Ayer terminó formalmente una etapa de la vida pública de México con la conclusión del gobierno que durante cinco años y 10 meses -el sexenio más corto de todos- encabezó el presidente Andrés Manuel López Obrador, en teoría el primero de izquierda en la historia del país.
El tabasqueño se va en medio de una alta popularidad (entre 65 y 70 por ciento), lo que significa que es uno de los presidentes que finaliza su mandato con la aprobación de la mayoría de los mexicanos, sobre todo de las clases más bajas que se han beneficiado con los programas sociales.
Como es lógico, su desempeño del primero de diciembre de 2018 al 30 de septiembre de 2024 seguirá siendo por mucho tiempo motivo de encendidos debates entre opositores y simpatizantes, ya que la historia suele ser lenta para emitir juicios definitivos, pero podría decirse desde ahora que será recordado como uno de los mejores mandatarios. Su mayor logro: reducir la pobreza, y es reconocido por organismos internacionales.
Por lo pronto, la balanza se inclina a su favor en términos generales, aunque -hay que insistir- habrá que dejar que corran los años para saber si fue o no el mejor presidente de México en la historia moderna.
Desde luego que el tema de la seguridad es un pendiente que no pudo resolver y ahí quedará para la historia la frase de “abrazos, no balazos”; con el tiempo se sabrá si la estrategia fue o no acertada.
Ya se sabe que lo que el presidente buscó desde el inicio de su gobierno fue evitar el derramamiento de sangre, no solo de la población, sino de los criminales y de los integrantes de las fuerzas de seguridad de los tres niveles, apostando a los programas sociales, sobre todo con el que se apoya a los jóvenes.
Ya se vio que hasta ahora no han sido suficientes los programas, pues atraídos por el poder, el dinero, las armas de fuego, los vehículos lujosos y todo lo que proporcionan, muchos jóvenes y no tan jóvenes se siguen enrolando en las organizaciones criminales. Mientras no se legalicen las drogas, poco se podrá avanzar en el tema.
Si la presidenta Claudia Sheinbaum logra mejorar la seguridad, más adelante podrá decirse que con su estrategia, López Obrador sentó las bases para un cambio. Pero eso está en veremos. Lo que es un hecho es que controlar la inseguridad de unos años a otros no es fácil porque desde 2006 venía la dinámica de la guerra y desmontarla tarda mucho tiempo. En eso tiene razón el presidente en culpar a los pasados gobiernos, sobre todo al de Felipe Calderón.
Como sea, López Obrador logró terminar su sexenio a pesar de la férrea oposición de una buena parte de la oligarquía financiera nacional e internacional que desde el inicio se opuso a su política económica.
Cuando menos dos estrategias fundamentales lograron mantenerlo fuerte en el poder casi seis años: las conferencias mañaneras y el respaldo del Ejército Mexicano, aunado al apoyo de la mayoría del pueblo mexicano.
Las mañaneras fueron un verdadero muro de contención desde las cuales imponía la agenda, se defendía, atacaba y contraatacaba a sus opositores. Es posible que muchas probables embestidas en contra suya y de su gobierno, se hayan logrado frenar desde ese espacio que de lunes a viernes, a partir de las 7 de la mañana, se realizó en el Palacio Nacional.
Y qué decir del apoyo del Ejército Mexicano. López Obrador sabía que si no contaba con el respaldo total de las fuerzas armadas podría ser derrocado por la oposición nacional e internacional, pues empresarios y gobiernos como el de España y Estados Unidos, por mencionar dos, nunca estuvieron de acuerdo con su política que en teoría no les permitió obtener las grandes ganancias de antes a través de sus negocios a costa de los bienes nacionales.
Lo anterior explica el enorme apoyo que le dio al Ejército, al grado de que, entre otros beneficios, ahora son hasta constructores de obras públicas, lo que le permite al instituto armado hacer grandes negocios con dinero público. Es cierto, las fuerzas armadas tienen demasiado poder y eso no es muy saludable para el país.
Los augurios -pura propaganda- de que el presidente dejaría en ruinas a México se cayó por sí solo, ya que, si bien no hubo crecimiento en la economía (tuvo la mala suerte de que se le atravesara la pandemia), tampoco queda en ruinas; el peso no se devaluó y si no fuera por el capital extranjero que con tal de incidir en la política interna especuló con los riesgos de la reforma al Poder Judicial, la moneda nacional se mantendría mucho más fuerte.
Los empresarios nacionales tampoco pueden quejarse porque a una buena parte de ellos les fue bien en este sexenio -varios se quejan, pero porque fueron obligados a pagar impuestos, algo que no les gusta-, aunque tal vez ganando un poco menos que antes.
El poder financiero es muy fuerte en todo el mundo y a los gobiernos no les queda más que negociar. Claro que un presidente fuerte como López Obrador lo pudo hacer en condiciones menos desfavorables.
Por ejemplo, el presidente afirmó a principios de septiembre que mantuvo las reglas del sistema bancario –benéficas para los empresarios del ramo– porque es un precio que hay que pagar para sustentar los equilibrios y la estabilidad en la economía del país. Los banqueros obtuvieron utilidades récord, que solo el año pasado ascendieron a 272 mil millones de pesos.
Es decir, no cambiar las reglas garantizó estabilidad económica al país y al gobierno federal porque los banqueros siguieron invirtiendo en México. Es el precio que hay que pagar. Ni modos.
La diferencia es que ahora también le ha ido bien a millones de mexicanos que se benefician de los recursos de los diferentes programas sociales. La derrama económica era antes solo para los de arriba. En eso hay un cambio importante y eso explica en gran parte el triunfo de Sheinbaum y de la gran mayoría de los candidatos de Morena y partidos aliados en todos los niveles.
Es decir, López Obrador no solo ganó las elecciones de 2018 que lo llevaron al Palacio Nacional, sino las del 2 de junio pasado y las de 2006 que le robaron los panistas -con la complicidad del PRI- con Calderón y Vicente Fox a la cabeza. Fin