Historias de terror

De dónde viene la 4T

Llueve a cántaros. Es agosto 16 de 2007. La cúpula política y de la iniciativa privada está reunida en la inauguración del hotel Quality Inn (hoy Vista Inn), en el lado norte poniente de la ciudad. Majestuoso escenario.

Hay canapés. Entre sorbos de whisky algunos y otros refrescos de toronja (Squirt), los invitados están agrupados en las escalinatas de la entrada principal del hotel. No se mojan. Esperan pacientes el corte del listón que daría pauta para abrir ese moderno parador, en cuyo último piso funcionó un pomposo salón de baile exclusivo para música de salsa. Desde allí, acariciar Tuxtla y sus luces de neón era sensacional.

La alcaldesa Rosario Pariente Gavito –cordial y educada, como siempre- abandonó el lugar al ser avisada que la intensa lluvia generaba estragos en algunas colonias de la zona oriente de la ciudad.

Ni siquiera se preocupó en mudarse el coordinado color verde –hermoso coordinado- que moldeaba esa noche su personalidad, pues la prioridad era atender a la gente de esas colonias marginales. Ipso facto se marchó.

Barba Sucia

De pronto apareció un sujeto ataviado con unos jeans, guayabera de color blanco de cuatro bolsas en mangas largas y zapatos horribles en negro que hasta el más cerril diseñador de moda los hubiera reprobado, por grotescos.

La barba sucia en su rostro ha caracterizado siempre un sello desaliñado. Y si bien su aspecto es ordinario, común y corriente, en el gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía fue el poder tras el trono. Cometió las peores canalladas en contra de los chiapanecos, principalmente líderes sociales y de opinión.

Acompañado de una mujer fastuosa y joven, de finos modales, César Chávez Castillo no dejaba de hablar. Carcajeaba sonoramente enseñando una dentadura sarrosa. Su parecido es sorprendente al del personaje El monje loco.

Un hombre se acercó a él para saludarlo. Recibió a cambio la animadversión, el desprecio. El gentleman insistió y le extendió la mano derecha en una exhibición de buenos principios de urbanidad. Así quedó, con la mano derecha extendida.

-Don César Chávez, el hombre fuerte en el gobierno de don Pablo, le dijo el caballero citadino que iba arrebujado en un saco gris y pantalón caqui. Y la respuesta no se hizo esperar, altanera, cargada de absurdo protagonismo: -Sigo siendo el hombre fuerte en Chiapas, amigo. No te equivoques-.

Cinco noches después de ese evento, Chávez ocupaba una mesa del restaurante del mismo hotel. Con él estaban tres personas: dos damas y un individuo. Alguien llamó a su celular. Chávez lo tomó y contestó. Sus gritos retumbaron en toda la tasca en una directa exhibición de su conducta primitiva, propia de un barbaján. Los comensales quedaron estupefactos.

Turbio

De orígenes turbios, César Chávez Castillo protagonizó en Chiapas una historia de terror solapado por Salazar. Se encargó de maniobrar la política inmunda de ese régimen para enseñarnos que el poder es omnímodo en especímenes como él y su jefe Salazar. Fue antropófago de los chiapanecos.

La mejor demostración del autoritarismo la dio Chávez una mañana en su despacho de palacio de gobierno, cuando frente a sí tuvo al presidente (a la sazón) de la Comisión de Derechos Humanos, Pedro Raúl López Hernández, rehén de la ignominia que brotaba del poder. Chávez estaba furibundo, enloquecido.

Un día antes el Ombudsman públicamente había manifestado su decisión de luchar porque ese organismo tuviera auténtica independencia y autonomía, no artificiosa ni de mentiritas. “La Comisión ya no será un adorno más del gobierno”, sentenció el choncho defensor de los derechos humanos.

Después de una discusión acalorada, extraviado de todo raciocinio Chávez profirió una advertencia temeraria, con olor a sepulcro: -Mira cabrón, escoge: entierro, destierro o encierro.

Chávez saboreó el néctar de la impunidad. Disfrutó el poder como el Zar de Rusia o Ferdinand Marcos, de Filipinas. Cobijado en la protección de Salazar Mendiguchía, de la autoridad hizo una patente de atropellos. Hoy, a los 69 años, en el ocaso de la vida, está reducido a un sujeto bizantino que añora el pasado con aires de frivolidad.

Hartazgo

Nacido en la ciudad de México, Chávez se inició en la Liga 23 de Septiembre, una organización terrorista que germinó a principios de la década de los setenta y con presencia básicamente en Guadalajara, Monterrey y Distrito Federal y de la que sólo quedan bagazos como él, carroñeros de la política.

Son historias que uno ya no quisiera contar, pero necesarias para entender el presente. No es la cuarta transformación una locura, ni un engaño subliminal o embozado. Es un gran proyecto social que brota del hartazgo por tantas complicidades e impunidad emanadas del gobierno en el pasado.

Así se templó el acero. Si el acero se templa al fuego, el carácter de la sociedad se templa en la desgracia y en la lealtad. Eso funde la democracia e incuba los cambios.