Historia de amor que terminó en crimen

La violencia, propia del reino animal

Le voy a contar una historia, hoy que el principio de igualdad es un tema que mueve conciencias y genera agresivos debates. Asunto espinoso que debe tratarse con bisturí. Al final, como siempre, la mejor conclusión es la suya. Veamos:

Diminuta ella –de no más de 1.60 metros de estatura-, casi escuálida, ojos pequeños, pelo lacio que le cae hasta los hombros, María era una muchacha alegre que nació en Frontera Comalapa, pero a los 13 años llegó a la capital para radicar junto con sus padres en la colonia Patria Nueva, al oriente de la ciudad.

Techo de teja de cartón, paredes de madera derruida cuyas rendijas se cubren con débil plástico, el chamizo de María y sus padres se halla ubicado en lo más alto de ese suburbio, allí donde por las noches uno observa Tuxtla y sus luces de neón de manera espectacular, allí en donde el surrealismo urbano brota con todo su esplendor y en donde por las mañanas los niños corren las calles exhibiendo sus vientrecitos generosos en lombrices.

La vida de María fue feliz en medio de la pobreza. No conoció la escuela porque se quedaba en el trajín del hogar que organizaba la madre para mantener al jefe del clan y a los dos hijos, uno mayor y otro menor que María.

A los quince años María conoció a Aníbal, amigo de Sebastián, el primogénito. Ayudante de albañil, Aníbal empezó a llegar a la casa de María hasta que entre ambos se inició un tórrido flirt que a los seis meses terminó en boda en la casa de ella y en la que sólo estuvieron las familias de ambos.

“El casado casa quiere”, dijeron los padres a María y se dieron a la tarea de preparar la construcción de un cuarto de piedra y légamo en donde viviría la pareja de recién casados. El nido para los tórtolos. María estaba enamorada de Aníbal como Penélope de Ulises, o Eva Braun de Hitler.

Otoño mortal

Un sábado de otoño Aníbal no regresó con la puntualidad que solía hacerlo después de cobrar la raya de la semana, método que, si bien se inició en las haciendas durante el porfiriato, persiste en nuestros días.

Para entonces María ya había procreado con Aníbal a Sebastián, el pichi llamado así en honor al padre de ella y al hermano.

Ebrio, Aníbal llegó poco después de las 9 de la noche con las características convincentes del borracho: Alteración del lenguaje, alteración del pensamiento, alteración del afecto, alteración de la percepción, alteración de la memoria, alteración de la conciencia, alteración de la cognación.

Pidió de cenar a María. María le llenó un plato de frijoles que puso en la rancia y desvencijada mesa que usaban como comedor, colocada en el centro de la sala de la cabaña.

Aníbal se sentó en una silla vejestoria estacionada frente a la mesa. Ya sin camisa, tomó el plato de frijoles y lo lanzó sobre el rostro de María reprochándole que eso no era comida sino desperdicio para cerdos.

La gasolina

-Si quieres comer sabroso, dame dinero, le respondió María con temor. Aníbal ya no articuló palabra. Se abalanzó sobre ella, la tomó de los cabellos y la tiró al piso infligiéndole una golpiza salvaje, propia de un energúmeno idiotizado por el alcohol. De la boca de María emanaban borbotones de sangre: estaba literalmente desfigurada.

Cuando Aníbal observó el horrendo crimen, levantó del piso a María y le pidió perdón. -Mamita, dame de cenar. Y ya perdóname chiquita, le suplicó. -Sí gordo, no te preocupes, contestó ella. Pero ya no me vuelvas a pegar papito, repuso.

María acomodó un nuevo plato de frijoles en la descalabrada mesa disimulando el dolor de la tunda. Magullada, le preguntó a Aníbal si quería una cerveza para ir a la tienda de la esquina por ella. Él le respondió que sí con un cariño celestial, lleno de arrepentimiento por la felpa que le había propinado minutos antes.

Pero María no salió de la casa a comprar cervezas, sino gasolina. Cuando regresó, Aníbal ya estaba dormido. María se percató de ello. Para estar segura movió el cuerpo de Aníbal que reposaba exánime, inmóvil, en la cama ruinosa que ambos compartían desde que casaron entre arrumacos y promesas de amor eterno.

María roció sobre el cuerpo sosegado de Aníbal la gasolina que llevaba en tres botellas de caguama. Lanzó sobre él un cerillo encendido y aquella aventura de amor terminó en un horrendo crimen que conmocionó a toda Patria Nueva.

María tomó a su hijo y huyó. Nunca fue detenida. Nada se supo de ella desde ese otoño de 1995. (Fin).

Moraleja

La violencia es contraria a la moral, la ética y el Derecho. Sólo debería ser propia del reino animal.