*Si la historia...

*Triste decrepitud

Alguna vez escribí que si la historia no estuviera plagada de episodios en los que los padres matan a sus hijos por el poder y estos a aquellos, ni de líos de Mata-Haris espías que condensan en la promiscuidad las apetencias de los señores de horca y cuchillo, sería difícil de creer en la cantidad de intrigas, acuerdos soterrados, goles sucios, dobles intereses y lecturas, intenciones inconfesables y ruindades políticas que en el presente modifican perfiles y nos hacen la remontada mucho más difícil. ¿Pasaría algo similar a un tsunami si desapareciera la economía como rectora de la riqueza y retornáramos al honrado trueque para colocar a todos en la justa medianía, sin especulaciones escandalosas?

Quizá uno de los grandes estrategas estadounidenses, sentado en su cómoda y blindada oficina del Pentágono por ejemplo, llegó a la conclusión de que el extinto presidente de Venezuela, Hugo Chávez, era bastante más que un cáncer peligroso con posibilidades de extenderse al resto de las naciones del cono sur. Y le atacaron, duramente, durante largo tiempo si bien él mismo se ponía en el blanco con desplantes, poco serios los más, y actitudes belicosas sólo justificables si el petróleo de su país fuese el único material para proveer de verdadera riqueza. Como existen otros –incluyendo la redituable especulación-, Chávez se fue quedando solo aunque después recuperó posiciones, no por su terquedad por perpetuarse –uno de los errores más graves por él cometidos-, sino porque la defensa de la soberanía de su país, enfrentado a la nación más poderosa de todos los tiempos, resultó poco menos que ejemplar... aunque me lo tomen a mal.

Después Chávez alegó que los estadistas de América Latina –no los mandatarios turbios y acomodaticios-, están siendo víctimas de una suerte de “código negro”, ya no naranja, para inocular cáncer a algunas de las figuras prominentes de Sudamérica, como él, la señora Cristina Fernández, de Argentina; Fernando Lugo, de Paraguay; los brasileños Lula da Silva y Dilma Rousseff, entre otros. Además de Fidel, el de Cuba, cuya muerte tardía no permitió ver el alcance de la maldición luego de librarse de medio centenar de intentonas de asesinato. El hecho es que quien no cree en las casualidades, defecto de este columnista sin remedio, aplica la lógica y suma estadísticas para concluir que en ninguna otra época tantos mandatarios latinoamericanos habían padecido del mismo mal en distintas circunstancias, minados de moro irreversible.

Chávez, naturalmente, culpó a la CIA hasta que el cáncer lo mató el 5 de marzo de 2013. Y volvemos al inicio de esta columna. Si la inteligencia estadounidense no hubiese protagonizado tantas y crueles intrigas, magnicidios y matanzas impunes, no podríamos creer en algo que podría parecer incluso burdo. Pero, por desgracia –y sería muy positivo indagar y aclarar lo correspondiente-, la secuela de hechos infames ha sido tal que cualquier rumor, o una denuncia presidencial aunque viniera de un general exgolpista, llama nuestra atención y obliga a reflexionar hasta cuál punto lo expuesto por el venezolano, ahora extinto, pudiera tener visos de credibilidad. En lo personal, la duda acelera mis sospechas. ¿Y las de ustedes, amables lectores?

Habría que registrar al miserable Peña y su efecto dominó, en cuanto a la salud, contra AMLO.

La anécdota

Desde luego, en México debemos preocuparnos por la salud del presidente, no porque le queramos mucho sino más bien por ser un indicativo de su hiperactividad y su desesperación por accionar más allá de capacidades de tiempo y espacio. Desde 2013 supimos que habría sufrido un infarto con la consiguiente operación a corazón abierto; y desde entonces se le han presentado dos cardiopatías más, por fortuna no tan graves. Desde entonces se guarda su expediente médico como “top secret” considerando que es una cuestión que, sin duda, atañe a la seguridad del Estado mexicano. Y es aquí donde se plantea, en primer término, si debe o no disminuir el ritmo de su quehacer, viajando tanto en aviones comerciales y sin darse tregua salvo algunas horas en su rancho La Chingada, siempre con un médico personal a su lado. Peor aún, a lo largo de la maldita pandemia que nos legó el terrífico e inolvidable 2020.

En este sentido, la enfermedad de nuestros mandatarios no ofrece riesgo alguno ni para la Casa Blanca ni para los mafiosos, curiosamente. La ausencia de gobierno en nuestro país les viene bien a los del norte y a los capos, por partidas iguales, a pesar del reguero de sangre que han dejado hasta estos días cerca de 350 mil cadáveres desde que el “puritano” Calderón optó por una guerra inútil: no sirvió siquiera para disminuir un sólo gramo las “exportaciones” de drogas a los Estados Unidos, esto es NO se ha alterado un milímetro el mercado de drogas en la terrible potencia del norte a punto de estrenar presidente.

loretdemola.rafael@yahoo.com