancelarse, tal vez por primera vez desde hace quién sabe cuántos años, según me ha dicho mi hermano Javier.
Hablar del Quinto Viernes, estrechamente ligado a la Semana Santa, es remontarse también a esa tristeza de los días de guardar de la que hablaba al principio. Esa tristeza silenciosa que se nota en la triste mirada de muchas personas que acuden al tradicional Víacrucis con sus estaciones para recordar al hombre clavado en un madero hace más de dos mil años por los judíos, según cuenta la historia. Ahora todo será más personal, ya no en grupos, para evitar posibles contagios del Coronavirus.
En el caso particular es hablar también de las tradiciones gastronómicas, pues sólo en esa época se comen los pisques, el pescado seco calzado (baldado), las torrejas, el chilate u otras delicias que en esta ocasión no podremos disfrutar, por la imposibilidad de viajar.
Sí, la Semana Santa de antes en El Espino era triste, como ahora en estos lares. El canto de las chicharras y los chiquirines que sólo en esa época aparecen, les daban el toque fúnebre, sobre todo cuando uno tenía que cumplir con el trabajo de ir en el caballo al río a acarrear el agua para la casa.
El camino al afluente era -ahora más porque ya casi nadie va, pues el agua llega a través de tubos- solo, silencioso como los días de guardar, de estarse quieto. Nunca me he preguntado por qué a ese río lo bautizaron con el nombre de Palio, ahora con muy poca agua. (Mi difunto suegro, Amado Avendaño Figueroa, de feliz memoria, hombre extraordinario, lo conoció).
Para muchos que la asociamos con la quietud, la soledad y la tristeza, este mes de distanciamiento social será una especie de Semana Santa para reflexionar acerca de los motivos de la aparición del tal Coronavirus. Una pregunta: ¿Seremos después de que pase toda esta situación de miedo e incertidumbre, mejores personas? Fin.