Entre chamanes y masacres

Tuxtla, chula y segura

Es la tarde del 18 de noviembre de 1995. Del otro lado del teléfono, uno de los dirigentes indígenas de San Juan Chamula habla sobresaltado con el subsecretario de gobierno notificándole sobre un enfrentamiento entre las comunidades Arvenza Uno y Dos.

La respuesta del funcionario es fría, aterradora:

¡Déjalos, que se maten! -

Por la mañana de ese mismo día, 150 católicos tradicionalistas de Arvenza Uno, armados de rifles, machetes y palos, sitiaron Arvenza Dos para rescatar a dos coterráneos suyos detenidos por el secuestro del indígena Agustín Pérez López, situación que motivó la refriega con saldo de por lo menos cuatro muertos y un centenar de expulsados de ambos grupos.

El conflicto religioso en los pueblos originarios emergió en los años sesenta al disgregarse allí el protestantismo con la aparición del Instituto Lingüístico de Verano, desde tiempos del presidente Cárdenas.

El ILV opera en decenas de países del mundo en más de 670 lenguas con un presupuesto anual de arriba de diez millones de dólares.

Sus mensajeros, güeritos y guapos todos ellos, siempre de corbata, han sido acusados como espías de la CIA, presunta labor que ocultan con una biblia en la mano.

La insensible y grosera respuesta que dio el funcionario de entonces sólo fue parte de un expediente de frivolidades con que gobiernos del pretérito trataron la situación de las etnias de Chiapas que, ergo, documentaron organismos internacionales de derechos humanos.

La matanza en Acteal, Chenalhó, comparada a los genocidios en Ruanda y que todavía nos sigue punzando, fue corolario de la omisión.

Hechiceros

En el poblado Marcos Avilés, del municipio de Chilón, la madrugada del 30 de abril de 2017, una horda sacó de sus viviendas, quemó y colgó en la plaza pública a dos hombres a quienes inculparon de brujería.

El veredicto de la gente fue mortal: los hechiceros (me reservo sus nombres) fueron responsables de haberle “robado el alma” a un nativo de 50 años al practicarle un trabajo de nigromancia. El individuo había fallecido 24 horas antes.

La policía comunitaria llegó sólo para rescatar los cadáveres de los supuestos chamanes, entre las víctimas un joven de 30 años. No hubo detenidos.

Santa Rosalía es un pintoresco pueblito de Comitán, Chiapas, con un censo que no llega ni a mil habitantes. El paisaje, verde y encantador, parece recogido de una novela.

Pero en mayo de 2018, Santa Rosalía fue noticia no por su folclor y belleza, sino por la barbarie al ser quemado un indígena tzeltal señalado de haber matado a su suegro y a otra persona en una fiesta.

Primitivismo

Uno de los hechos más salvajes fue el linchamiento de dos personas en San Juan Cancuc.

Si nos horrorizamos con la violencia racial en El Congo, Chiapas también escribió su propia página de primitivismo al amparo de la autonomía y los autogobiernos en pueblos tribales-.

En San José Chacté, un taxista y su ayudante fueron lapidados y luego asesinados por un tropel de indígenas que se organizó al tañido de las campanas de la iglesia de la localidad. ¿Por qué tanta furia e impiedad? Ya es un común denominador.

Juan N y su ayudante Diego N se transportaban en un automóvil Nissan tipo Tsuru. Según testimonios, Juan habría arrollado con su vehículo a un niño que se atravesó inesperadamente.

Les pidieron cien mil pesos para reparación del daño, pero como no tenían sellaron su destino fatal. El niño tuvo raspones en una rodilla.

Monstruoso

En junio de 2012, tzotziles de la comunidad Las Ollas, en San Juan Chamula, lincharon a cuatro sujetos luego de ser sorprendidos cuando tiraban el cuerpo de una mujer identificada como Fidencia “N”, de 24 años, en las cercanías de esa comunidad.

Después, en un evento monstruoso, el video del ajusticiamiento se vendió en el mercado de Chamula entre 15 y 10 pesos. Incluso llegó a Tuxtla Gutiérrez. Nunca hubo detenidos.

La oclocracia (el poder de la turba) pretende romper el encanto, la magia, el embrujo y la belleza natural de nuestras comunidades indígenas con actos salvajes que nos deben avergonzar y duelen profundamente. No podemos permitirlo.

Tuxtla: chula y segura

Apenas en mi entrega del lunes 10 le platicaba a usted, aquí en el poderoso Cuarto Poder, que, en 2021, Chiapas disminuyó la incidencia delictiva general en 15 por ciento y 29 por ciento en delitos de alto impacto, comparativamente con 2020.

Bueno, ayer el eficiente secretario de seguridad pública capitalino Alexis Zuart Córdova, nos dio otro dato sumamente alentador: En 2021, la reducción de delitos de alto impacto en Tuxtla se desplomó hasta en un 35 por ciento. Eso es fantástico.

O sea, Tuxtla no sólo es chula, sino segura. Aunque eso no guste a los oráculos de la desgracia.