¿Se avecina una crisis política?

El pequeño país de El Salvador, cuyo presidente Nayib Bukele y su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador tienen mucho en común, está en el centro de la polémica, luego de que en su primera sesión plenaria, la Asamblea Legislativa, dominada por el gobernante partido Nuevas Ideas, aprobara la destitución de los cinco magistrados de la Sala de lo Constitucional, cuya misión es velar por el cumplimiento de la Carta Magna, y del fiscal general de la República, Raúl Melara.

Esta decisión, aprobada por 64 de los 84 asambleístas, ha causado preocupación y hasta reclamos de sectores de la comunidad internacional, entre ellos el gobierno de Estados Unidos, que ha interpretado la destitución como un golpe a la autonomía e independencia del órgano judicial del país centroamericano. 

Diputados de oposición han calificado las destituciones como un golpe de Estado técnico, pero Bukele ha replicado que sólo está “limpiando la casa”, además de advertir que “no les incumbe”.

Ya desde que en febrero pasado Nuevas Ideas, el partido gobernante, arrasó en las elecciones legislativas y municipales en El Salvador, se había advertido acerca de los riesgos de que el presidente Bukele concentrara tanto poder, pues ello podría llevarlo a tomar medidas drásticas, sin respetar cabalmente la Constitución.

Seguramente tiene la razón en parte al no estar de acuerdo con algunas acciones tomadas por la Corte y porque los magistrados responden a intereses de los partidos que los designaron antes de la actual administración: Arena, de derecha, y del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), de izquierda.

Sin embargo, el mandatario salvadoreño debió ser más cauteloso y cuando menos guardar las formas, no que desde el primer minuto de instalada la sesión plenaria de la Asamblea desenvainó el machete y le cortó la cabeza a los magistrados y al fiscal general.

Como era de esperarse, hubo condenas casi inmediatas a ese hecho y podría decirse que Nayib ha pasado de ser la admiración de varios países por su forma de gobernar, a ser un foco de críticas por las arbitrariedades cometidas el 1 de mayo en la Asamblea Legislativa.

Habrá que esperar un poco para saber qué repercusiones políticas y económicas traerá para El Salvador y su gobierno el golpe al poder judicial desde el exterior. Ya se sabe que en lo interno, una gran mayoría de la población respalda al presidente, que efectivamente, ha dado muestras de un cambio respecto a sus antecesores de Arena y del FMLN, construyendo obras y ayudando a los habitantes.

Bukele busca con el golpe al poder judicial, limpiar de obstáculos el camino para gobernar a su modo los tres años que le restan, pero concentrar tanto poder puede llevarlo a perder la cabeza -algo que le sucede con frecuencia- y tomar decisiones que le perjudiquen en lugar de beneficiarlo.

Con todo el poder que ya tiene, no necesita de este tipo de escándalos para gobernar como quiera, ya que la oposición prácticamente está desmovilizada, pues fue barrida en las elecciones de febrero pasado.

El mandatario está ahora en el ojo del huracán, y muchos gobiernos y organismos internacionales están atentos a lo que ocurre en el país centroamericano, esperando que no se vaya a cometer otro atropello más adelante.

Pero Bukele no sólo está conforme, sino que amenaza con realizar más despidos de funcionarios colocados por la pasada administración. Uno de sus pretextos para actuar, es el siguiente: “Si la oposición gana en Nicaragua, ¿dejarían a la Corte y la Fiscal Sandinista? Si la oposición logra ganar en Honduras, ¿dejarían a la Corte y Fiscal de Juan Orlando Hernández? Si la oposición gana en Venezuela, ¿dejarían a la Corte y Fiscal del Chavismo? Digo, por aquello del balance de fuerzas”.

De verdad, es una lástima que el FMLN no haya aprovechado los 10 años que estuvo en la presidencia de la República para cambiar las cosas y ganarse a la población. En lugar de eso, los gobernantes se dedicaron a robarse el presupuesto público, siguiendo los pasos de sus antecesores del derechista Arena.

Se esperaba que después de una guerra civil que costó más de 75 mil vidas y la salida del país de miles de salvadoreños, el FMLN, que nació de la antigua guerrilla, gobernara diferente y buscara la transformación, una vez que había llegado al poder. Pero no, fue más de lo mismo, y lo peor, que terminó aliándose con la derecha, a la que había combatido en la guerra. 

La gente no es tonta, se da cuenta cuándo un gobierno le beneficia y cuando no. Ya sabemos que una buena parte de la percepción popular tiene que ver con los discursos que escucha, pero también con los hechos.

Lo sucedido el pasado fin de semana en El Salvador, seguramente provocará que la derecha mexicana pare más las antenas y ponga más interés en las elecciones legislativas del 6 de junio, pues sabe que si morena gana la mayoría en la Cámara de Diputados, vendrán más cambios importantes en el país.

Como ya se ha dicho, López Obrador y Bukele tienen cierto parecido en su forma de gobernar y en el amplio respaldo popular del que gozan en sus respectivas naciones, lo que los ha llevado a ser incluidos en el grupo de los presidentes mejor evaluados en el mundo. De Hecho, Nayib aparece en el número 1 de la lista correspondiente América y Andrés Manuel, en el 4, según la más reciente evaluación de la encuestadora Mitofsky.

Lo extraño es que en teoría, ambos son de corrientes de pensamiento distintas, hasta opuestas, ya que el mexicano es considerado de izquierda y el salvadoreño más de derecha que de izquierda. Una de sus primeras acciones al asumir la presidencia en junio de 2019 fue romper con el gobierno de Venezuela, tal vez, en parte, para quedar bien con Estados Unidos.

Una de las preguntas es si la decisión de la Asamblea Legislativa no genera una crisis política en El Salvador, porque ahora existen dos Salas de lo Constitucional, pues los ministros en funciones se niegan a reconocer la acción de los diputados. Fin