Aumento del 13 por ciento
El salario mínimo en México sigue aumentando en porcentajes importantes, ya que según anunció ayer la presidenta Claudia Sheinbaum, patrones, gobierno y trabajadores llegaron al acuerdo de que en 2026 se paguen nueve mil 582.47 mensuales, lo que equivale a 13 por ciento de incremento.
Con este aumento, el salario mínimo en el país pasará en los últimos siete años de gobiernos de Morena, de 88.36 pesos diarios en 2018 con el priísta Enrique Peña Nieto, a 315.04 pesos por día.
Con esto se echa para abajo el argumento de gobiernos anteriores y empresarios de que si se subía el salario mínimo en porcentajes más o menos decentes ocasionaba inflación.
Se demuestra también que cuando existe voluntad y diálogo entre el sector empresarial, los trabajadores y el gobierno se puede llegar a acuerdos como el logrado estos días en beneficio de cientos de miles de personas.
Hasta antes del acuerdo anunciado públicamente ayer se había rumorado que el salario mínimo subiría entre 11 y 12 por ciento, pero afortunadamente para los trabajadores rebasó la expectativa.
Uno de los aumentos más altos se logró a finales de 2018, justo cuando Andrés Manuel López Obrador iniciaba su sexenio, subir un inédito 16 por ciento, al pasar de 88.3 a 102.68 pesos diarios. De ahí para acá se han mantenido incrementos que han sido en general superiores a los que se daban en los gobiernos priístas y panistas.
Según el secretario del Trabajo y Previsión Social, Marath Bolaños, con el incremento, al inicio del próximo año, el salario mínimo podrá haber recuperado 154.2 por ciento de su poder adquisitivo durante los gobiernos de la transformación en términos reales.
Dijo que “se trata del nivel más alto del que se ha tenido registro del salario desde 1980, también remontando lo que fue el proceso de precarización del salario durante el período neoliberal, y en el caso de la zona libre de la frontera norte, el monto se mantiene por arriba del máximo histórico que se alcanzó en 1976”.
Qué bueno que el sector empresarial se ha abierto y de algún modo puesto a tono con la política de incremento salarial del gobierno para negociar condiciones que favorezcan a los diferentes grupos de la población, sobre todo de los más vulnerables, entre ellos la clase obrera.
Picotazos. El cinismo a su máxima expresión. Mientras amenaza con intervenir en Venezuela y Colombia con el argumento de que los gobiernos de esos países no combaten el narcotráfico, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump indultó al exmandatario de Honduras, Orlando Hernández, condenado a 45 años de cárcel por narcotráfico. Hernández, de 57 años, fue liberado el lunes de una prisión ubicada en Virginia Occidental. De acuerdo con la justicia estadounidense, Hernández (2014-2022) facilitó el ingreso de 400 toneladas de cocaína a Estados Unidos y convirtió a Honduras en un “narco-Estado”. El pretexto de Trump es que fue víctima de un “montaje” de su antecesor, Joe Biden y que fue “tratado de forma muy dura e injusta”. Parece un contrasentido porque justo, la liberación del expresidente catracho ocurre en medio del despliegue estadounidense en el mar Caribe y el océano Pacífico, cuyo objetivo es supuestamente frenar el tráfico de drogas hacia Estados Unidos. Coincide también con las presiones desde la Casa Blanca para favorecer al candidato derechista Nasry Asfura en las elecciones que se realizaron el domingo. Hasta ayer había un empate técnico entre éste y el también derechista y presentador de televisión Salvador Nasralla. Nasry Asfura es apoyado por el mandatario estadounidense. El caso es que la operación Trump logró el objetivo de desbancar a la izquierda para imponer nuevamente a la derecha y manejar como títere al próximo mandatario, como está haciendo en otros países. Y no importa si los presidentes de Estados Unidos son del Partido Demócrata o del Republicano. Allí mismo en Honduras, Washington apoyó en 2009 el derrocamiento mediante un golpe de Estado de Manuel Zelaya, esposo de Castro. El presidente era entonces Barak Obama. Ninguna diferencia. Solo hay intereses. Después de un período de Porfirio Lobo, ganó Orlando Hernández, en cuyo gobierno salieron de Honduras hacia Estados Unidos en busca de trabajo y huyendo de la represión miles de catrachos que participaron en las primeras caravanas que iniciaron en Tapachula con rumbo a la Ciudad de México y al norte del país. Todos ellos hablaban mal del entonces presidente de su nación. Tanto Honduras en esa época como Venezuela y Colombia ahora, tienen el delito de tener gobiernos de izquierda a los ojos de la Casa Blanca. Claro, en Caracas hay un gobierno tiránico que se niega a dejar el poder. Lo que parece un hecho es que el régimen de Venezuela está muy maduro, tanto que parece que está cerca de caer… En el ámbito nacional, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano tiene toda la razón al expresar su preocupación porque el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum no dialoga con las voces disidentes. El excandidato presidencial de izquierda manifestó que “es indispensable abrir el diálogo entre los que tenemos diferencias; si nos oímos nada más entre los que estamos de acuerdo, muy a gusto y brindamos, qué bueno y para adelante, pero creo que hay que hablar también con aquellos con los que no estamos de acuerdo y a lo mejor encontramos algo bueno, a lo mejor no, pero es algo muy importante”. El hijo del expresidente Lázaro Cárdenas expresó también su preocupación por “la deteriorada calidad” en la educación y la salud pública, derechos que, señaló, deben ser compromisos de una administración democrática y popular. Solo se necesita un poco de autocrítica para darse cuenta de ello. El diálogo ayuda siempre a disminuir las tensiones y despolarizar un poco la situación, a bajarle al pleito. Ya vendrán las campañas para que se den con todo. Fin








