*Pesimismo negro

*Demagogia viva

Me decían hace unos días que mis palabras parecen impregnadas de un pesimismo negro –lo contrario del humor- y hasta catastrofista. Para defenderme un poco, y además apenado por el justo señalamiento, argüí que también me habían calificado igual cuando vi venir el atentado contra Colosio –“Presidente Interino”, 1993-, o denuncié el alcoholismo de Calderón antes de que el escándalo llegara a la Cámara de Diputados. De igual manera, la alerta sobre Marta Sahagún evitó lo que ya se gestaba para simular una suerte de reelección de Fox, si bien su falta de carácter ayudó bastante. Y siempre colgándome el sambenito de ser profeta del caos. ¡Cómo si me gustara el papel!

Como testigo de tantas volcaduras de la historia, me satisfaría mucho más reseñar a los lectores preocupados del acontecer cotidiano que no hay riesgo alguno de una nueva “guerra fría” pese a la unión de fuerzas entre Rusia y China en franco desafío hacia occidente y, en concreto, al ya desbalagado pato Donald Trump, quien solo es aprobado por el 37 por ciento de los estadounidenses radicales y xenófobos, además de que parece tener un gran parecido político con su colega mexicano: todavía no han podido aterrizar en la realidad ni saben conducir las naves de las cuales son timoneles, solo eso, bajo las órdenes de un capitán que, por si se les olvida, se llama soberanía popular, maltrecha en nuestro país ante la incesante invasión de foráneos saqueadores que cierran espacios en nuestros mercados y en todos los renglones. Es una pena el desplazamiento continuo de los inversionistas locales y el arribo de toda suerte de profesionales de fuera, españoles y estadounidenses sobre todo, con salarios tres veces mayores a los pagados a sus similares mexicanos. Volvimos hacia atrás en la historia. Veamos si el primero de diciembre cambian las rutas y las aguas. ¡Y la violencia permanece!

Ya he dicho que México, por desgracia, es la única nación en donde se aplica la xenofobia al revés: esto es en contra de los nacionales y entregados sumisamente a los extranjeros ambiciosos y ansiosos por multiplicar sus fortunas en un cerrar y abrir de ojos. ¿Cuántos de ellos han logrado resarcirse de sus pérdidas en sus países de orígenes acudiendo al saqueo de divisas desde las sucursales de “sus” bancos? Una de las medidas urgentes, que debiera toma la Secretaría de Hacienda, es la de auditar a fondo los movimientos y operaciones, lesivas para la economía nacional, de estas instituciones incapaces de pensar en los intereses de nuestra sociedad. Trabajan para la Corona como si estuviéramos en el virreinato de nuevo y no existiera México como tal sino la Nueva España. Es vergonzoso.

El optimismo, sin duda, surge de las perspectivas que se observan felices, cercanas y luminosas. Aunque aumentemos nuestra alegría un tanto artificial, se vale en el sendero de la felicidad; en cambio, cuando la oscuridad nos atrapa, siniestra y rebosante de emboscadas, las quijadas se aprietan y la búsqueda de alguna luz –al final del túnel, nos repiten sin cesar-, se antoja un deber inaplazable. Los dos caminos ya fueron recorridos por nuestros pies, como dirían los sabios mayas quienes, al sentir a la mano la hora final, retornan por última vez a los sitios que les fueron entrañables para despedirse definitivamente. Y ocurre, casi siempre, que el finiquito llega casi de inmediato, ineludible. Muchas veces no es cuestión de edades sino de la muerte de las conciencias. Por eso escribí “Hijos de Perra” y finalmente edité “Peñasco”.

Por las alcobas

No, éste no debe tomarse como un resignado canto al pesimismo; nada más alejado de mi mente. No puedo ser optimista porque, en las condiciones actuales, tal es una manera de ejercer la demagogia ante las alteradas situaciones del presente, en México y en el mundo. Como el gobierno se ha caracterizado por su negligencia e inutilidad, además de rebasar los límites de la chachalaca foxista, no estamos preparados siquiera para enfrentar las altas mareas de las crisis globales que serán mayores, como los huracanes que este año fueron menos, al ritmo quizá de los retos entre las superpotencias ya no sólo por el petróleo, al alza en esta hora, sino también por el agua que tanto seguimos desperdiciando a manguerazos en la capital y en buena parte de las ciudades de nuestra maltratada República en donde el orden parece reservado para cuando se viaja a los Estados Unidos. Me indigna escribirlo. Ya no más, señor presidente.

Desde luego, hay diversas formas de ser pesimista y algunas son tan desgastantes como los tsunamis orientales. Hay muchos que al sentirse agobiados solo bajan la guardia para morirse en vida; otros más, si se perciben perdidos, asaltan las vidas de los demás buscando compensarse de sus propios agobios sin detenerse al rebasar la línea entre el bien y el mal; y sólo algunos se plantean el mañana con la preocupación de buscar soluciones, dentro del dolor por un presente infectado, para que las generaciones que nos siguen puedan respirar mejor, en todos sentidos, y no sufrir cuanto nos destruye ahora por dentro. Estos últimos no se detienen, pese a sus quebrantos, y tratan de encontrar nuevas avenidas para la libertad aun cuando se aprecie a muy largo plazo la realización del sueño, no de las utopías que son como las drogas adormecedoras que derrumban y matan.

El pesimismo que no postra sino endurece por dentro para resistir hasta encontrar alguna ventana, es la propuesta en la que este columnista cree.

loretdemola.rafael@yahoo.com